Mensaje del kuraka

Primero de julio del 2002
[Ciberayllu]
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Se veían venir, al norte y al sur, varios colapsos. Los medios —los otros medios de comunicación— insisten en que se trata de una pérdida de confianza. En este lado del mapa —este editor vive en los Estados Unidos—, los inversionistas y los políticos no saben cómo reaccionar ante tanto escándalo: aquéllos porque no entienden la naturaleza de las estafas que se están destapando; éstos porque los rabos de paja están a la orden del día. Y más al sur, la población de las provincias peruanas dijo basta a la privatización de las empresas públicas, saliendo a la calle y obligando al cada vez más impopular presidente a respetar sus promesas electorales.

Después del escándalo de la enorme y poco conocida empresa energética Enron, tan cercana a quienes hoy ocupan la Casa Blanca, junio ha destapado otros dos «descubrimientos» notables: Worldcom-MCI, una de las empresas de comunicaciones más grandes del mundo, y la muy conocida Xerox, han revelado prácticas similares a las de Enron, alterando sus libros contables por miles de millones de dólares para llenar sus arcas —o más precisamente los bolsillos de sus ejecutivos y directores— con el dinero de accionistas esperanzados en compartir las supuestas ganancias: estafas financieras de lo más descaradas. Hablar de miles de millones de dólares no tiene mucho sentido para la mayoría de los seres humanos, pero quizás ayude poner los números en perspectiva: Worldcom sobrestimó sus ingresos en un monto similar a toda la riqueza producida anualmente en Honduras; Xerox hizo lo propio en un monto cercano al del producto interno anual de Jamaica. «Lío de ricachones», podríamos decir, si no fuera porque la bolsa norteamericana es uno de los destinos preferidos de los ahorros del mundo, por lo que esto afecta incluso a quienes jamás invertiremos directamente un céntimo en la especulación bursátil, pues el capital financiero es una maraña inextricable que en los últimos cien años se las ha arreglado para encontrar siempre una forma de derivar las riquezas del mundo hacia las metrópolis de turno: esté segura la lectora de que, si tiene ahorros, éstos están bajo el cuidado de ejecutivos como los de las corporaciones mencionadas; y, si no los tiene, es porque probablemente llegó ese dinero a los bolsillos de los que tenemos la suerte de habitar en los países hegemónicos o en las cúpulas económicas de nuestros países.

Y hablando de éstos: mes movido fue junio en Nuestra América. En el Perú, nuestra patria no tan chica, la gente de las provincias se hartó de las privatizaciones de sus recursos y salió a la calle obligando al gobierno a echarse atrás y a respetar sus propias promesas electorales de no vender las empresas energéticas estatales; en Argentina, la rebeldía popular se acrecienta ante la incapacidad gubernamental de detener la sangría: el «corralito» se transforma en una cámara de torturas para la alguna vez pujante clase media argentina. Bolivia, una vez más, lleva adelante un indecisivo proceso electoral, pero esta vez con una clara y explícita presencia política de grupos indígenas y campesinos, a pesar de la arrogancia imperial manifiesta del embajador de los EE.UU., que advirtió: «Quiero recordarle al electorado boliviano que si elige a los que quieren que Bolivia vuelva a ser un exportador de cocaína pondrá en peligro la ayuda de EE.UU.» ¡Como en los buenos tiempos! Pero esta vez los embajadores tienen nombres y apellidos latinos. (Sugería siempre un colaborador antiguo de Ciberayllu: si la cosa es así, todos los latinoamericanos debiéramos votar en las elecciones estadounidenses.)

A riesgo de repetirme, habré de subrayar algunas asimetrías que se antojarían obvias por lo descaradas, enormes, abusivas y mentirosas —hay más adjetivos sin usar sinónimos, para quien los deseara—, pero no es así. Mientras los EE.UU. y otros países ricos protegen a su agricultura, subsidiándola; a su industria, imponiendo aranceles a las importaciones; a sus soldados, pretendiendo que son inmunes a las leyes internacionales; a sus ciudadanos, con todo tipo de regulaciones sanitarias y ambientales; a sus empresas públicas de electricidad, agua y desagüe, a sus escuelas públicas; a su infraestructura de transporte, a sus bosques (bueno, los poquitos que les quedan), y a todo lo que garantice el bienestar de sus empresas y de sus ciudadanos; mientras todo eso se hace en la metrópoli, nada de eso se considera permisible para los países menos favorecidos, donde todo se debe privatizar y donde las regulaciones locales se suelen denunciar como contrarias al libre comercio. «Practica hermano, lo que yo predico; y no me prediques si yo no lo practico», podría ser una letanía apropiada. Hay, sin embargo, buenos indicios: ya los acólitos no encuentran oídos prestos.

Extraña la marcha de la historia, queridos lectores; y más extraña la percepción de la misma desde la edad que el tiempo impone al individuo; hay sin duda progresos, pero hay también más miserias: hay más infelicidad en muchas partes, a pesar de las nuevas tecnologías —como la que le permite que usted esté leyendo estas líneas, y no me refiero a la caridad y a la paciencia, que son virtudes de las que abusa este editor— que traen avances asombrosos e inesperados. La Internet es un ejemplo extraordinario de innovación tecnológica y social que no pudo ser prevista por los genios de la ciencia ficción de antes de 1950, con la probable excepción de Orwell, quien por lo menos pudo ver el lado represivo de la era de la información.

(Y te vi, América Latina, en las calles del pueblo donde vivo, hablando tu lengua alegre y peleadora en la panza del imperio; y te hablé en el Perú, y vana en Bolivia —yo te elijo—, y sufrida en Argentina; y recordé esas líneas que te sabes, y que aún no son versos, donde digo que quiero «Besarte contra el muro de mi infancia», y luego me advierto, tontamente, que «Si no amor hecho, Amor, amor deshecho». Ah de mí.)


Disculparán lectores y colaboradores que hayamos disminuido la marcha en junio, pero por un lado, tuvimos visitantes queridos y, por el otro, el mundial de fútbol, que nos tocó esta vez en horario verdaderamente estelar. Pero si la cantidad fue poca, no lo fue la calidad. Veamos.

Eusebio Manga Quispe, runa cusqueño trasplantado a la península ibérica, regresa a nuestras páginas con otro extenso trabajo sobre etnohistoria andina, ésta vez discutiendo la quinta creación andina, es decir la cosmogonía incaica propiamente dicha.

La siempre vital pluma de Miguel Rodríguez Liñán se hace presente con una crónica parisina, que se convierte en un quién-es-quién de la diáspora peruana en Francia. ¡Cuánto peruano artista hay también por allá!

En el área de creación literaria, damos la bienvenida a dos escritores peruanos del Perú. El chimbotano Augusto Rubio nos ofrece un relato epistolar de amores perdidos y libros encontrados, y el poeta limeño Santiago Risso comparte una sólida selección de poemas acuáticos: marítimos, lacustres y fluviales.

Esperemos que julio sea propicio para Ciberayllu, pues lo será para este editor, que se prepara a visitar la patria, desde donde espera escribir el próximo editorial.

Hasta pronto, amigos.

Domingo Martínez Castilla, Kuraka editor de Ciberayllu
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