14 febrero 2003 |
El caballo y el alma flacaCuento |
Óscar Ugarteche |
Para Carlos Bendezú,
el músico
«Sólo vive quien mira
siempre ante sí los ojos de su aurora,
solo vive quien besa
aquel cuerpo de ángel que el amor levantara»
Cernuda
Mira su infancia azul. Estaba al otro lado del gran salón de baile, vacío. Logré mirarle a los ojos. Se le veía un aura en el fondo de su alma. No sabía que estaba ante un alma flaca y sin ilusiones que observaba atónita su reflejo en el charco de lodo con orines, que vivía ahuyentada de sí misma y hundía su mirada azul, azul, a un recuerdo de violencia y ausencia. Vengo de familia de gitanos, me dijo. Es el joven arlequín mirando a su padre acróbata. El niño junto al cómico. Mi madre es gitana y lee las manos. Dice que un día me voy a ir pero aquí estoy. Me quiero ir de la vida, evaporarme para que mi alma dulce y flaca no sienta la soledad del desencanto. Nadie me ama. Nunca he amado. Fantasmas de la pena / a lo lejos, los otros / los que ese amor perdieron / como un recuerdo en sueños / recorriendo las tumbas / otro vacío estrechan / La condesa descalza. Ava Gardner, ruega por nosotros. Se fueron juntos y fueron felices hasta que te asesinó. A mi padre lo recuerdo en una alfombra verde, verde, con maletas azules, azules, y siempre un regalo. Un regalo para decirme que pensaba en mí mientras yo daba vueltas por el ruedo del circo paseando al caballo, sin público, y que me comprendiera. Un caballo grande, suave, que trotaba a mi lado. El regalo en la caja dorada con un gran listón de seda marrón. Un triciclo, un aeroplano, una muñeca, caja maldita llena de ilusiones y vacía de amor. Si el amor fuera un ala de aeroplano de juguete...
Londres, 24 de junio de 1994
Sé que cuando recibas ésta ya no estaré a tu lado. Me habré ido de ti y de mí. Me habré ido de la vida. Tú fuiste la vida para mí en los instantes en que me mostraste que Pedro Salinas existía y que Cernuda era importante. En esa vida, juntos, un instante, me hiciste sentir persona y descubrirme como persona. Estaba inmerso en la concha de un caracol mirando el negro sinfín, oyendo el mar, como un silencio que va y viene. Hoy, que ya no estoy, tengo la resaca horrible de haberte dejado, sabiendo que nunca estuviste a mi lado, mientras jugamos a estarlo siempre. Han sido muchos años, muchos, para que esta separación de lo inexistente sea fácil. Tú tienes tu otra vida, lo supe desde el inicio. Él estuvo allí como la competencia improbable. Con él compartiste la salud, la literatura, el café, pero conmigo compartiste la ternura. Sé que no tengo cómo ganar aunque ya haya perdido, pero es imposible perder lo nunca tenido. Pensar que lo tuve entre mis brazos y ahora no lo tengo, es tan corto el amor y tan largo... pero tan largo... el recuerdo. Entre nosotros no hay olvido posible. Me he ido, sí, y seguramente me estarás extrañando igual que yo a ti, pero compréndeme que no podía más. Mi razón prima, no obstante este amor que te tuve siempre y te sigo teniendo. Estoy muerto de la pena por quererte y saber que me quieres pero que no puedes remediar ser quien eres de la forma en que lo eres. No te odio, aunque solo se odie lo querido. Posiblemente no seas consciente que lo nuestro, más allá de un amor de una eternidad, fue una vida juntos pero siempre separados por todos los obstáculos que ingresaron en la relación. Tu carrera, tus amigos, tus investigaciones, tu prestigio. Hoy, a todas luces, esos obstáculos los he removido, desapareciendo de tu vida. Entre nosotros no hay barreras porque salí. Seguramente no me vas a perdonar haberte dejado. No te he dejado. Me he ido para no sufrir más la infamia de saberte ausente y esconder mi amor por ti hasta de mí mismo. Incluso esto me hace sentir vivo. La vida es extraña. A tu lado me sentía morir, lejos de ti, ahora, tu recuerdo me hace vivir. Saber que tú sabes todo lo que hay que saber sobre mí me entristece cada noche al acostarnos y decirte buenas noches. Mirarte me recuerda mi destino. Tu sonrisa. Tu mirada. Tus labios. El brillo de tu piel. Los ojos fijos. Tal vez es cierto. Eres demasiado bueno para mí. No me merecía tanto. Son demasiados años. Es demasiada vida. Es demasiado amor callado para esconderme detrás de tu pudor y tu miedo.
Recibe un beso y una caricia en la espalda,
Harry
Lima, 2 de agosto, 1994
Querido Harry,
No logro todavía encuadrar el sentimiento que me va invadiendo en tu ausencia buscada. Va comenzando a reposar un gozo y un optimismo maduro muy lindo. En cada instante te recuerdo y me sonrío. Disfruté buscando la pluma y encontrando una hermosa y fina para que tuvieras en la graduación de tu doctorado una muestra del cariño que te tengo.
Has buscado mi ausencia, para no sentir la infamia de mi ausencia presente. Ahora en Lima converso con mis amigos del alma que siempre me ayudan a comprenderme. En breve, cuando te pienso, a cada rato, me sonrío y me siento cómodo. Extrañamente no temo que se desarrolle el destino. El temor ante el amor es siempre mi freno. No le temo a tu muerte. No tengo una luz ámbar que dice detente. Ahora, estoy con la luz verde. Creo que anticipo el tipo de dificultades que pueden surgir y creo que las puedo manejar.
No tengo la menor idea cuáles han sido tus reflexiones pero me imagino que también en esta ausencia buscada has meditado sobre ti, tu relación conmigo, y sobre los frenos, o no, que puedes ponerle. Donde quizás no parezca, soy el último romántico del planeta y a buena honra. Tú, mi arlequín, me sorprendiste con tu amor, y los años transcurridos no han sido en vano. Me encanta tu amor como el mar. Le temo. Lo demás, desde mi perspectiva, es lo de menos, y sospecho que desde la tuya también. Al menos eso espero. A ratos creo que esto es una imprudencia. Estamos mezclando causa con otras cosas.
No has perdido nada, has ganado alguito en perspectiva de la vida. La finitud de la vida nos trae la sabiduría de apreciar lo que tenemos ahora acá. No tengo idea qué esperabas o si incluso esperabas algo, pero como viste, tranquilo nomás. Espero que la culpa no se agolpe ni el conflicto se desarrolle dentro de ti porque, al menos ahora, no tienes por qué. Desafortunadamente, la razón en estas cosas no funciona mucho. En todo caso podemos hablar del asunto hasta que comprendas la normalidad más normal del universo: la vida se acaba un día y eso es lo único que sabes. En un texto que presenté hacen tres meses indico que de lo observado, el gran cambio de los noventa es que el deseo es en sí mismo y no está en el sujeto del deseo. Entonces, el deseo muta y se transforma y en sí toma un valor. El otro, o la otra, son solo un pretexto para el deseo. Es un cambio esencial hacia la libertad de la persona. Del mismo modo que nadie puede ser feliz por ti, nadie puede desear por ti y viceversa. Es tu deseo y tu felicidad inalienables. Nadie puede ni vivir ni morir por ti. Yo sólo puedo acompañarte con mi amor. Lo que importa es la felicidad que genera ese deseo, y la vida que se activa por ese deseo. Por eso, lo demás es irrelevante. Tú me haces, paradito allí sin decir nada, mirándome, inmensamente feliz. Te sonríes y mi felicidad crece. Te abrazo y me desbordo de alegría. Fui inmensamente feliz acompañándote en tu graduación. Fui más feliz todavía escribiéndote la tarjeta (difícilmente) buscada. Y más feliz cuando la leíste. Lo que puse es lo que siento. Iba a poner cosas más dulces pero calculé que sería leída en público y eso no es lo más conveniente. Ni para ti ni para mí. Ahora que acabaste el doctorado ya no importa. No soy tu profesor de estudios latinoamericanos. Soy tu amante.
Quiero aprender a conocer tus miedos y reasegurarte que mientras tengas vida estaré a tu lado, aunque sea a pesar tuyo. Quiero comprender tus dudas, y tus esperanzas, quisiera compartirlas, si me lo permites. Compartimos un conjunto de ideales muy lindos. A mí se me va a la vida en eso. Compartimos jazz, humor, opera, literatura y un simpático grupo de amigos. Compartimos el humor. Creo que compartimos el deseo.
Te miro y te veo tan calmado y plácido que me asombras. Quizás porque vivo en un frenesí. A tu lado, no sé por qué, me siento más seguro. Ni idea por qué. Intuyo que eres positivo para mí a pesar de todo, y no lo tomes como humor negro. No lo sé, pero lo intuyo. Ojalá sea yo positivo para ti, para la compresión de ti mismo, de tus afectos y de tus ilusiones. Lo intelectual en este plano no cuenta, y eso lo digo a pesar de tener conciencia que estoy poniendo una distancia mientras escribo esto. Puede ser la expresión de la falta de intimidad a la que te refieres. Al fin y al cabo hemos estado juntos mucho tiempo pero intimidad no hemos tenido casi entre tu tesis y mi libro. Aquella vez juntos que detuviste tu trabajo de tesis y viniste donde me escondí a escribir el libro fue excepcional. No hemos tenido casi tiempo de hacer nada juntos ni de hablar de esas otras cosas que nos unen que no tienen nada que ver con lo que escribimos o dictamos. Mucha gente, mucho público y mucho cuidado por muchísimo tiempo. Tienes razón en tu reclamo. Te prometo corregirme. Ayúdame y no me dejes. Por favor no me dejes ahora.
Espero el momento que estemos solos y que podamos conversar con intimidad. Necesito tu intimidad. Necesito sentir que esto no fue un invento de mi cabeza. No es posible que haya inventado todo el tiempo ni que los encuentros en medio de la tromba hayan sido tan intensos aunque en realidad hayan sido accidentes. Júrame que no te inventé. Todavía creo que todo fue mi imaginación. En todo caso, eres muy lindo y espero verte pronto.
Tuyo con una sonrisa
Benjamin
Benjamin regresó al Rodin y se le corrió una lágrima. Tal vez no sea yo el más indicado para ti, me dijo. Tú necesitas a alguien a tu lado y yo me voy. Fíjate lo mal que acabó Ava Gardner porque Humphrey Bogart no estaba. Me abrazó. No sé por qué, me abrazó. Fue un abrazo eterno, quieto, dulce, cálido. Me miró atónito y me dijo, no me hagas llorar. Telarañas cuelgan de la razón / en un paisaje de ceniza absorta / ha pasado el huracán del amor / ya ningún pájaro queda. Palidecí. Le abracé fuerte. Ahí nos quedamos en medio del salón de baile, el arlequín y yo fundidos en la quietud eterna de la ternura. Rebrotaba desde el centro de la tierra una sensación extraña. Desde la vida vacía, la muerte, aparecía un te quiero. Sonó la puerta hueca del fondo. Era el viento. No había nada que decir. El silencio regaba el mármol del abrazo que reverdecía bajo el brillo de una vela. Mi dedo rozaba su pecho quieto y no me dejes. No, no te dejaré. Mi alegría fue verle feliz con una limonada, y el silencio de la caricia de mi dedo sobre su pecho. Detrás del pecho desnudo la violencia y el terror de la muerte. Vengo donde habita el olvido en los vastos jardines sin aurora. Entre mis lágrimas sentí la delicadeza del beso y la blandura de los cuerpos. Sobre el áspero mármol se posan estos dos amantes con fondo azul, soñando. Sus ojos son grandes y almendrados, su nariz ligeramente en punta, sus labios carnosos y la expresión de buenos días soledad. Los bucles han quedado rapados para que no se reconozca a la condesa descalza. Bucles castigados para que no se sospeche que detrás de la belleza hay belleza y que detrás de la profundidad, sufrimiento. Un baile en el gran salón vacío, sin zapatos, para recordar a los gitanos en la luz brillante del amanecer de primavera. No es el amor quien muere / somos nosotros mismos. Caminé bajo la lluvia de la noche fría, vacío, sólo.
© 2003, Óscar Ugarteche
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