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oviembre y diciembre son meses ocupados para los escritores latinoamericanos. Feria tras conferencia, encuentro tras mesa redonda, narradores y poetas van de sur a norte y de este a oeste, y discuten y promueven y firman libros. A veces, como acaba de suceder en Lima en esta última semana de noviembre, se dan varios encuentros simultáneos. Por un lado, un encuentro literario internacional con nombres, escritores y estudiosos reconocibles en la América hispano-lectora desde Vancouver hasta Punta Arenas, y que han llegado al Perú sólo para ese evento. Al mismo tiempo, en el Callao, un encuentro homenajeando a un escritor provinciano fallecido hace no mucho, atrae a escritores y a estudiosos de la literatura peruana. Uno, acá, está siempre ponderando lo que se hace y puede hacer en este rincón (que no es mucho, pero algo es) y lo que se deja de hacer estando lejos; uno, acá, no puede sino sonreír, vano por el halago de tener amigos escritores en uno y otro encuentro. Uno, acá, siente que, de forma extraña e incompleta, Ciberayllu está presente en esos eventos, allá: tanto en el de la Universidad de Lima como en el encuentro de escritores del Callao, unos diez autores de trabajos disponibles en esta publicación han participado presentando ponencias o leyendo sus creaciones literarias. Y, allá, y más allá en este mundo de diásporas, los escritores no parecen estar seguros con razón del papel que le toca a esta y otras publicaciones que no son de papel. Algunos creadores se han sumado con entusiasmo a este medio que une sin mayores costos ni trámites a lectores y escritores dispersos por el mundo que, de otra manera, sería imposible alcanzar. Pero por otro lado está la incertidumbre que viene de la carencia de un libro entre las manos, de que el medio electrónico es volátil (que parece serlo, si tenemos en cuenta el ya numeroso cementerio de publicaciones similares), de no saber cuánta gente lee lo que aquí se publica... (Y la certidumbre de que Ciberayllu no paga un cobre, por supuesto.) Y uno explica que lo mismo pasa en el mundo de papel: revistas que desaparecen casi tan rápidamente como aparecen, libros de difusión limitadísima, total desconocimiento de cuántos lectores leen cada cuento, cada verso, cada artículo. ¿Cómo saber si seguir vale la pena? Es fácil responder a esto: por el crecimiento casi constante de lectores, número que siempre sube en noviembre más que en cualquier otro mes, por razones que desconozco: quién sabe si los lectores son más apegados que este editor a los aniversarios. Pero el asunto es que la cantidad de lectores en noviembre siempre (¿vale usar «siempre» para referirse a seis años?) tiene un aumento notable. Y no digo nada de la cantidad de colaboraciones que llega entre octubre y noviembre, material abundante y bueno, e imposible de publicar todo, que trae felicidad y culpa. Y por supuesto, está siempre la amistad y el cariño que uno, acá, recibe a montones de los amigos que escriben en estas páginas, de las amigas que nos hacen sentir sus acentos universales. (Y cada año, en estos días, América Latina, recuerdo al maestro José María Arguedas, que tanto amor te tuvo, tanto. Que quiso verte una y te vio varias. Que quiso besarte íntegra pero te le ibas de las manos, evaporándote en colores y palabras cada vez que acercaba sus labios creadores a la limpieza complicada de tu rostro. Que te cantaba canciones total, absolutamente tiernas que aprendió en la bayeta tibia de sus madres indias. ¡Cuánto hizo por entenderte, José María de Andahuaylas, de La Molina, de Pisco, de Chimbote, de Bermillo en Zamora! Quizás, cuando ya planeaba su muerte corporal que lo que se escribe no muere, América Latina, sea en libro o en pantalla, supo que por fin sabía cómo conquistarte sin someterte, y se supo también débil para emprender la tarea. Y así, hoy hace 33 años exactos, agonizaba mucho más sabio y tal vez más viejo que sus 58 años. Tiene la palabra precisa en cada libro; y tenía la voz opaca y divertida, José María...) En Ciberayllu, la vida siempre es muy viva en el mes de los muertos, como verán los lectores en las variadas entregas que a continuación comentamos. La creación literaria se hizo presente gracias a la experimentada pluma del poeta salvadoreño Otoniel Guevara, de quien publicamos cinco breves y muy redondos poemas que parecieran tener como hilo común lo difícil que al poeta le resulta entender el mundo, sin que eso le impida mirar hacia adelante. Un ensayo de Ricardo Melgar Bao se ocupa, desde una perspectiva antropológica, de la novela Canto de sirena de Gregorio Martínez, poniendo énfasis en la sensualidad extrema del protagonista principal, así como de sus ideas acerca del origen del universo. Después de muchos más meses de lo que estaba originalmente previsto, vuelve a Ciberayllu el adormilado «Guachimán de la lengua»; esta vez, Domingo Martínez Castilla se ocupa de un tema por demás irrelevante y bizantino, y que por lo mismo no debiera provocar tantas discusiones y necedades: la historia de la pronunciación castellana de la letra uve (o ve chica, o ve corta). Miguel Rodríguez Liñán, colaborador ya habitual en estas páginas, viajó a la patria para un encuentro de poetas, y caminó de uno a otro extremo de la árida costa; de sus vivencias, comencias y bebencias trata la primera entrega de su paralipomena peruana. También damos la bienvenida a Fredy Roncalla, activo artesano de materia y de palabra que desde Nueva York nos ha enviado un comentario especial sobre dos libros colectivos del poeta Armando Arteaga que, si bien se ocupan de asuntos aparentemente técnicos, muestran posibilidades para el desarrollo comunal en toda la región andina. Y desde España, el poeta peruano Martín Rodríguez-Gaona nos envía una nota sobre la necesariamente polémica antología de poesía en lengua española (1950-2000) recientemente publicada en esos lares. Seguiremos añadiendo material en las semanas siguientes. Hasta pronto, queridos lectores. Domingo
Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu © 2002, Ciberayllu, Domingo Martínez Castilla. Todos los derechos reservados. |
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