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ucede, a veces: las demandas de la vida se cruzan en el camino del kuraka, que tiene muchas cosas que decir, pero poco tiempo para decirlas bien, así que sin más preámbulos, mejor empezar a comentar las novedades que este bisiesto febrero trajo para los lectores de Ciberayllu. Pero, antes, permítaseme unas líneas para hablar de frutas y patria. Resulta que febrero, mes más bien frío en estas latitudes, tiene para este mitimae el sabor de la fruta nacional. Me explico: en este mes de carnaval, arriban a las tiendas de esta ciudad (y supongo que a muchas otras ciudades del mundo) contadas cajas de mangos peruanos, piuranos, grandotes: mango «de planta», les decían (¿dicen?) en el Perú hace unos diez o quince años. Cada mango tiene una etiqueta con la palabra mágica: PERU, sin acento. Sin pretender objetividad alguna, hemos decidido en casa que no hay fruta mejor que los mangos del Perú: es una pequeña liturgia, la de comprar los mangos, ponerlos en bolsas de papel para que maduren a punto, y luego, uno al día, pelarlos y cortarlos y comerlos con tenedor: «mango de cuchillo», recuerdo que algunos vendedores los llamaban también así. Hemos probado mangos mexicanos (disponibles casi todo el año), brasileños (hacia noviembre y diciembre), y no dan ni el sabor ni el corte, o tienen mucha fibra, o poco jugo. Los mangos ecuatorianos, que llegan en enero, son casi idénticos, pero algo habrá, pues, en la irrigación San Lorenzo del norte peruano, o en la irrigación sanguínea del cerebro de este kuraka, que hace que los mangos peruanos sean los perfectos. Bueno, eso: mangos de la patria para alegrar el mes del carnaval. (¿Comes mangos, América Latina? ¿Tienes quien los pele y los corte para ti? Sé que te inundará el olor del mango fresco en las tardes del carnaval. Recuerdo que, de niño, a veces destrozábamos mangos para embarrarte el cabello con el jugo abundante, pues en las tardes del carnaval todo estaba permitido: la pegajosa granadilla andina; el agua con harina o, a falta de ésta, afrecho; el betún de los zapatos: todo para tener el pretexto de tocarte en los años juveniles.) Febrero, febrerito viene crecido este año. Lo suficiente como para seguir añadiendo a las ingentes existencias literarias de nuestra publicación. Para empezar, el poeta peruano Carlos Henderson, abre sus propios archivos y decide re-escribir, re-crear, re-hacer poemas escritos hace tres lustros: de ese trabajo, son cinco poemas revisados que, si bien distintos a los originales, tienen el estilo inconfundible. ¿Por qué revisar poemas? ¿Por qué re-escribirlos? He ahí la cuestión, pero gana el lector. En el Canadá, el costarricense Diego Chinchilla se da tiempo para escribir entre sus múltiples y agotadores trabajos de inmigrante del sur. De ese afán literario es un cuento en el que una pantalla de cine administra violencia y amor. Miguel Rodríguez Liñán está siempre atento a las actividades de los peruanos en Francia, y envía esta vez una nota sobre un merecido homenaje en memoria de Olinda Celestino, reconocida antropóloga y etnohistoriadora peruana, estudiosa de la región andina, fallecida en 2003. Y para el cierre de febrero, escogimos tres escritos que tienen a Lima como objeto principal: un poema del boricua Antonio Bou en larga visita en América del Sur, con fuertes resabios de Thomas Mann, pero en vez de navegar sobre el agua de los canales de Venecia, Tadzio se abre paso en la garúa limeña. En España, Eva Valero, estudiosa de la literatura desde Lima y sobre Lima, explora el carácter literario de la capital peruana, especialmente entre Palma y Ribeyro, y comparte con los lectores la introducción de su reciente libro Lima en la tradición literaria del Perú. De la leyenda urbana a la disolución del mito. Y en otro libro, cuyo tema son las ciudades latinoamericanos, Jorge Frisancho ha escrito un capítulo en el que ofrece un retrato de la compleja capital peruana: Notas sobre la histeria de Lima. Buena y abundante lectura sobre la vieja ciudad del Pacífico. Hasta pronto, amigos lectores. Domingo
Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu © 2004, Ciberayllu, Domingo Martínez Castilla. Todos los derechos reservados. Para citar este documento: |
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