13 mayo 2004

Tempranillo

Cuento

[Ciberayllu]

Antonio Bou

 

Llevo poco en la cultura del vino, pero lo suficiente para reflexionar sobre mis personales experiencias... y concluirme cosas sobre el fruto de la vid. Así como según acierto a ratos a entender las amplitudes del Túnel sabatiano...  hasta llegar por vía de tren hasta Belgrano... y de los brillantes entrecruzamientos reiterativos del maestro don Luis Quesada... puedo saber que, en función de mi organismo, se trata de un alucinógeno... la uva y el vino... y especialmente mi favorita, la llamada tempranillo.

Aquí nos detenemos... es decir, nos salimos de ese camino, no vaya a ser que nos metamos en informes sobre ciegos, que ya se sabe, que siempre hay quien se ofende... que tendría que haber sido informe sobre no videntes y Argentina tendría su Oscar, digo, su Nobel. Bonitas posibles reflexiones para llenar una mañana de par de tazas de té, quizás uno que otro Bitter... o Fernet o Gancia... sentado en un café dejando pasar la calle y la acequia... una vez que te sales del centro donde están supuestamente trabajando para ti... y mejor no hablar...

Poco antes pasaste por Zeta y oíste a Homero como el que oye a Verdi y saliste de aquel túnel chiflando el Vals de las olas... para meterte en otro... Vuelves a lo de Gabriel, siempre está allí Laura, tan bella y oscura como otro capítulo, con su escotada cintura... buenas piernas... y está el estado mayor reunido frente a los monitores... haciendo el gran proyecto o jugando al tute o al bingo... ¿de qué viven, me pregunto?... ¿venderán ballenitas a otras horas, en otros conventillos?

Me voy... dice Tily que no vaya por esa calle sino por la otra... insisto en mi previa decisión... a él qué le importa... si está metido de lleno en seminal reunión de negocios con su socio... si no ve luz al final... ¡mi socio y yo!, me exclamo, sí, ajá, mi socio... ¡por mis cojones!... No, le digo, si me voy por aquí porque quiero ver algo al doblar la esquina... deja el rapeo y abre los ojos... Laura me dedica anémica sonrisa... extraña belleza digna de que la rayuelen hasta la saciedad... Cristián, el socio, se me queda mirando con ojos de sabueso. ¡Ah!, se me olvidaba... le grito interesando a todos en el tema... ¡el mozo de la Marchigiana me pregunta por ti cada vez que lo veo!

No es mala frase, esta última, para anotar en la de atraer a multitudes... el Cristián, socio de Tily, toma nota... si se dedica a la publicidad es porque se dedica a la publicidad... claro, en paños menores... habría que ver a Olenka diseñándole el presupuesto a Míster Ford, tallando, tallando... hilando fino... para saturar el mercado como en monopolio. ¡Desangrándose la pobre peruana!, madre y maestra mágica... para poner los 4X4 donde no los haya. Pero estas criaturas, las de acá, Mendoza lejana y sola, prometen... hay que ver los méritos, dales soga, dales cuerda... en cuanto descubran que sin la coima no se come... la pegan... caen... caemos... y paz en la tierra. Lo deben de saber... lo deben de saber... dales hilo.

No precisamente por llevarle la contraria a Gabriel... piensen si me tratara de la virgen María... me fui por la esquina que me fui y tres o cuatro cuadras a la izquierda me pensé para mis adentros: deja llamarlo y a lo dicho hecho. Responde Laura, siempre fiel al teléfono, que ya se habían ido... bueno, pues si así trabajan que sigan así, que ya acertarán mientras no les dé por la echadura y por creerse que es el epítome, la cima y el non plus ultra como a la gente por ahí desde el cuentecillo de las ocho horas. Mejor, me digo... si ni falta que me hacen... si van a lo de ellos, que es lo mío... ¿Se habrán ido de business lunch a la Marchigiana? Tomo mi silla frente a mi mesa y me pido mi cafecito... Espero a Laura... que por qué no... si a ella nadie la invita, me lamenta... Me va a tomar mi tiempo explicarle lo de la echadura... ¡no, Laura, bellísima, no!... ni la de la siesta, que esa me parece brillante y humanísima costumbre que sólo puede atacar la envidia...

Se tiene que ir Laura... accidental como el poema de De Diego... el laburo, me indica... A la derecha me estacionan un carro que emite delicioso carbón por el mofle que florea con nuestra mesita... miro a la izquierda y ahí es que veo que no estoy tan solo como parecía y descubro la importancia de haber ido desde niño al cine y conocer de las cosas del séptimo. No cada vez que te sientas en un café y se te esfuma la invitada, tienes en la mesa del lado a Claudia Cardinale la de sus gloriosos quince, cosa así como racimo de plenas de vendimia... tempranillo.

Con este ojo detector, de fino narrador, advierto varias posibilidades sin necesidad de someter a la criatura a pruebas de embarazo. Abro más la mirada y veo que no está sola la Claudia, o que está más que sola, acompañando a Jesús, su novio, pareja perfecta según la dirección del reparto, David Hemmings antes de que Antonioni lo lanzara... porque vean de quiénes se trata sin que me hubiera propuesto yo, príncipe de la objetividad, idealización alguna... La Claudia no se llama Claudia ni sabe con quien la confundía... mucho más surrealista el nombre... la Nadia de Bretón... así de sencillo, Nadia, casi nadie...

Son los peregrinos, me pienso, los peregrinitos de la canción, del romancillo... Ah, le digo a Jesús, no me digan nada, ustedes han venido a Mendoza a que los case el obispo... porque son primos... ella quince y tú diecisiete... No, dieciocho, tenemos dieciocho los dos... podemos casarnos... pero no podemos... Pueden y no pueden, eso me gusta, me devuelve a Sábato y al Túnel... y a la pintura de Quesada. Mire, me dice sacando la pierna derecha de debajo del mantel... y veo vendajes y manchas de sangre en un lío forzado a presión dentro del tennis. ¡Ah!... no sé qué decirle... no sé cómo preguntarle... no hace falta.

Mas aparecen como aparecidos fantasmales los socios de la primera parte... ¡Ah!... ¡qué bien!... Gabriel, el Tily capaz de movilizar a Mendoza toda con un gesto, con dos palabras... y el socio, de iguales condiciones... Pero Jesús no deja de hablarme porque no los conoce... trabajo en una bodega, lavando el lagar con agua caliente con una manguera de presión... un accidente, el agua me llevó la bota... tuve una quemadura... pero ya la van curando... hoy vamos al hospital... cuando termine el tratamiento me dijeron hoy que hasta ahí tengo trabajo... por eso no podemos casarnos.

A todo ello Nadia parece indiferente, a no ser al superpancho que consume bajándolo con la correspondiente Coca... ¡Yo te acompaño, Jesús!, no es bueno ir solo al médico... Jesús me mira con dos gigantescos gritos celestes... Sí, quiere que lo acompañe... Tily y Cristián me miran con ojos de aceitunas rellenas... han pedido una de tempranillo... en honor a mí debe de ser... Pero no saben qué ocurre y no los ponemos al tanto... no hay tiempo... todo sucede demasiado rápido... nos montamos en el remís... ¡Nos vemos a la noche!, le grito a Gabriel que al llegar me había dado uno de Judas... no sé si me escuchó.

* * *


© 2004, Antonio Bou
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Para citar este documento:
Bou, Antonio: «Tempranillo. Cuento», en Ciberayllu [en línea]


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