Mensaje del kuraka

Primero de junio del 2004

[Ciberayllu]
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Cosa dura, el Perú. ¡Qué país complejo! Desde la distancia, se tiene una sensación de desgobierno, de falta de reglas, o será que uno ya no está para novedades. «Los destinos de la patria» parecen estar en manos de nadie, y el río revuelto pareciera estar despertando a pescadores que ya creíamos muertos, enterrados —que no sacramentados—, que se erigen ahora en abanderados de principios que nunca conservaron. ¿En qué consiste su ambición? ¿De qué está hecha?

Desde el pedestal absurdo de la diáspora, el país lejano se deja saber a veces a gotas, otras a torrentes, pero más como garúa, esa menuda lluvia limeña de la que se ha dicho todo: inútil, agobiante, protectora, pero sobre todo permanente. El Perú está en uno y, a pesar de la evidencia consciente de que todo en él cambia —incluyendo cultura, lenguaje, música, sociedad, todo—, las imágenes que pueblan la memoria suelen ser las que abrigan la nostalgia más dulce, mas no las que nos empujaron a dejar la patria. La siempre presente posibilidad del regreso obliga a que uno se pregunte cómo será —cómo sería— reinsertarse en ese país cambiado, donde ahora oposición popular se ha vuelto disfraz de desgobierno criminal, y oposición política —una vez más— es lo mismo que olvido sin sanción ni vergüenza; donde incluso el horizonte limpio de las montañas se ha opacado por los fuegos amazónicos.

Para este editor, el país se hace presente con recuerdos de la gente cabal, cercanos y más distantes, que insisten —contra gotas, torrentes y garúas— en llevar la vida limpiamente, dando su tiempo y su ejemplo y, sobre todo, su poco amor por la peliculina, como se llama en el país al protagonismo innecesario. Javier Sologuren (1921-2004) era una de esas gentes: poeta entre poetas, es imposible no tenerlo presente. También habitante académico de La Molina —como José María Arguedas, o ese otro poeta tranquilo, Manuel Moreno Jimeno—, Sologuren descontaba el salario dictando clases de redacción y castellano a futuros profesionales de la agricultura, y al mismo tiempo se las arreglaba para publicar poemarios y plaquetas cuidadísimos en un aparato casi doméstico, sin perder el paso de la poesía en Japón o en Suecia o en Italia o en el mundo: poeta extraordinario y traductor de lujo, trajo al castellano escritores de todas las latitudes.

Valga una brevísima anécdota personal: con frecuencia, a fines de los 70 —quien escribe era un recién estrenado docente en la universidad—, coincidíamos de vez en cuando en el ómnibus con el maestro Sologuren, y ahí charlábamos de cualquier cosa. En una de las primeras veces que hablamos, o hablaba yo, joven bocón, tratando de mostrar que los economistas ganaderos no éramos tan bestias, recuerdo que vino Epicuro al cuento, y yo muy suelto de huesos le dije que el onanismo estaba bien bajo ciertas condiciones o no sé qué, y que onanista por aquí y onanista por allá, y él me miraba con ojos sorprendidos y sonrisa comprensiva, caritativa. Recordar mi no tan obvia confusión entre «hedonista» y «onanista» (¿confusión...?), siempre nos hizo reír cada vez que nos encontrábamos en el ómnibus o a la hora de almorzar, en las lamentablemente pocas oportunidades en las que esas conversaciones sabrosas se pudieron dar. Lo bueno fue que, después de tan hermosa metida de pata cuasi inaugural, ya cerré lo bocaza mía, así que la mayor parte del tiempo yo escuchaba, y él siempre terminaba contando lo que hacía, que en esa época (¿siempre?) tenía mucho que ver con poesía japonesa.

Javier Sologuren escribió mucha poesía, y la cultivó en poetas jóvenes y la mostró al resto del mundo. Copio, de la primera edición de su Vida continua (Ediciones de la Rama Florida y de la Biblioteca Universitaria, 1966, p. 65), adornada con viñetas de Szyszlo, las siguientes líneas, escritas cuando el poeta tenía menos de 30 años:

Aun eres tú en medio de una incesante cascada
de esmeralda y de sombras, como una larga
palabra de amor, como una pérdida total.

Aún eres tú quien me tiene a sus pies
como una blanca cadena de relámpagos,
como una estatua en el mar, como una rosa
deshecha en cortos sueños de nieve y sombras,
como un ardiente brazo de perfumes en el centro del mundo.

Aún eres tú como una rueda de dulces tinieblas
agitándome el corazón con su música profunda,
como una mirada que enciende callados remolinos
bajo las plumas del cielo, como la yerba de oro
de una trémula estrella, como la lluvia en el mar,
como relámpagos furtivos y vientos inmensos en el mar.

(Y esos versos son para ti, América Latina, prestados del poeta grande, ahora que te esfumas entre horas ocupadas y distancias insalvables, porque es bueno pensar en el amor y no en la guerra. Sabes que pienso en ti, a veces con la furia de no verte, y sabes que a veces, cuando te veo, no sé verte.)


Muy rápidamente, una revisión de los escritos añadidos a Ciberayllu en mayo del 2004.

Abrimos el mes con una crónica de José Luis Rénique, habitante de la diáspora —de peruanismo y limeñismo intachables—que describe los ires y venires de uno de sus frecuentes viajes a la patria, buscando olores y partidos. Otra crónica de Miguel Rodríguez Liñán, desde París, habla de la pintura del artista peruano César Escalante.

La narración vino de la pluma del boricua hoy habitante involuntario, pero no por eso reticente, de Mendoza, al pie los Andes argentinos: Antonio Bou habla del vino y de la vida. Y Carlos García Miranda, nueva pluma, envía desde Lima una historia que explica meridianamente cómo hizo un escritor para ganar el premio Nóbel.

Y está la poesía, siempre. Rocío Silva Santisteban, desde Boston, comparte cuatro poemas —uno en prosa y tres en verso—, también de fuerte sabor de diáspora, incluyendo tres de producción muy reciente. Carlos Henderson, poeta cuyo primer libro vio la luz gracias a Sologuren, también envía desde París cuatro poemas —uno en verso y tres en prosa— igualmente nuevos.

También habla de poesía César Ángeles L., que comenta al Movimiento Kloaka, grupo de poetas peruanos de los 80 que evidencia cada vez más un carácter de decantación generacional.

Saludos.

Domingo Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu
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Para citar este documento:
Martínez Castilla, Domingo: «Mensaje del kuraka, junio 2004», en Ciberayllu [en línea]

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