[Ciberayllu]
12 febrero 2003

Curul: Canción para acunar lo antiguo

Isaac Calderón

 

Más difícil es encontrar
una palabra sabia que una esmeralda. 

Y sin embargo, la encontraremos
junto a los humildes servidores
que muelen el grano.
Ptahhotep, papiro Prissed´Avesnes, 2400 a.C.

Caían verdes los niños     Tú eras uno de ellos
buscando el molino          la memoria de verse
como una espiga más sobre el viento.
                                       Pedro Montealegre

 

A Pedro Montealegre Montetna

Erguido así como un tronco cuya nuca pueblan fibras,
tu inteligencia no se reserva el pálpito ni la polirritmia,
ni el oscuro desvelo de la marta en el bosque.

Como un soplo rojizo entre tráqueas de asfalto
como la pedrería entre neones y los frontispicios
de los templos, tú quieres seis verbos:

transitar, gritar, alzar brindando
con el dulce infantil de la atmósfera,
sofocar lo que fenece fieramente
y arrojar la simiente de nuestras manos púrpuras

Tu inteligencia tersa conquista sueños muertos
y antiguos, no hay cesura inquietando la yunta de lo ebrio
mientras tus trastos tierras tu cinefagia sucia
tu cetrería cimentada en pulso firme y demoniaco
abrazan todas las edades.

Los dados de Eros por lamentar mis labios
como méntulas
por libaciones ociosas de ceniza
acariciando la landa iluminada

No me domina el odio
cada día es un apocalipsis para las orquestas

y tú conservas la fiereza de ojos de lechuza
bajo un plumaje lácteo, pero no eres
un ángel de la huasca de Jacob,
tú no eras el perdido en l´escalier du diable
eras el niño solo losando lluvia en arrabales de pestañas
en pestañas que señalaban a los libros sabios
tus pestañas soñándose viejas entre páginas vírgenes

y Sangre gritaba desde las fuentes del antiguo mundo
esos mismos poetas que pudieron reírse
de los pueblos rojos

alfámbricos

mientras en grutas se atigraban las noches pariéndose
como llamas oscuras crepitándole a Cipris renacida
Virgen

mientras Circe cercénase por un mirar severo los abismos
y las simas del aire temblando y el cielo
se blasa de serpientes y mancias oscilantes

Apolo que enloquece y los dioses que cesan en sus voces
y huyen los dioses de los templos
a la moldura infame y antifónica
del tórculo grabando sobre el alba del habla

las estrellas trillaron las órbitas
y a las risas de juncos vinieron como a Jara
los dictados taludes los alambres de grasa
la suciedad y el cieno que detentan las venas
sin padre y el rumor rechinando
de las hidras hidráulicas

tu inteligencia entonces descubrió del rayo la ceniza
la zona imaginaria de las transformaciones
el marfil generoso del filo no palpable
la ingeniería ajada de pagodas y acrópolis

las siringas jardines y las jarcias
que del submundo brotan como bocas de Hades

el pozo contemplado
el zócalo donde te abismas con desmayos
un marzo de yoes futuribles
para sellarse nunca

y la sed sádica de más caderas dominadas
y la caricia fáunica de la carne animada
y nadie que conozca tu cuzco ni tu cuajo
ni el fermento mohoso de tu cráter pandóreo
ni de tu risa lúpica

erradicar caídas no es ser digno, es la victoria
de lo laxo del sexo, es el auge imposible,
hay que cantar tronando entre el sediento
y esculpir esta carne con el verbo puntero

escupir tan bien o demasiado tarde lo indigesto
la pócima de raíz antropogénica
la peonza febril que nos abrasa
las ropas los roles las sortijas 
y lo adjetivo alhaja de tu nombre

benissimo

bailemos el silbo de la flecha de Febo

de puro caminarte de pasos perezosos
te has tejido el palio del nadir

bailemos

sobre el limo y resbalando hacia adentro
donde moran la corona y el racimo

el silbo

de la serpiente sonora, el arsenal
sereno, la gloria o la pasión mendicante

de la flecha

que apunta a la infinita entraña
y bendice tus manos con la risa

de Febo

bailemos el silbo de la flecha.

Sobre las potestades olorosas
has urdido una casa de mimbre
has urdido el corazón del bosque
donde se asientan en nidos los aedos
de púberes pálidos, y ni olvidas que
el amor es un demonio.

Devils soonest tempt, resembling spirits of light.*

* Shakespeare, King Lear 

* * *


© 2003, Isaac Calderón
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