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Había sío Domingo i'chaya
Como los domingos, también se le pasan a este editor los primeros de mes. Y hasta de año. A veces, en medio del trabajo diario en este lugar —que para muchos lectores debe sonar terriblemente remoto: estado de Missouri, al centro de los Estados Unidos— se olvida uno de la calle original, del olor de los nísperos maduros, de la risa sonora del tío de visita, o incluso del sabor sólido de las uvas que, viniendo de lejos a mi ciudad de clima seco, se hacían pasas mientras esperaban quien las compre. Compensando esas memorias evanescentes, es más que probable que uno mismo se esté borrando de la memoria de quienes fueron parte de los cariños iniciales y son ahora sujetos de la nostalgia del que se fue quedando lejos. Seré, pues, un inmigrante. Eso me dije el otro día, no hace mucho, en tono bajito, para que no me fueran a escuchar más de doscientas personas que hablaban de inmigrantes, de pioneros, de legalidades y educaciones, doctores y economías. Y si soy un inmigrante, pues no tengo idea de cuándo llegué a serlo. Me persigue la idea del desarraigo pero, si antes me planteaba interrogantes, ahora me tiene contra el suelo, con la mejilla aplastada por el peso de la evidencia de que uno ya salió de modo bastante definitivo, de que —si hay regreso más allá de la venial visita más o menos bienal— será incompleto y difícil, y competirán en el buen sentido los olores queridos de la infancia contra los detestables abusos cotidianos. Millones de personas deben haber pasado por esto, particularmente en las dos últimas centurias, cuando la migración voluntaria —que no es necesariamente deseada por el migrante— se hizo mucho más común que en tiempos más remotos, cuando los movimientos demográficos eran, quizá, mayormente el resultado de guerras que de otra cosa (me someto aquí al buen riesgo de que se me eduque probándome lo contrario, pues las guerras siguen desplazando gente). Para los que tenemos la suerte: uno emigra más porque quiere que porque tiene. Y millones de personas de nuestra América y de todas partes pasan por lo otro: emigran porque no tienen alternativa, porque no tienen quién los defienda entre los fuegos cruzados, o simplemente porque no tienen: nada, como ha pasado hace poco y aún pasa en lugares más remotos que el estado de Missouri, como Sudán, Ayacucho, Iraq, el noreste de Colombia, o Angola. Ya es casi lugar común subrayar que nunca se migró tanto como ahora. Pero es probable que no se piense mucho en las consecuencias de todo este enorme movimiento de gentes mezclado con la era de la información y lo que, dicen, es un solo gran mercado global. O, si la lectora quiere complicar más aún la pretendida prognosis, también un solo espacio gigantesco de intercambio de gérmenes. Y he aquí, por fin, el motivo de esta perorata: saber que algo importante y sin precedentes está pasando frente a nuestras narices, y no tener la menor idea de lo que esto podrá significar dentro de una o dos generaciones. ¿Cómo acabará la guerra en Iraq? ¿Cuándo habrá un gobierno exitoso en nuestra América? ¿Se impondrá la religión sobre la ciencia en el país más poderoso de la tierra? ¿Hasta cuándo —y hasta cuánto— durará el flujo de riqueza de los muchos a los pocos, en todos los niveles? ¿Será posible tener un flujo libre de trabajadores equivalente al flujo libre de bienes? (Siempre te digo, querida América Latina, que la ignorancia es atrevida, que nos dice que ya tenemos soluciones para todo, cuando somos incapaces de saber siquiera dónde sucederá el próximo beso. Siempre te digo, igual, que hablar contigo tiene el dolor de la magia perfecta, de imaginarte absolutamente tú detrás de esta pantalla. Siempre te digo que no sé qué decir cuando, en esas raras veces, te me plantas al frente con todos tus países al alcance de mi cuerpo. Y ahí enmudezco.) Y dos meses sin decir lo que me toca decir sobre lo que sale en Ciberayllu. Hubo abundancia de creación literaria entre marzo y abril, así que será mejor empezar por los textos no puramente poéticos. Desde la Valencia ibérica, el cusqueño Eusebio Manga Quispe continúa sus trabajos etnohistóricos. Esta vez examina la importancia de la región de Ichma —donde ahora está Lima— en la religiosidad andina en general e incaica en particular. La contribución de Ricardo Vírhuez Villafane se sitúa un poco en el campo de la meta-meta-literatura, pues es una crítica de los críticos escrita por un creador de literatura (además de activísimo promotor cultural). El poeta y también promotor cultural del primer puerto del Perú, Santiago Risso, rinde homenaje a Pedro Rivarola, recientemente fallecido poeta popular que creía en la poesía dicha en teatros y plazas. La nota incluye una selección de poemas. En narración, Rocío Uchofen ofrece un relato que mezcla paisaje, misterio, amor o algo así, todo condimentado con la inevitable atracción de Nueva York. Ya en el camino de la poesía, José Donayre contribuye con tres breves y complejos textos aparentemente extraídos de en un santoral peculiar que debe estar entre la imaginación, el infierno y la curia romana. Y lo demás fue poesía, de todos los colores, tamaños y sabores. Tres poetas debutaron en Ciberayllu en este periodo. Primero, César Terrero Escalante, escritor cubano y mexicano que vive en Brasil, muestra dos ejemplos de su verbo llano de palabras y lleno de filigranas en su contenido. Por su lado, Christian Zegarra juega más con imágenes surrealistas que se esconden limpiamente en un lenguaje fluido y elegante. Desde Venezuela, por vía estadounidense, llega a los lectores el lenguaje de Ophir Alviárez, poeta que estira el idioma para pintar poesía, como se puede ver en los cuidados tres poemas que nos envió. Y por partida doble regresa el poeta Carlos Henderson a nuestras páginas. Primero, con un largo monólogo poético dirigido al escultor Alberto Guzmán, que hace hablar a la piedra y a otros muchos materiales. Y luego, intimista y casi litúrgico, un poema dirigido a García Lorca acerca de César Vallejo. Hasta pronto, queridos lectores. Domingo
Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu © 2005, Ciberayllu, Domingo Martínez Castilla. Todos los derechos reservados. Para citar este documento: |
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