[Ciberayllu]
14 mayo 2004

Cuatro poemas

Rocío Silva Santisteban

 

 

Los muertos huelen en la parte más profunda del paladar

Una ciudad bañada por el mar es una ciudad privilegiada.

Eso se suele decir en los manuales de turismo. Pero la prisionera-de-sí-misma odia esta ciudad: es un pueblo de asmáticos, de olor a mar revuelto, peces varados en la orilla, basura que se va acumulando con los días en los rincones y con los días va anegando todo con un olor a muerto.

Los muertos huelen en la parte más profunda del paladar.

Los muertos de esta ciudad forman una línea que lleva kilómetros y que se extiende como un desierto. En el desierto que circunda esta ciudad no hay un solo mensaje. Los niños no juegan. Los ancianos caen en las pistas y nadie se atreve a recogerlos. Los comerciantes pintan las paredes de toda la ciudad para engañar a los niños y a los ancianos, para inventar la prosperidad.

A la prisionera-de-sí-misma no le importa ni la prosperidad ni la miseria. No pone mucha atención a nada. Hojea las revistas y envidia a las modelos de cuerpos esbeltos, de pechos amplios. Compra carteras, faldas, zapatos de taco, zapatos sin taco, compra lápices cuando no tiene dinero para comprar. Compra para sonreír pero no para tener. No le importa acumular objetos, lo único que busca es una sonrisa entre los probadores de un centro comercial. Porque los que quieren huir de esa ciudad y no pueden sólo compran para sonreír. Escuchan música también para sonreír. Cualquier cosa para poder sonreír un poco.

Los muertos huelen en la parte más profunda del paladar.

La prisionera-de-sí-misma suele caminar por la calle con lentes de sol de color amarillo-naranja y piensa que la ciudad mejora con ese color reposando sus ojos turbios. No mira las esquinas, no saca la mano en los semáforos, no golpea a los transeúntes. Se coloca los lentes amarillo-naranja sobre los ojos y todo empieza a mejorar. Saca el tubo de ventolín de la cartera, lo aprieta dos veces sobre su boca y los pulmones empiezan a recobrar su función. Un par de pastillas rosadas y las cosas van en alza. Un trago, una cita, un beso furtivo, algo de sexo rápido y la ciudad empieza a despejarse.

La bruma se disipa.

Los colores de las luces en la noche cobran dimensiones inexplicables. Las bombillas rojas, el neón lila de las discotecas, el aire denso, los anuncios de las tiendas.

Pero el olor sigue ahí, ahí, en el fondo del paladar.

 


¿Le tienes miedo a la sangre?

Yo no
Vivo con la sangre
La toco, la veo, la huelo
Cada mes. No se equivoca.
Regresa fluyendo suavemente
No me molesta
Me miras
Un gesto de asco frente a la tela ensangrentada
Me da risa, ¿por qué el susto?
Tu boca también está manchada

¿crees que voy a cortar la leche?
¿a avinagrar el vino?
¿a nublar los espejos?
¿a embotar las navajas?

Son supersticiones, balbuceas.

Cree lo que quieras creer
Pero te digo una cosa:
La sangre se va y regresa, un poder
Retorna. Es la vida
Que clama su grito rojo.


El ángel negro de Copley Square
(Rilke)

¿Adónde voló el ángel que me prometiste?
¿Dónde se esconden sus alas tiznadas? ¿en qué
paraíso recobrado fue a refugiarse? ¿por qué
dejé de ser su protegida?

¿Cuáles son los efectos regresivos de mis malas
palabras? ¿a qué otra heroína ha escogido? ¿por quién
escarba hoy entre las piedras? ¿de quién
son sus incontables caídas?

¿Qué tropiezo cotidiano fue abriéndose como un
precipicio? ¿qué oscura obsesión se disolvió
entre sus alas? ¿bajo qué poder agacha hoy la cabeza?
¿sobre qué dominada cerviz levanta las garras?

¿Por qué hiciste que descendiera la escalera?
¿Adónde lo llevarán sus deseos?
¿Desde qué inconfesable estación del tiempo
se bate en retirada?
¿A quién libera de la pestilencia?

Dime, dime, dime
¿Qué música tañe su arpa? ¿qué
espalda congela sus ansias?
¿Qué camino empieza a recorrer a tientas?

Y no te hice caso
Y tú me lo habías advertido:
Todo ángel es terrible.


Cruzando el Puente de Brooklyn

Aquí estamos mi hermano y yo cruzando el puente de Brooklyn
la tensión de los cables de acero, el frío calando los huesos
la sensación de un ahogo y el cerebro parece reventar

atrás el East River
lejos la Estatua de la Libertad
pero nada de eso me interesa

yo quiero seguirlo, tengo frío, me arden los pies
mis ganas se apagan conforme avanza el tiempo
el paraguas negro y roto
atrás lejos, una imagen de Van Gogh
más adelante una vela en San Patricio prendida con vergüenza

mientras tanto mi hermano pertrechado suelta disparos
para ambos lados:
Canon F3, un segundo de cariño
retenido con urgencia

«ven, abrázame, que hace tiempo nadie me abraza».

y yo extiendo mis brazos con torpeza
é l me aprieta como el oso polar del Central Park
buscando esa sensación que desate su prisión de pelos.

Ahogo un llanto, aprieto las muelas,
¿dónde están todos esos momentos que nunca nos dimos?

«Párate acá, que nos tomamos una foto».

Lleva un pie vendado y tantos meses de soledad.

¿Recuerdas cuando te dejé que peles la antena del televisor
y te cortaste un dedo?
Le tenía miedo a la sangre de mi hermanito: lloré
y envolví el dedo en toneladas de papel higiénico: gesto inútil,
ahora porta como un estandarte esa cicatriz.

Camino detrás de él sostenida por su persistencia.
Tropezamos con gente corriendo en camiseta
cruzo mi saco, meto las manos en los bolsillos, levanto las solapas,
y le grito que detesto el frío.

Pero él cojeando insiste una vez más sólo por la foto del encuentro:
dos hermanos abrazados sobre el Puente de Brooklyn
un disparo, un milagro, una revelación.

* * *


© 2004, Rocío Silva Santisteban
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Para citar este documento:
Silva Santisteban, Rocío: «Cuatro poemas», en Ciberayllu [en línea]

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