Mensaje del kuraka

Primero de marzo del 2003
[Ciberayllu]
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Es ésta una tarde gris, innecesaria. Como a mucha gente, me absorben las sabatinas tareas hogareñas de quienes vivimos en la panza del imperio. Nada espectacular: hay que alimentar al hijo y recordarle sus deberes; la ropa tiene que estar limpia, así como el piso y la cocina; e ir de compras. Es, sí, claro, una tarde prescindible a la que trato de dar significado escribiendo esta nota mensual, casi menstrual —pues incluye síndromes previos y todo eso, pero con el género errado— . Uno está pequeñito en días así: más parte de la biomasa que de la pretenciosa raza humana, más simbiótico que analítico. Lejos, en donde dejamos lo nuestro, millones de personas en miles de ciudades, culturas, pueblos y estilos de danza, se preparan para el rito anual del carnaval, donde se olvidan agravios viejos y, enamorando, se crean lazos fuertes y se inventan a menudo nuevos agravios.

Y en este lado norte, a uno y otro lado del Atlántico, mucha gente —asumiendo agravios ajenos o inexistentes— parece haberse resignado a que habrá guerra, a que no hay lugar a la mesura; en este lado del charco, en una sociedad en que se vive al crédito al mismo tiempo que se ahorra para la jubilación, no extraña pues a muchos que se haga una guerra contingente, que se golpee por si acaso, que se mate para evitar probables muertes en el futuro, y aquel que diga que no, pues al carajo, qué pena, los Estados Unidos no pueden arriesgarse a la posibilidad de que los ataque quien nunca los atacó ni realmente podría. Mientras tanto, hoy sábado —dando una razón más mezquina para eliminar este día del calendario— el galón de gasolina subió ocho centavos de dólar en la esquina. Los obvios cabos no se atan fácilmente, por lo menos en público; pero a pesar de la autorrepresión, de la incesante autocensura, aumenta, lenta, la oposición, pero no mucho, en este lado del Atlántico y del Pacífico. Esta creciente oposición, por supuesto, es buena para la conciencia pero puede ser mala para la paz, pues los guerreristas, al ver el aumento de la discordancia pero contando aún con mayoría, se apresurarán a inventar algo para empezar la guerra de una buena vez y ahí sí que habrá que crear una nueva forma de oponerse, pues en la panza del imperio no se permite criticar al gobierno cuando éste está en guerra franca, no importa dónde ni cómo ni por qué. No te meterán preso por oponerte a la guerra, pero hay formas mil de hacer la vida difícil, y habrá temor desde que se suelte el primer bombazo...

(Los carnavales son como tu cumpleaños, América Latina, y por eso pienso mucho en ti en estos días: quisiera que bailaras de mi brazo, y que yo pudiera hacer que, quebrándote en la danza, giraran tus amplias polleras en el atardecer aún brillante de los días de carnaval y que, al hacerlo, me miren y sigan mi mirada tus ojos llenos de esperanza verde o negra o del color del café, y que sonrías gozando del baile y de la vida. Hagamos eso: el carnaval no los demanda.)


Ciberayllu tomó al breve febrero por las astas, trayendo a los lectores abundante material.

Permítaseme alterar el orden en el que aparecieron los escritos, para destacar un trabajo especial en varios sentidos: el ensayo «The Street Signs of Downtown Lima: Memory and Identity in Peru» es una de las pocas entregas de Ciberayllu escritas en inglés (en este caso con abundantes citas en castellano); es, al mismo tiempo, el trabajo más extenso que hemos publicado (impreso, supera las 60 páginas); pero es, principalmente, una importante y probablemente polémica discusión —que incluye historia, filosofía, psicoanálisis, antropología y un cariño enorme por el país— elaborada por William W. Stein, estudioso y amigo que por medio siglo ha estado ocupándose de múltiples aspectos de la sociedad peruana: desde su trabajo inicial, en los años 50, observando críticamente el proyecto Vicos, pasando por sus estudios de la siquiatría en el Perú, sus análisis mariateguistas o de las insurrecciones indias: siempre tomando el lado de los excluidos. Es un privilegio y una necesidad difundir trabajos de esta naturaleza, que vienen con el muy visible sello de «compromiso», pues no hay otra forma de entender esfuerzos que, como éste, no se hacen para complacer a nadie, sino para tratar de alterar el ritmo cómodo en el que solemos recalar quienes, de una u otra forma, tratamos de entender al país.

Habíamos empezado febrero con un comentario de Lydia Fossa, lingüista peruana estudiosa de las crónicas, sobre su trabajo de minucioso rescate de los términos indígenas encontrados en esos escritos. Vale destacar que este material está disponible para consulta del público por la Internet, lo que hace el esfuerzo doblemente meritorio. Y cerramos el mes con otro comentario, esta vez del poeta y crítico Camilo Fernández Cozman, quien envió un interesante trabajo sobre un poco conocido libro de crítica literaria del historiador peruano Jorge Basadre, entrega oportuna teniendo en cuenta que se celebran ahora los cien años de su nacimiento.

En cuanto a narración, dos cuentos: uno que habla del odio y el otro del amor. José B. Adolph nos envió «La bestia», muy bien lograda metáfora, apropiada para estos tiempos. Y Óscar Ugarteche nos cuenta una historia de amor —publicada precisamente el día de los enamorados—en la que los abrazos se hacen difíciles por la distancia.

La poesía, también por partida doble, estuvo primero a cargo del poeta español Isaac Calderón, que intercala alejandrinos, alegorías, endecasílabos y neologismos en un largo poema que invitamos a leer varias veces. Y luego, el poeta arequipeño Porfirio Mamani Macedo, radicado en Francia, escribe sobre la palabra y la condición humana.

Y en el sentido contrario, yendo de Francia de visita en el Perú, Miguel Rodríguez Liñán relata la segunda parte de su viaje al Perú, esta vez visitando su norte de origen.

Mucho material, mucha lectura: para eso estamos.

Saludos a lectoras y lectores.

Domingo Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu
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