23 junio 2002

Carta para Alicia

Cuento

[Ciberayllu]

Augusto Rubio Acosta

 

No quería que te fueras. Quedarme solo en esta inmensa casa había dejado de estar en mis planes desde que tía Luzma murió y llegaron los inquilinos para hacer un poco de bulla y acompañarme. Hoy todo ha cambiado. He estado rellenando el piso con el desmonte que dejaron tirado los que vinieron a cambiar los tubos y ahora el techo está más cerca de mi cabeza. Cambié la fila de esteras del callejón. Las he acomodado en una nueva cocina donde no entra el frío. Anoche me quedé hasta muy tarde forrando las paredes con plástico y cartones que me regaló Pampanito. Si vieras, Alicia, ahora hay menos humedad. La casa está revuelta, sí, pero en unos días terminaré con todo. He pensado, si tú quieres, cambiar los cables de tu cuarto y poner un foco de veinticinco watts en la habitación del fondo, para poder escribir hasta tarde.

Te cuento que en las mañanas, a la hora de rasurarme, de vez en cuando encuentro un libro en el barril de la ropa sucia. Han aparecido cuatro en las últimas dos semanas, y no tengo explicación. A veces me asusta todo esto. Pienso que alguien entra mientras salgo y coloca novelas, que aún no he leído, en el cilindro junto al corralito que era de los cuyes. Le he preguntado a Pámpano si ha entrado pero se ha quedado igual de sorprendido. Hicimos guardia una noche completa para ver lo que pasa, pero ese día nada apareció. Ni ese día, ni el siguiente, ni la semana entera. Recién a los ocho días volvió a aparecer otro libro. Pámpano dice que en ésta casa penan. Que tía Luzma pena en el corral y que algo me quiere decir en las novelas, que debo leerlas. Dice que si no es eso entonces debes ser tú. Que algo malo te ha pasado y por eso no sabemos nada de ti. El muy idiota piensa que has muerto y que tu alma regresa a casa con cada libro.  He tratado de hallarle una explicación al asunto. Le he contado a Maida y lo ha tomado en broma. Dice que debo hacer de esto un cuento. Incluso hasta me ha sugerido un final que no me ha hecho gracia. Alguien, durante el día, debe estar entrando. Después de todo, la casa no es nada segura. Por atrás, a través de la medianía, es fácil atravesar de un lado a otro. Si alguien quisiera, podría pasarse a la nuestra; pero ¿para qué?, ¿para dejar libros que no he leído nunca, porque sí? En las noches es imposible, pienso. Pini, la pobre, con el hambre que tiene y lo ruidoso de sus ladridos me habría despertado. A veces hasta me da ganas de dormir en el barril para acabar con todo esto. Créeme, Alicia, no es nada grato lo que te cuento. Preocupan las cosas que pasan en mis narices y yo sin darme cuenta. Y Pámpano ríe divertido cuando le muestro un nuevo libro. 

Estoy aterrado. Ya no duermo más en el catre azul de tía Luzma. De la estera del comedor, he retirado la foto de los abuelos el día que se casaron en La Carbonera, y duermo con la bombilla encendida. Ayer, después de arreglar las paredes, fui a casa de Pámpano a conversar y me quedé a dormir en su mueble para no regresar a casa. No sé que voy a hacer. En Ramal Playa todo me huele a tía Luzma y a ti.

El nuevo color de tinta y el papel cuadriculado que adiciono, te dirán que continúo la carta otro día, en otra circunstancia. Hoy es martes. Lo sé porque hoy vino el camión de la basura. ¡Por fin carajo, han sido tres semanas! Ni me he percatado del calendario estos días que han pasado. Tú sabes cómo soy cuando escribo: me encierro y me llega todo... Pámpano vino temprano hoy, literalmente pateó la puerta y por eso sé que la basura llegó. Es tan graciosa la coincidencia. Lo cierto es que no he estado escribiendo sino revisando, ordenando los libros que «cayeron del cielo». Me he dado cuenta que ninguno de ellos tiene prólogo. ¿Recuerdas que hace tiempo, cuando íbamos a la biblioteca municipal, arrancábamos los prólogos de las novelas que nos gustaban y los llevábamos a casa? En algún lugar deben estar porque yo no los tengo en mis archivadores de palanca. Tampoco creo que te los hayas llevado. Buscaré en los costales de yute donde tía Luzma guardaba papeles viejos y el título de propiedad de la casa.  Sabes, tengo la impresión de que esos prólogos le pertenecen a éstos libros. 

Aquí me tienes de nuevo, Licha, coneja. El espacio en blanco que dejo sirve para diferenciar el nuevo día. Te escribo hoy porque me siento solo, estoy triste y está lloviendo. Ayer se cumplió un mes desde que salí de Ramal Playa, tres meses que no sé nada de ti, tu padre me continúa regalando sonrisas burlonas en las calles del centro y te cuento que igual, a pesar de haber cambiado de domicilio, me he seguido llenando de libros viejos. También se han cumplido cinco meses de la desgracia del corral, ya ni quisiera acordarme. 

La cosa se ha vuelto insostenible de Ramal Playa a Reubicación. La droga va y viene de esquina a esquina. Los asaltos ahora son cosa de un parpadeo. Desde que volaron el puesto policial, los uniformados ni se acercan. El otro día, ya en mi nueva dirección, cogí el diario y leí que un muchacho fue muerto a golpes por una pandilla a espaldas del mercadito. ¿Su nombre? Mateo Cuadros G., el Pámpano. No sabes la pena que me ha dado. Pobre Pámpano. El día que me fui me ayudó a subir las cosas al camioncito, me ayudó a poner el letrero. Lo voy a extrañar mucho. La familia tuvo que hacer una colecta entre la gente del barrio para poder enterrarlo. Una desgracia, a veces ni morirse pueden los que nada tienen.

Chimbote es una mierda, Alicia; no encuentro trabajo. A veces creo que en buena hora te fuiste. A veces pienso que, si he sido capaz de dejarlo todo en Ramal Playa, también puedo largarme fuera. Si pudiera, si tan sólo pudiera...

Ayer, buscando en los costales del cuarto grande, encontré los prólogos. Los he pegado con su correspondiente libro pero me han sobrado cuatro. En estas semanas, seguro, deberán aparecer sus contrapartes. En la tarde llevaré los libros a la biblioteca, voy a «donarlos». Después iré a la misa de nueve días de Pámpano. Luego no sé que haré. Tal vez me guarde a transformar ésta carta en cuento, a escribirte algo, a dibujar también. Pensar que no quería que te fueras, pensar que en casa de tía Luzma los inquilinos me apestaban por la bulla que hacían, pensar que a veces las cosas no salen como uno las planea. Quizás ahora la vida sí te sonría en algún lugar de España, lejos de mí. Y yo que cambié los focos, que rellené el piso, que abrigué la cocina y forré las esteras del callejón. Hasta parece risible ¿no? Un día llegué a pensar que siempre estaríamos juntos, que no importaba la miseria ni el apellido, que solo éramos tú y yo correteando alegres por la vida como cuando éramos niños y jugábamos trepando a los árboles de la casa de los abuelos en La Carbonera. Ahora todo es diferente. Ahora te has ido y pienso que es lo mejor que ha podido pasar. 

No olvides saludar a mamá, dile que la extraño. Dile que todo está tranquilo por aquí, en mi nuevo domicilio. Cuéntale también de los libros, de lo que pasa. Y no dejes de escribirme, ¿sí?, sabes que eres la única persona en quien confío, lo único que tengo desde que mi padre murió, cuando empezó todo esto entre nosotros y tía Luzma lo supo, cuando pensamos que el mundo nos daría la espalda y fue necesario hacer ajustes, sacarla a ella del medio a como diera lugar. Sabes que en el fondo, por encima de todo, eres mi hermana. 

Nos estaremos viendo. Más tarde pasaré por la biblioteca y no olvidaré saludar a Maida, tu amiga de la recepción. ¿Sabes?, si después de donar los libros, los «caídos del cielo» dejan de aparecer, he pensado arrancar más prólogos y llevarlos a casa. Después de todo, con esta crisis y los libros caros, es la única manera que encuentro para seguir leyendo.

* * *



© 2002, Augusto Rubio Acosta
Escriba al autor: [email protected]
Comente en la Plaza de Ciberayllu.
Escriba a la redacción de Ciberayllu

Más literatura en Ciberayllu.

339/020623