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urante la visita de este editor al Perú, entre julio y agosto, la inminencia del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación fue, de lejos, el tema omnipresente de preocupación y discusión. Y luego, ya de vuelta en la ausencia, el 28 de agosto seguía repicando en la cabeza: cada día que pasaba era evidente que el informe iba a ser un documento importante e impactante pues, aún sin hacerse público, ya golpeaba con dureza a muchos que trataron (y a unos pocos que siguen tratando) de desprestigiar a toda costa a los comisionados y, por ende, a los resultados de su trabajo. Y llegó el 28, y para la hora sexta estaba este kuraka, como muchos otros peruanos, pegado a los medios de comunicación radio y periódicos vía Internet, esperando la ceremonia de entrega. Las emisoras limeñas de radio se entretenían con otras noticias mientras esperaban sin la urgencia que imaginaba; mientras tanto, uno trataba de entrar al sitio web de la CVR. Mediodía en el Perú, mediodía en Misuri: ¿será éste en verdad el mediodía en la historia del Perú, o ya nos habremos pasado de la hora nona? Y empezó el discurso del presidente de la CVR y quise creer que el Perú todo escuchaba en silencio, pero probablemente sólo éramos unos cuantos: quienes tenemos radios, computadoras y televisores, quienes en verdad queríamos escuchar, quienes tenemos mediodía. Mucho más que los números y las aproximaciones estadísticas, salían de las palabras del presidente de la CVR los años de barbarie que el senderismo y el Perú oficial en concierto del que ambos han tratado de desentenderse impusieron, impusimos principalmente a los excluidos del Perú: 75 por ciento de las víctimas eran quechuahablantes; más del 60 por ciento eran campesinos. ¿Dónde estábamos todos mientras en los Andes, que decimos querer tanto, morían cada mes 250 peruanos en el más inmoral de los fuegos cruzados? Y muertes horrorosas, incluyendo violaciones de niñas y mujeres, destrozos de cuerpos, degüellos, torturas, humillación sin límites, desapariciones aún sin resolver. De ahí la vergüenza, la culpa sin indulgencia posible, pues eso sucedió en nuestro país por veinte años. En nuestro Perú. En nuestras ciudades y pueblos, en nuestros ríos, quebradas, ricas montañas, hermosas tierras, risueñas playas, en mi Perú, con fértiles tierras, cumbres nevadas, en todas partes los senderistas ejecutaban a los líderes de los más pobres, y las fuerzas del orden venían a «limpiar» todo con más de la misma sangre. Veinte años. Algunos nos desentendimos, otros nos fuimos yendo del país, otros simplemente tratamos de seguir viviendo «normalmente», horrorizados pero inmóviles. Y unos pocos, enormes, nunca dejaron de hacer algo, nunca claudicaron; nunca se vendieron y, por sobre todas las cosas, nunca callaron: «ésos son los imprescindibles», dicen que Brecht dixit. En la tarde del 28, cuando los documentos empezaron a aparecer en la Internet, una obsesión se apoderó de este editor: buscar primero los nombres de los muertos que me tocó conocer. Encontré a dos, no encontré a tres. Luego empecé a recorrer los nombres de los lugares conocidos en tantos años de caminar por el Perú, y donde siempre, casi sin excepciones, estuve con campesinos: Andarapa, Molinos, Sincos, Ayaviri, Nuñoa, Acolla, Olmos, Comas, Santa Bárbara, Tunzo, Santa Rosa de Ocopa, La Raya, Lachocc... tantos lugares queridos aparecen en el informe. Cuando encuentro un sitio, busco nombres, pero es búsqueda inútil, pues son muy pocos los nombres que recuerdo, después de tantos años y sin mis libretas de campo a la mano. Pero busco igual. Y no puedo parar, porque quisiera saber cómo están ellos, a pesar de ya no saber cómo se llaman. También encuentro nombres de lugares que ya había olvidado: ¿seguirán los comuneros de Macón llevando sus papas a Comas en enormes caravanas de llamas? ¿Y seguirán llegando a Aramachay, desde las lejanas comunidades de Yauyos, los pastores que traían charki y bayeta, para cambiarlos por maíz y papa? ¿Seguirá la señora Parra diciendo a sus ovejas los viejos cantos del carnaval? Y Eusebio, el alcalde, ¿habrá sobrevivido en su castigado distrito los embates de senderistas y de sinchis? ¿Y qué será de Guillermo y su joven familia, que aparecen como mis anfitriones en un viejo poema universitario y que, sonriendo, me enseñaban el quechua andahuaylino? Kutimunaikámaq, le dije, pero nunca volví. (Me viene a la cabeza otro hecho que me ha estado rondando sin mesura: una encuesta reciente en Lima que indicaba que el 75 por ciento de niños de edad escolar creo que de doce años: lamento no tener el dato a la mano quieren irse del Perú a buscar su futuro en otras tierras. Nuestros hijos, América Latina, quieren irse, tan jóvenes y hartos ya de violencia, corrupción, delincuencia, injusticia; carentes de peruanos mayores que den el ejemplo. ¿Cómo haremos, querida América Latina, para mostrar que sí hay futuro, cuando ni nosotros mismos lo sabemos? Ojalá que el conocimiento de esos actos terribles, de esos 20 años en el Perú nos ayude a ver la luz...) El voluminoso informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación se encuentra íntegramente disponible en la Internet. Recomendamos la lectura del discurso de su presidente y de las conclusiones generales. Los meses de julio y agosto son los de los atrasos en Ciberayllu, pues suelen coincidir con viajes y visitas. El 5 de agosto, gracias a la hospitalidad de la Casa Museo José Carlos Mariátegui, en Lima, se llevó a cabo el primer encuentro público de autores de Ciberayllu. Incluimos una crónica gráfica de este encuentro. En agosto, la creación literaria se hizo presente con dos cuentos muy distintos. Por un lado, José B. Adolph ofrece el cuento inédito que leyó en el encuentro de autores, y que trata de un hombre que encuentra la libertad en la soledad y el aislamiento de un caserón limeño lleno de libros. Y luego, Augusto Rubio Acosta, que también estuvo en el encuentro, ha escrito una historia de un amor muy especial entre un joven y una artista de un circo que armó la carpa en Chimbote. Alberto Mosquera Moquillaza ha querido, también, que todos los lectores conozcan el texto que leyó en el encuentro, a modo de homenaje a Compay Segundo y a Celia Cruz, que hicieron y siguen haciendo bailar a limeños y a gente de todas las latitudes latinoamericanas. Un libro oportuno que acaba de publicarse en Lima: La voluntad encarcelada, en el que José Luis Rénique, uno de los fundadores de Ciberayllu, describe y discute cómo Sendero Luminoso ha utilizado las cárceles como «trincheras» para continuar su guerra. Incluimos la introducción de este libro. Y Rosella di Paolo (bienvenida a Ciberayllu) escribe una reseña de Más allá de la ventana, libro primero de Bertha Martínez Castilla. Ahora sí, viene setiembre y, con él, mucho material que ha estado aguardando hace algún tiempo. Nos vemos en octubre, estimados lectores. Domingo
Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu © 2003, Ciberayllu, Domingo Martínez Castilla. Todos los derechos reservados. Para citar este documento: |
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