22 mayo 2005 |
Paseantes a la orilla del mar |
Rafael Sánchez Villegas |
Y cómo no dar crédito a Milton Avery si cargo, sin remedio al parecer,
con esta jodida seriedad de historiador.
En el fondo una pared que sobrepasa, a pesar de la amplitud de la imagen, los límites superiores del cuadro visual. Intentaron (a todas luces se nota) colorearla de blasfemias azules, más semejantes a la inerte monotonía de la naturaleza en milímetros. Después de enterrarlo...
Cuando aparecen de quién sabe qué regiones de la playa-pantalla izquierda dos mujeres enlutadas, pienso que la muerte es una desconocida muy solicitada. Me acuerdo de mis tías cuando murió mi papá, su hermano; no dejaban de imitar a las plañideras del panteón de Belén, ya saben, las que están en la construcción esa que está en el mero centro. ¿No han ido? (cuando murió mi papá yo no lloré, por eso me fui a pasear a la orilla del mar. Cómo me hubiera gustado encontrarme con estas dos mujeres). ¿Lo amabas tanto como yo?
La pregunta es necia, pero la respuesta me sorprende. ¿No pasa lo mismo con las muertes que se alejan de la escena? La playa casi blanca, los vestidos llenando de oscuridad las huellas, fugaces por los viajes del agua, inventando la moral de antaño, con sus sombrerotes, guantes mamones y todo. En ese espacio las mujeres pasean pero, más aún, se alejan de la muerte para alcanzar la suya propia. Van a construir un final para esta historia, pero bien lejos de la tierra amontonada rematada en cruces y ángeles que no saben llorar. Para aprender a llorar hay que ser plañidera del panteón de Belén (dice mi hermana que son sapos-changos a punto de atacar intrusos del sueño neto). Sé bien que nunca me hablarás de nuevo.
Lo que las unía era el hijo-esposo, el cauce por el que no cruzaron nunca para no encontrarse nunca. Ahora se pierden en la pantalla-playa derecha. Me acuerdo, sí, sí, me acuerdo de mi papá entrando al cono de los sapos-changos de mi hermana. La proyección de esta película es cosa privada, tal vez invite a mi hermana o... no, mejor me quedaré solo, déjenme solo, por favor, lo pido por favor. ¿Fin?
© 2005, Rafael Sánchez Villegas
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Para citar este documento:
Sanchez Villegas, Rafael: «Paseantes a la orilla del mar», en Ciberayllu [en línea]
566/050522