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Vuela el tiempo. Va. Se oculta. Pocos lugares escritos son tan comunes como los que se refieren al paso (sí, claro, inexorable...) del tiempo. Pero el tiempo está inevitablemente puesto en el tapete por palabras como «urgencia», «pronto», «ya», «desde» y tantas otras que dominan el lenguaje cada vez que sopesamos nuestras vidas en un ejercicio que parece ser más frecuente cuanto más lejos estamos de nuestra semilla y de nuestros rincones originales. Basta pensar sólo un par de minutos para saberse una simple casualidad biológica consciente, materia viva prescindible y reemplazable. Pero esa minúscula individualidad cubre casi totalmente nuestros ires y venires diarios, y nos hace necesarios y muy probablemente relevantes para quienes comparten nuestra casa, nuestra sangre o nuestro pequeño mundo. Sin pretender —vanamente: toda pretensión es vana, dice otro lugar común— romper siquiera la superficie de ese mar de la conciencia al que llamamos filosofía, esta especulación sobre el tiempo viene al caso solamente porque la semana pasada era una semana de recordar (¡qué novedad!) a un importante peruano a quien la biología le jugó la mala pasada de cerrarle la vida cuando aún tenía muchas buenas ideas y muchos buenos ejemplos que dar. Alberto Flores Galindo —Tito Flores Galindo— mantuvo una actividad intelectual incansable, rigurosa y cada vez más relevante. Como sucede con los historiadores más sabios que no sólo estudian el pasado sino que tratan de cambiar su presente, Tito rebasó prontamente los límites académicos de la historia —sin abandonarlos jamás— y asumió totalmente su condición de hombre comprometido con su realidad, la realidad del Perú difícil e históricamente enigmático. Y si bien murió en 1990, a los 41 años de edad, hoy se puede muy bien decir que Tito cada día escribe mejor. Su libro de ensayos históricos Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes examina la difícil y fracturada relación entre los diversos segmentos que constituyen el Perú, desde las percepciones europeas e indígenas del imperio incaico, pasando por la persistente tradición autoritaria, hasta la brutalidad de la guerra que golpeó al país en las dos últimas décadas del siglo pasado, y que a Tito le tocó ver sólo en sus inicios (de ahí el título del último ensayo de ese libro, recientemente reeditado: «La guerra silenciosa»). Salvo un par de ocasiones, no me tocó frecuentar a Tito Flores Galindo. Pero mi relación actual con el Perú está empapada de su legado. Y Ciberayllu, sin pretender en modo alguno representar su pensamiento, es también depositaria indirecta de sus huellas, pues gran parte del estímulo inicial para empezar este aún incierto proyecto, en 1996, vino de amigos miembros de SUR —Nelson Manrique, Maruja Martínez, Óscar Ugarteche, José Luis Rénique, Rodrigo Montoya, entre otros—, la casa de estudios del socialismo que Tito fundó en 1986. Somos indubitablemente seres biológicos. Pero algunos —menos mal— se resisten a desaparecer. (Más allá, en este tiempo y hacia el sur, que no sólo existe sino que vibra entre música y biología, ese sur que no me ha tocado tocar por dos años, esperas tú, América Latina, y sé que siempre será un placer nuevo ver tus canciones y oír tus olores, y saborear el color de mis memorias. Y conoceré pronto rincones tuyos de los que sé pero no he visto. Tú y esa historia difícil, inasible.) En Ciberayllu, el mes pasado se abrió y se cerró con la presencia de Tito Flores Galindo. Conmemorando su cumpleaños, el 28 de mayo, se publicó «Reencontremos la dimensión utópica. Carta a los amigos», que Tito escribió al saberse fatalmente enfermo, como una reflexión final sobre el Perú y la necesidad de continuar buscando una salida desde la izquierda. Y al empezar el mes, el breve anuncio de la nueva edición de Buscando un Inca, para muchos su libro más importante. Martha Ojeda comparte con nuestros lectores una semblanza de Nicomedes Santa Cruz, otro peruano notable del siglo pasado, que escribió como prólogo de Canto negro, una selección de la poesía de este reconocido poeta y folklorista. La poeta peruana Cecilia Bustamante, colaboradora de Ciberayllu, continúa despertando el interés de lectores y académicos del mundo. Un ejemplo, es el estudio crítico de su libro Discernimiento, que ha escrito Fernando de Diego Pérez. Desde Francia, llega una comentario de Miguel Rodríguez Liñán sobre Voz nuda, libro de poemas de Anouk Guiné, escritora francesa que vivió en el Perú y que sigue manteniendo vínculos estrechos con el país. La creación vino esta vez de Robert Jara, que desde Puerto Rico envía cuatro poemas en los que se destila el Perú que lleva adentro, y de Rafael Sánchez Villegas que, en su caso desde tierras tapatías, ha enviado una breve prosa que también se ocupa del tiempo y de la playa. Y gracias por continuar leyéndonos. Domingo
Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu © 2005, Ciberayllu, Domingo Martínez Castilla. Todos los derechos reservados. Para citar este documento: |
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