Globalización y crisis en el Manifiesto:
Los retos del milenio
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[Ciberayllu]

Óscar Ugarteche
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El poder y la desidia a saber

Viviane Forrester hace una reflexión en El horror económico, a propósito de los costos sociales de lo arriba discutido. Los problemas centrales son la falta de empleo que deriva del uso intensivo de la cibernética, y la «desidia» y «falta de interés» por indicar lo que está pasando. Es un texto de alerta antes que una revisión teórica. Por primera vez [en Europa] la masa humana ha dejado de ser necesaria desde el punto de vista material —y menos aún desde el punto de vista económico— para esa pequeña minoría que detenta los poderes y para la cual la existencia de las vidas humanas que evolucionan en las afueras de su círculo íntimo sólo tiene un interés utilitario, como se advierte cada día, claramente (Forrester, 1997: 148).

El empleo, para la autora, es el cimiento de la civilización occidental, es lo que permite a las personas sentirse útiles y entrar en contacto la unas con las otras. La autora toma nota de que el desempleo estructural ha aumentado en Europa y que esto deja a una gran masa de excluidos, «descartados». El empleo con los cambios tecnológicos y los cambios de valores se ha vuelto irrelevante.

[...] el mundo actual está conformado por multinacionales, transnacionales, liberalismo absoluto, la globalización, la mundialización, la desregulación, la virtualidad... El mundo que se instala bajo el signo de la cibernética, la automatización, y las tecnologías revolucionarias, y que desde ahora ejerce el poder, parece zafarse, parapetarse en zonas herméticas, casi esotéricas. Ha dejado de ser sincrónico con nosotros. Y desde luego no tiene vínculos con el mundo del trabajo. Que ha dejado de serle útil y que, cuando alcanza a vislumbrarlo, le parece un parásito irritante caracterizado por su presencia molesta, sus desastres embarazosos, su obstinación irracional en querer existir... lo antiguo decae y sufre, marginado del otro, al que ni siquiera logra imaginar. Lo otro, reservado a una casta, infunde un orden inédito de ‘realidad’ o, si se quiere de ‘desrealidad’ [...] (Forrester, 29)...
Se trata de un mundo que vive gracias a la cibernética, las tecnologías de punta, al vértigo de lo inmediato; un mundo en el cual la velocidad se confunde con lo inmediato en espacios sin intersticios. Allí reinan la ubicuidad y la simultaneidad. (Forrester: 30).
Y en ese imperio —¡uno cree estar soñando!— los trabajadores, pobres diablos, aún creen poder colocar su ‘mercado de trabajo’. Es para llorar de la risa. En otra época debían aprender a conservarse en sus puestos. Ahora deberán aprender a no tener puesto alguno, y ése es el mensaje que se les envía, por el momento de manera muy discreta. Una mayoría de seres humanos ha dejado de ser necesaria para el pequeño número que, por regir la economía, detenta el poder. (Forrester: 31).

Un individuo sin función, sin nada que hacer en el mundo, no tiene por qué tener vida. No tiene acceso aparente a la prolongación de la vida, y cada vez hay más gente sin función alguna en esta vida, que tienen vidas longevas. Es una suerte de continuación de la muerte en vida, para ponerlo en breve.

Ahí están los excluidos. Implantados como ninguno. Hay que tenerlos en cuenta. Repetir incesantemente y a los cuatro vientos esos deseos piadosos, esos estribillos, leit motiv y sonsonetes que parecen tics, que llaman al desempleo ‘nuestra mayor preocupación’ y a la creación de los puestos de trabajo ‘nuestra prioridad número uno’ (Forrester: 38).

La autora quiere llamar la atención sobre la superficialidad de los discursos políticos frente a la realidad: una persona que no trabaja no tiene para qué vivir porque no tiene nada que la articule a la sociedad ni al aparato económico. Claro, tratándose de Europa, Forrester se refiere a masas poblacionales que no se mueren de hambre si no trabajan, porque tienen una red de soporte, tenue, con un ingreso mínimo (560 dólares mensuales) que permite pagar algo. En realidad, la intriga de Forrester es: ¿cómo siendo Francia un país tan rico, puede pasar una cosa así? ¿Cómo es posible que convivan la elegancia de París, lo chic y lo refinado, con personas viviendo en cajas de cartón? ¿Y cómo es posible que haya tanta indiferencia? Más que una reflexión económica, que no es, o una reflexión sociológica, que tampoco es, el texto de Forrester es un llamado de atención sobre la inhumanidad de la sociedad moderna. Es un texto ético. No nos explica lo que ocurre; sin embargo lo subraya. Le aterra que ‘los excluidos’ formen parte de las sociedades futuras ya que casi todos formaríamos parte de esas multitudes. La indiferencia frente a todo esto indigna a la autora. Es la indiferencia, sostiene, la que permite la adhesión a estos regímenes. Está refiriéndose a lo que llamamos en Lima «alpinchismo», en España «pasotas» y en México «valemadrismo». Total igual, normal nomás. Esa indiferencia, a la que se refiere Forrester, es la que permite la adhesión al nuevo régimen social donde conviven números crecientes de excluidos con incluidos temporales y con incluidos absolutos. El peligro no está tanto en la situación como en la aceptación ciega, la resignación general frente a lo que se nos presenta en bloque como algo ineluctable... Es un régimen nuevo, y regresivo: un retorno a las concepciones del siglo XIX del que se eliminó el ‘factor trabajo’. ¡Espantoso!

Las reflexiones sobre el poder de principios del siglo XXI son novedosas. Comienzan por recordarnos que las clases dirigentes de la economía privada en ocasiones perdieron el Estado, aunque nunca el poder.

Estas clases (o castas) jamas dejaron de actuar, suplantar, acechar. Tentadoras, dueñas de las seducciones, siempre fueron objeto de incitaciones. Sus privilegios siguen siendo objeto de las fantasías y los deseos de las mayorías, incluso de aquellos que afirman que los combaten. El dinero, la ocupación de los puntos estratégicos, los puestos a distribuir, los vínculos con otros poderosos, el dominio de las transacciones, el prestigio, ciertos conocimientos, la confianza del savoir faire, el desahogo, el lujo, son otros tantos ejemplo de los medios de los que ‘nada’ ha podido separarlos... Hoy esa autoridad no conoce límites: lo ha invadido todo, en particular esos modos de pensamiento que se estrellan por todas partes contra las lógicas de una organización sólidamente instaurada por un poder cuya impronta está en todas partes, listo para acapararlo todo (Forrester: 53).
Ha empezado la era del liberalismo que ha sabido imponer su filosofía sin formularla, sin siquiera elaborarla como doctrina, a tal punto estaba materializada, activa, sin haber sido descubierta. Su dominio impone un sistema imperioso, en una palabra totalitario, pero por el momento incluido en la democracia. En verdad, vivimos la violencia de la calma (Forrester: 54).

La autora aquí nos remite a un punto de partida importante: el liberalismo actual no tiene soportes filosóficos porque no tiene relación con la humanidad, y el sentido de la economía es la humanidad. Es decir, no es una doctrina sino el ejercicio del poder. Añadiría, no es un paradigma teórico. Y el poder es el mismo de siempre, el que decide para sus fines la marcha de la sociedad en su conjunto y que dictamina el paso económico, las corrientes de pensamiento y hace dinero en todo este proceso. Puede o no controlar al Estado, mas sin duda alguna controla el poder. El Poder tiene la capacidad. El Poder vive en el jet set. Al otro lado hay un mundo menospreciado, en vías de extinción: el mundo de la investigación, el pensamiento, la extravagancia, el fervor. El mundo del intelecto, término rechazado con un desprecio intencional, concertado, alentado por la sociedad. Es así porque el pensamiento es peligroso. Porque pensar es subversivo y de pronto cuestiona este orden de cosas que no tiene ni pies ni cabeza desde el punto de vista filosófico, aunque desde el punto de vista del Poder es perfecto. Cuando se anunció que el empleo se había incrementado en Estados Unidos, hubo una crisis de Bolsa en marzo de 1996. Es decir, las cosas son como son y no deben cambiar. Hay que hacer el saludo a la bandera afirmando que «el empleo es fundamental». «El empleo es nuestra prioridad» es un discurso político generalizado para no dar a pensar que el dato es real. Si el problema del empleo mejora, el Poder se asusta. Como un fantasma. ¿Sería insensato esperar el respeto?, se pregunta Forrester.

La autora hace una denuncia pública de las formas de adecuación del Poder y de su transformación valorativa. La fuerza de trabajo era tomada en cuenta de manera subordinada por el Poder durante los siglos XIX y XX, para producir y para consumir. A principios del siglo XXI, la fuerza de trabajo es redundante. No interesa ni para producir ni para consumir. No tiene gravitación ni sentido del ser. Sólo está subordinada. No tiene dónde ir ni qué hacer. No tiene vela en el entierro.

El texto de Forrester no nos permite comprender qué pasa en términos de globalización; empero, nos hace percibir que en Europa las cosas no son color de rosa aunque, claro, leyendo ese texto en América Latina no es muy conmovedor. Lo que es nuevo para ellos, para nosotros siempre ha sido un problema. La indiferencia, la desidia, el desempleo, la precariedad de la vida. Todo eso ha estado aquí siempre, mas nunca interesó a Europa ni menos a Estados Unidos como sociedades. Sin embargo, parece que a los latinoamericanos sí nos importa que estas cosas ocurran en Europa. O tal vez permanece la vieja idea de «si se dice en París, debe ser cierto», idea que nos queda de la ilustración y los enciclopedistas.

Continúa...

© Óscar Ugarteche, 1998, [email protected]
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