A propósito de la pintura |
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Miguel Rodríguez Liñán |
oy miércoles 16, 18 de febrero, ya no recuerdo, estoy perdido en la vorágine de las suculentas ofertas culturales de París, vamos a la exposición vernissage del pintor peruano César Escalante. Según sé, César suele exponer en lugares completamente inusuales, como aquel hangar taller medio subte llamado La Guillotine, donde leímos en abril del 2003, donde hubo una exposición colectiva. O en locales del fin del mundo parisino. Esta vez, el vernissage ocurre en el 31 de la rue de Château Landon. Uno llega a este local tan pulcro, tan elegante, vía Metro Stalingrad o Metro Louis Blanc. Me conviene. Está cerca de mi casa. Apenas a dos, tres estaciones. Recuerdo aquella vez de la Guillotine cuando César me da cita en el andén del Metro Alexandre Dumas que va rumbo a Nation. Ambos llegamos puntuales al rendez vous, casi cronómetro en mano, aquí en París el tiempo vale diamante con incrustaciones de oro, hay que concertar cita precisa ya consignada en nuestra agenda bien repleta, a tal hora, en tal sitio, si llegas con diez minutos de atraso el agente literario, el productor, el amigo o quien sea ya se ha ido. Hablo de aquélla, esta vez, porque Pepe me ha encargado llevar un cuadro de César a la Guillotine. El pintor está íntegramente vestido de negro París, con chompa cuello de tortuga negra, pantalón negro, botas negras, casaca negra. Me entrega el cuadro sonriente. Está cubierto con papel periódico. Al llegar a la Guillotine constato medio estupefacto que la composición consiste en una simple tabla de triplay con trazos geométricos medio borrosos. Es colgado entre los tarros y cachivaches que ornamentan el local, como para darles prestigio. Jorge Torres y yo estudiamos intrigados el animal estético. Hay muchos otros cuadros alrededor, pero este causa impacto suave: solamente hay que mirarlo. Y hoy entramos elegantes, vestidos chic París, a la rue de Château Landon donde, simpáticamente, hay una doble exposición de hermanos, Julia y César Escalante. Los cuadros de Julia son cálidos, predomina el color azul y otros colores igualmente cálidos se encarnan en formas geométricas algo alegres, sugestivas. Me parece muy lindo este vernissage que reúne a dos hermanos dedicados a la pintura. Y de pronto me doy cuenta que hay mucha actividad cultural de artistas peruanos aquí ¿Por qué París nos atrae como el imán a los alfileres, a las limaduras de hierro? Opino que el gobierno, sea cual sea, debe darnos una beca o pensión a todos los artistas peruanos que trabajamos aquí de una manera u otra en honor a la horrible patria querida. Porque esto del arte no es nada fácil, chers amis, es un salto al vacío sin elástico... Llega el público, siguen llegando, los que, de pronto, comprarán un cuadro, hay una mayoría de artistas peruchos pintores, fotógrafos, escultores, poetas («¡Yo soy colocho y tú perucho!», me grita en la cara hace cincuenta años un compatriota ratero que se hace pasar por colombiano en las famosas fiestas de Raspail), también público francés, todo es cálido tal vez amniótico como los cuadros de Julia en este primer piso de la exposición. Vino, clericó y rodajas de salchichón, papitas fritas y aceitunas. Veo al pintor Manuel Zapata y a una chica española que sonríe. Mario, Walter y Frisch acaban de llegar bien arropados porque ahora sí que ha comenzado el invierno. Todo es como cordial en este elegante segundo piso donde, cada quien vaso en mano, conversa o ríe. César, creo, nace en 1959 ¿en Lima? Debe medir un metro sesenta y ocho. El rostro pícaro, moreno, el pelo ensortijado y anárquico. Creo que como yo tiene el don de la risa constante y del burleteo a flor de piel, pero de manera amable, sólo por reír, sin el menor afán destructivo que caracteriza a los mezquinos. Está muy bien vestido esta noche, de negro platinado, con saco negro París. Mientras tanto me reúno con Mario, con Walter y con la chica española que tiene nombre de flor, se llama Begonia. Les cuento la anécdota del loco que vive en mi casa, es pirómano y nictálope. Se acerca Frisch quien me parece algo tenso; luego se relaja. Hugo sonríe en el momento preciso en que procede a llevarse una papita frita al rostro que se abre feliz. Walter también sonríe bastante. Salvo excepción, creo que esta noche todos sonreímos. Está presente el poeta Jorge Nájar y también el joven Álex, llegado hace poco de la patria, quien oficia por el momento de pintor. Él y Raúl han refaccionado mi studio con eficacia profesional. Todos copa en mano, mirando los cuadros, conversando, a veces contando chistes. Hay buena energía esta noche, creo que César venderá cuadros, los ojos que gustan del arte escudriñan atentos. También está Fernando. Y otros compatriotas que solo conozco de vista.
La pintura de César puede calificarse de abstracta en apariencia. No me gusta esta palabra. Tampoco creo que hay arte antiguo y arte moderno, figurativo, cubista, etc., sino sólo arte. Las etiquetas me repelen. Ya he dicho algo al respecto reflexionando sobre la pintura del colombiano Miguel Angel Reyes: que eso de la abstracción es puro cuento, cada pintor y cada artista de raza pinta, esculpe, compone, escribe etc con las tripas, con sangre, con heces y esperma ¿cómo van a decir que eso es abstracto? ¿Abstraído de qué por lo demás? ¿O por qué no extractado? La pintura abstracta no existe, ni la expresionista, ni la realista, ni la impresionista, ni nada. Sólo existe la pintura con sus misterios movedizos. En mi trabajo de escritura tengo una propensión natural al cómic (bande dessinée) y a la caricatura. Me gusta Astérix, les Bidochons y Corto Maltese; también Gaston Lagaffe y Lucky Luke. No sé por qué pienso en esto, tal vez porque él es Conguita y yo el Chapulín; veo su sonrisa de duende y me sirvo otro vaso. La pintura es una práctica artística que consiste en plasmar colores sobre una superficie (mientras tanto, dibujo morfemas sobre el lienzo de papel bond). Hace un par de años, cuando me lo presentan, cuando me invita a un vernissage en la época de Chancho Blanco de Maranello, me impacta la composición que se llama La Serpiente. Es un lienzo, mejor dicho dos lienzos al óleo, superpuestos. Un cuadro lila pequeño y, abajo, otro cuadro de tono amarillo oro, grande. Me siento en sintonía con el pintor. Creo que a él tampoco le importan los acontecimientos históricos, los fenómenos económicos, las tendencias filosóficas, ni mucho menos la política, ni los debates literarios, ni las investigaciones científicas. Esto pienso cuando veo La Serpiente. En honor a La Serpiente cito un poema de William Carlos Williams, donde tal vez, sin que uno se dé cuenta, el poeta habla de la serpiente sobre lienzo, cubierto por un barniz de delirio que asegura la estabilidad de los colores, como en ese cuadro del Bosco que está en el Louvre llamado La nave de los locos. Veamos. Si yo no estuviera loco no pensase así. Esta frase no me conviene. Estoy loco, ergo sum, y por eso pienso así cual Locus Solus. Bueno, y dice así… (y pensar que todo esto comienza en las grutas de Lascaux), bueno, y dice así:
A sort of a song
Let the snake wait under
his weed
and the writing
be of words, slow and quick, sharp
to strike, quiet to wait,
sleepless.
through metaphor to reconcile
the people and the stones.
Compose. (No ideas
but in things) Invent!
Saxifrage is my flower that splits
the rocks.
La sonoridad de esta joya viene de lejos, sale directa de la garganta de la bruja en Macbeth, pero esto no importa, lo que importa es nuestro ejercicio del arte, este salto al vacío, sin ideas, ni piedras, ni flores. Al escribir esto afirmo que César asume así el ejercicio del arte, o sea, sin toros voladores ni banquetes funerarios. El cuadro que llevo a la Guillotine es una suerte de acuarela. Los cuadros que hoy se exhiben son pinturas al óleo, cuya técnica también viene de lejos, de Flandes o de Italia, del siglo XV. La pintura al óleo permite al artista trabajar sin la angustia de que sus pincelazos se sequen. ¿Son óleos? Sí, son óleos. Vamos a comentarlos.
París, 10 de marzo del 2004
© 2004, Miguel Rodríguez Liñán
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