Mensaje del kuraka

Primero de junio del 2003
[Ciberayllu]
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Llueve a cántaros y es una lluvia larga. Cuando llueve así, muchos animales se quedan muy quietos esperando que la lluvia pase. Saben que es cosa buena, pareciera, pero leemos en ellos un aire de resignación y de paciencia. Cuando pueden, se ocultan bajo un árbol, en un arbusto, donde sea, pero casi siempre estatuarios. Los animales grandes dejan que el agua se deslice por sus pelos, que les moje la piel. He visto eso en los interminables paisajes de la puna fría de los Andes y de la cálida sabana africana, y también en la selva del Perú. Y acá, en el centro de América del Norte, hay un par de petirrojos que han hecho este año un nido, muy expuesto, en el nogal que da sombra a la casa, y uno de ellos abre las alas para proteger a los polluelos, mientras su pareja se paraliza al lado, inflando las plumas. Pacientes, los animales, cuando llueve: eso nos parecen.

Metido en el mero medio de la nación tecnificada por antonomasia, el espectáculo de la lluvia, de los petirrojos en el jardín, del hiriente verdor primaveral de arbustos y céspedes cortados, de los jóvenes conejos suburbanos y silvestres que viven en la cuadra y que, inmóviles debajo de las matas, esperan a que escampe; en fin, el espectáculo reconfortante, a la vez complejo y cotidiano de lo natural, contrasta con el universo de la era de la información, con las antenas satelitales de televisión, con los sistemas de navegación computarizados que tienen los nuevos automóviles, con las redes informáticas de alta velocidad que van adquiriendo todas las casas. Ya se han escrito cientos de tesis universitarias sobre cómo la era de la información afecta las relaciones entre la gente, y hay libros que empiezan a explorar las implicaciones filosóficas de las ya no tan nuevas formas de comunicación.

Mientras la perra ladra, a través de la ventana, furiosa, al cartero cubierto de un poncho impermeable anaranjado, que trae las cuentas y los catálogos de cada día —que no cartas, que hasta la abuelita usa la Internet— este editor piensa en estas formas de comunicación que se les escaparon completamente a los escritores de ciencia ficción de hace cien años. Por un lado, la web, que otorga inmediato acceso a un universo enorme de información (buena y mala, por supuesto). Y por otro los programas de conversación por texto y los correos electrónicos. Éstos, atemporales pero definitivamente distintos a las cartas en papel, por la a veces irreprimible tendencia a contestar de inmediato; aquéllos, permitiendo una comunicación instantánea con completos desconocidos que se van conociendo en una forma incompleta, parcial, pero al mismo tiempo con una enorme capacidad para la intimidad y la confidencia.

Es así como este editor conoce a la gran mayoría de los autores —más de cien— de estas páginas. Correo electrónico y, en algunos casos, los programas de conversación por texto. El afán literario, la búsqueda de soluciones a los males de la patria y el mundo, la curiosidad, el placer de la cháchara intelectual, la compañía inapreciable e incompleta, se combinan con la vida cotidiana que permanece oculta detrás de la pantalla. Mientras espera por la ropa que ha puesto en la lavadora, el editor teclea sobre identidad andina, filosofía patafísica o la huelga magisterial. Los interlocutores están en todas partes y no se pueden ver: dioses lares del hogar moderno. Algunas contestan de inmediato (y no pocas veces se arrepiente uno del disparo rápido), otros son más pacientes.

Y esto, por supuesto, se presta a mil confusiones, sobre todo cuando quienes usamos el medio no lo hemos tenido desde siempre y aplicamos, sin pensarlo mucho, las «reglas» de otro tipo de interacción, como la carta postal o la conversación telefónica (que tuvo también lo suyo de confusión y malentendidos hace cerca de un siglo), o la reunión cara a cara. Una carta en papel rara vez responde a un impulso inmediato, casi siempre se relee, y uno tiene que doblarla, meterla en el sobre, ponerle la estampilla y dejarla en algún buzón: oportunidades múltiples para evaluar lo que se ha escrito, enmendarlo o descartarlo. ¿El correo electrónico? Pues, aprieta uno «Enviar» y listo, sale volando y (casi) no hay forma de detenerlo. Y el chat de texto es menos lento que la conversación oral pero, créanme, muy sujeto a malentendidos, por la imposibilidad de leer las expresiones en los rostros o de escuchar entonación en la voz —elementos éstos imprescindibles en la comunicación «natural» entre los primates humanos—, y por la falsa urgencia que el teclado parece imponernos.

Estas formas de comunicación, de persona a persona, son por lo tanto muy aptas para hacer meter la pata, para ofender y para ofenderse, para crearse ilusiones o alimentar paranoias... Pero también, y he aquí lo verdaderamente importante de esta digresión, para crear relaciones muy saludables y gratificantes entre gentes que de otra manera jamás se hubieran conocido, separadas por miles de kilómetros, por decenas de años o por abismos culturales que de otra forma serían infranqueables. Y por eso aún se hace Ciberayllu.Y por eso este editor, ante la tupida lluvia de mayo, se queda esperando que pase, que la lluvia siempre trae cosas buenas, incluso cuando viene con granizo y golpea duro. Después de todo, no somos más que unos mamíferos autoglorificados.

(Y por supuesto está el tema de la soledad, América Latina, que una cosa es una relación textual y otra la que se tiene en tus calles y rincones más queridos, que una cosa es conversar vía teclado y otra el sentir los olores de tu vida, que una cosa es una carita sonriente y amarilla y otra la profundidad de tu cabello oscuro y el canto de tu risa. Pero allá vamos, allá iremos, como cada año.)


Algunas notas respecto a los ocho textos añadidos a Ciberayllu en el mes de mayo.

Empezamos el mes con una entrega poética de Martín Rodríguez-Gaona, peruano que ha saltado por variadas longitudes y latitudes hasta recalar en Madrid, desde donde nos envió unos poemas que hablan de Nueva York, La Habana y el son.

En cuanto a narración, el español Domingo López tuvo a bien hacernos llegar un cuento que le valió un premio literario, y que recrea un mundo infantil aventurero con un personaje muy especial. Y luego Carlos Powell, periodista argentino que vive en Nicaragua, escribe una historia con otro tipo de costumbrismo, esta vez divertido y con tintes políticos visibles en los inquilinos de un gallinero.

El crítico mexicano Felipe Vázquez, que no sólo sabe de lo que escribe sino que lo escribe gratamente, hace una digresión sobre los poetas y la poesía,que se suelen presentar en extremos creadores o destructores, adánicos o caínicos.

Y menos en el campo de la literatura y más en el de la sociedad, Deborah Poole, que ha estudiado como pocos los asuntos relacionados a imagen y percepción en la región andina, ofrece una propuesta respecto a cómo reforzar la afirmación de la identidad cultural en una sociedad democrática en en estos tiempos globalizados.

La sección de crónicas fue el brillante cajón de sastre en este mes. De su libro de notas periodísticas Estampas de ocio, buen humor y reflexión, el escritor Edgardo Rivera Martínez comparte con nuestros lectores lo que él recogió de las crónicas del descubrimiento respecto a cómo los primeros expedicionarios europeos veían la naturaleza nueva del continente americano.

Muy distinta, y con raíces bien plantadas en el dadaísmo, es la crónica sobre la investigación que Mónica Belevan ha escrito después de leer un importante libro sobre erotismo (que nadie más que ella conoce), y que hace aquí público para beneficio de nuestros lectores.

Y cerramos el mes con una conversación que César Ángeles tuvo con Riccardo Badini, que acaba de publicar una traducción al italiano del 5 metros de poemas, legendario (y único) libro de poemas de Carlos Oquendo de Amat, poeta puneño vanguardista de los años 20. Se incluye una selección de los poemas.

¿Quiere más la lectora? Ya viene. Ya empezó junio.

Hasta julio, mes de la visita a la patria.

Domingo Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu
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Para citar este documento:
Martínez Castilla, Domingo: «Mensaje del kuraka, junio 2003», en Ciberayllu [en línea]

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