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Da vueltas el mundo, y es imposible saber a dónde irá a parar. Y si bien siempre es cierto que nuestras fluviales vidas «van a dar en el mar/ que es el morir», la metáfora de los ríos da la impresión de que todos vamos por los mismos cauces, o por cauces parecidos. Pero hay ríos y ríos: unos que van certeros haciendo lo suyo con mucha regularidad, otros que suelen seguir siempre el mismo cauce hasta que la carga de agua los obliga a redefinirse de vez en cuando; otros que cada año cambian de curso, como los de los llanos amazónicos; y otros que, más o menos domesticados, obedecen a esquinas, esclusas y represas de concreto para seguir sin salirse de madre —hasta que alguna conmoción generacional altera todo—. Se le antoja a este editor que en lugares e historias acostumbrados a la autoridad y a la estabilidad, tanto los de muy arriba como los de muy abajo tienden a tener sus cauces bien trazados, pero por razones distintas. Los de muy abajo son un río menudo, incapaz de desbordarse: hilitos de agua a los que un sol fuerte secará pronto; y los de más arriba porque todo está controlado para ellos: desde la cuna hasta la tumba se marcha por canales seguros en medio del gran caudal (no, no es casual que esta palabra designe mucha agua y mucha riqueza, y en cierto modo provocó esta exageración de la la fluyente metáfora del río). Y luego estamos nosotros, que creemos ser la mayoría (pero no somos: la mayoría siguen siendo los de más abajo), y que sin estar necesariamente entrampados en el riachuelo inofensivo, tampoco tenemos la perfección protectora de canales y represas. En otras palabras, no sabemos qué curvas de nivel o qué retrocesos escherianos tomará el curso de nuestra vida antes de llegar al mar manriqueano. Todo esto viene a la mente porque, hace unas décadas, me tocó conocer más o menos cerca a Alberto Fujimori. Yo, estudiante recién trasladado a La Molina; y Fujimori, profesor de matemáticas, que incluso fue parte de mi jurado de tesis, muy llena de matrices y vectores. ¿Quién hubiera podido pensar que, pasados los años, el matemático estaría detenido en un local de la gendarmería chilena, y que el que abajo firma viviría en una tranquila ciudad del interior de los Estados Unidos, hurtando tiempo para dedicarse a la literatura y a las humanidades por interpósitos autores? Aún conservo una flauta japonesa que Fujimori me trajo del Japón, a fines de los años 70, como regalo de un amigo común, de Kumamoto. Algunos años más tarde, Fujimori daría una gran sorpresa, al resultar elegido rector de La Molina —nuestra alma máter— sorprendiendo a tirios y troyanos con una triunfante candidatura de última hora, mientras que mi río me traería de nuevo por estos rumbos, alejándome nuevamente del Perú, hasta el año 89, en el que el río de mi vida apuntó, apostó por el sur en lo que serían tiempos muy violentos —igualmente impredecidos— en el Perú. Voté por Fujimori por no votar por Vargas Llosa, unos meses antes de volver a salir del Perú, incapaz ya de trabajar en las violentas condiciones de nuestro país, y con la suerte de poder optar dónde vivir. Ríos caprichosos. ¿Fujimori presidente? ¿Y tantos «molineros» —conocidos de muchos años en el pequeño mundillo de la universidad—, ahora súbitos dirigentes nacionales? Desde profesores hasta empleados, algunos ascendieron apresuradamente y desaparecieron con igual rapidez de la vida pública, mientras otros persistieron y aún están empujando la candidatura, a pesar del legado fujimorista de videos, matanzas, cuentas bancarias y renuncia por fax. Nuestras vidas son los ríos, y no sabemos qué deparará el futuro cercano, ni qué efecto mariposa causará el siguiente terremoto político o personal. Por eso es bueno vivir la vida acá en el medio, donde no hay ni la estabilidad de quienes nacen y mueren con la sartén por el mango, ni la aparentemente eterna miseria de quienes no tienen tiempo de soñar con caudal alguno. (Y en río manso quisiera convertirte, América Latina, para hundirme en él hasta los sueños, para ser tu afluente, tu delta, tu salto o tu catarata, y alimentar tus aguas a cien lágrimas por hora; para bogar en la calma que sabes dar y alborotarme en los remolinos de tu locura, saliendo a respirar cuatro versos cada vez que tu sonrisa —oh, esa sonrisa— y tu mirada —oh, esa mirada— me dicen no sólo que estás viva, sino que, quizás, yo pueda hacerte vivir un poco más.) Continuando con el entusiasmo del último mes del noveno año, el primer mesdel año diez trae para los lectores de Ciberayllu abundante material. Veamos. Queremos primero destacar la presencia, sostenida, de la escritora boliviana Giovanna Rivero Santa Cruz, que ganó el importante concurso de cuento Franz Tamayo. De ella es el cuento «¡Hora de bailar!» de título casi premonitorio. Parabienes. La poesía viene gracias a las contribuciones de Carlos Henderson que, en cinco poemas de un libro que está trabajando, continúa sus exploraciones de los límites del lenguaje, y de Salomón Valderrama, que inicia su presencia en Ciberayllu con un largo poema que habla del tiempo —ese río— como categoría existencial. Eduardo Corrales se hace presente con una entrevista al incansable Isaac Goldemberg, que sigue siendo tan peruano después de tantos ríos y tantos años en Nueva York. Y Danilo Sánchez Lihón regresa con un artículo muy personal sobre una danza andina muy antigua y casi misteriosa. La historiadora, y poeta, Magdalena Chocano comparte un comentario y análisis sobre Muerte en el Pentagonito, el importante libro de Ricardo Uceda sobre la organización de la barbarie del estado en la guerra que asoló el Perú a fines del siglo pasado. En el área de los ensayos, tres trabajos cubren tres épocas históricas o literarias. Desde Suecia, Carlos Arroyo Reyes examina la historia de la Asociación Pro-Indígena y de su principal promotor, Pedro Zulen, en la segunda década del siglo pasado. La sevillana Beatriz Barrera, estudiosa de la literatura de América Latina, examina Un mundo para Julius, en particular la presencia de aspectos coloniales en esta novela de Alfredo Bryce Echenique. Y finalmente, Paolo de Lima continúa sus análisis de la poesía en los años violentos, esta vez examinando sendos poemas de Eduardo Chirinos, Raúl Mendizábal y José Antonio Mazzotti. Finalmente, dos notas de prensa con breves comentarios. La primera acerca de la selección de literatura peruana que Róger Santiváñez, colaborador de estas páginas, preparó para el último número de la Revista Hostosiana, que Isaac Goldemberg promueve. Y la segunda sobre un importante libro que resume un seminario sobre corrupción y poder, editado por Óscar Ugarteche, igualmente colaborador de Ciberayllu. Leer para creer. Domingo
Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu © 2005, Ciberayllu, Domingo Martínez Castilla. Todos los derechos reservados. Para citar este documento: |
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