Globalización y crisis en el Manifiesto:
Los retos del milenio
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[Ciberayllu]

Óscar Ugarteche
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El Poder, la verdad y la crisis

Alain Touraine (1993: Cap. 4) sostiene que desde siempre fueron los intelectuales quienes animaron el racionalismo. Fueron los intelectuales quienes animaron los progresos de la ciencia, la crítica de las instituciones y de las creencias pasadas. Desde la Edad Media fueron quienes lucharon contra la verdad como revelación. Apunta Touraine que en el siglo XX la relación ha cambiado de polo cuando la modernidad se ha convertido en producción y consumo de masas, y cuando los instrumentos de la razón se han utilizado o utilizan para los fines más mediocres e incluso irracionales. La matanza Nazi sería un ejemplo extremo de esto. Los intelectuales —de los que da cuenta— han tratado en Estados Unidos y en Francia de salvaguardar su relación con el progreso y así han defendido guerras de liberación nacionales en los países que eran colonias, convencidos que los regímenes nacidos de una lucha anticolonial o antiimperialista eran regímenes ‘progresistas’. En los años setenta esto tuvo un viraje y el antimodernismo se volvió hegemónico. Así como los románticos del siglo XIX se dejaron llevar por sus sueños de futuro, los intelectuales del siglo XX se han dejado llevar por un sentimiento de catástrofe. Por primera vez las transformaciones sociales, económicas y políticas no parecen pensadas.

Foucault (Touraine, 1993: 215-217) propone que el poder se confunde cada vez más con las categorías de la práctica misma de manera que en la sociedad moderna liberal el poder está en todas partes y es cada vez más difuso. Esto le daría vida a la cultura y a la sociedad y la impregnaría de un dinamismo propio alejado del poder del Estado y del Gran Capital. El poder es normalización, y el conjunto de la sociedad pone constantemente en marcha ese mecanismo, que ahonda cada vez más la separación entre lo normal y lo anormal. El poder no es un discurso lanzado desde una tribuna; es un conjunto de enunciados lanzados desde todas las instituciones de manera autónoma. Esto se enfrenta a lo que propone Marx para su momento, donde el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. Salvo que hagamos una diferencia entre Gobierno y Poder y supongamos que es posible que el Poder no esté en el Gobierno. En América Latina en la década de los 90, más que nunca hay un híbrido entre Poder y Gobierno y el Gobierno es una junta de negocios. Y en simultáneo hay una dispersión de enunciados polivalente desde la hoy llamada sociedad civil.

Como dijimos al principio, la verdad se ha ido transformando de ciencia (Marx) a mercado (Friedman, von Hayek y, antes, Walras), en el cambio de era. Será el mercado el que diga lo que es bueno y lo que es malo, quién es útil y quién no lo es, quién merece comer y quién no lo merece. Porque el que no trabaja no come porque los subsidios distorsionan al mercado y un subsidio que permitir a alguien comer, interfiere con el mercado laboral, que emplea a cada vez menos personas y las explota más, y con el mercado de bienes. Así las cosas, las preguntas sobre el Capital son múltiples. Tanto más cuanto una crisis mundial se inicia y vuelve a plantear dudas sobre la comprensión de la realidad con la nueva verdad. Si el mercado tiene que ser mundial para operar y dar mayor salida a los abundantes productos industriales producidos por la menor parte de la población mundial en la menor parte del globo, anida en todas partes y crea vínculos en todas partes creando así la base para la universalización de la crisis del Capital, por la que estamos atravesando. Se ha quitado la base nacional a la industria pero no al Capital, aunque éste no tenga bandera. El Poder sí tiene bandera.

«Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante la crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la producción: la epidemia de la superproducción.
«Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno». La gran interrogante es quiénes serán los que destruyan la superproducción y cuál es el papel del obrero moderno.». (Marx)

Uno de los conceptos más manidos de los últimos siete años ha sido el de la globalización. El término ha sido usado para referirse a fenómenos y procesos diversos y tiene significados distintos. Para los de la escuela inglesa, el concepto se relaciona con la universalización de las reglas del juego neoliberales. Para los norteamericanos tiene que ver con la expansión de las empresas transnacionales en un mundo sin fronteras, donde sólo la interactuación de las transnacionales —sean de banca, servicios o productivas— permitirá el aumento de la productividad y la nueva inserción de las economías en la nueva economía global. Para los franceses tiene que ver con las maneras de expansión del capital hacia esta etapa de fines del siglo XX y con los costos que siempre suponen las expansiones del capital hacia las economías del antes llamado Tercer Mundo.

Es imposible pensar en algún aspecto de la globalización sin referirse antes a un concepto usado con mucha frecuencia y poca precisión: el de la competitividad. Este concepto alude a las nuevas formas de competencia por diferenciales de productividad, incorporando calidad, diseño y entrega a tiempo como elementos fundamentales. Es la nueva forma de competencia entre productores diversos repartidos alrededor del mundo que lleva a las discusiones sobre competitividad y sobre la capacidad que tenemos de ser competitivos en una economía global.

Si no ayuda a predecir, la teoría como paradigma no es adecuada y debe ser reemplazada por otra que ayude a hacerlo.

En el centro de la discusión aparecieron y reaparecieron viejas discusiones sobre los tres ejes de liberalismo-mercantilismo, globalización-desconexión y Estado-mercado. La discusión capitalismo-socialismo desapareció con la caída del muro de Berlín (1989). Fukuyama, en El fin de la historia, le dio el certificado de defunción en 1990. El socialismo real de Europa del este colapsó ese año y se acuñó la palabra globalización en el texto de Keinichi Ohmae (Ohmae,1990). ¿Es una casualidad del destino o el resurgimiento del pensamiento globalizador y la caída del socialismo real en Europa del este tienen relación? Quizás Marx se refirió al fin de la historia cuando el capitalismo colapsara fruto de sus propias energías y arribara el comunismo como estado superior. Pero Fukuyama propone que el capitalismo como lo entendemos hoy es el fin de la historia. Sin embargo, este argumento se lanza cuando no hay contrincante a la vista y al mismo tiempo que el capitalismo internacionalizado —buscando nuevos mercados y formas de producir— se parece al capitalismo descrito por Marx en el Manifiesto Comunista. Es evidente que hoy más que nunca se requiere de nuevos enfoques, desde el punto de vista socialista, que regresen el sentido de la economía a la persona. La globalización ha sido posible por la generalización de reglas del juego universales que están contenidas dentro de un esquema teórico de equilibrio general que a la luz de los acontecimientos de Asia, no funciona para nadie. No ayuda a predecir. Si no ayuda a predecir, la teoría como paradigma no es adecuada y debe ser reemplazada por otra que ayude a hacerlo. En el nombre de la ciencia, la persona ha sido olvidada de la función económica y esto es un contrasentido. Al fin y al cabo la economía es la ciencia que estudia la transformación de la naturaleza por el hombre. ¿O acaso ya no lo es y ahora estudia los (des)equilibrios financieros? El resultado es que los desequilibrios entre ricos y pobres han crecido brutalmente y han inducido a unos flujos migratorios no deseados por los ricos y a una tendencia contraria a las globalizaciones anteriores: la migración ahora no acompaña al capital en su expansión del norte hacia el sur, sino que va en sentido inverso. El capital hoy no genera el empleo deseado ni esperado y la curva de Philips perdió toda vigencia. Entonces, ¿para qué es la inversión extranjera, por ejemplo? ¿El crecimiento de las exportaciones, solo, resuelve el problema del empleo y del desarrollo? Hasta donde se constata, no ha resuelto el problema del Capital ni de la realización del mismo.

Si se considera que la globalización es la migración de bienes, servicios, capitales y personas más allá de la propia frontera, se tendría que considerar que estamos frente a un fenómeno recurrente, que la escuela inglesa expresada por Jenks, Hobson y otros del siglo XIX, bautizó como imperialismo, por el título del libro de Jenks. Ellos aludían a la necesidad de expansión del capital británico como una manera de fortalecer al imperio frente a la gran depresión de los años 70 que los enfrascó en guerras y esfuerzos por consolidar su poder en ultramar. Serían los teóricos marxistas de principios del siglo XX los que le vendrían a dar un contenido distinto a este concepto al incluir la injerencia directa del Estado exportador de los bienes, servicios, capitales y personas sobre el Estado receptor, para beneficio de los capitalistas del Estado exportador. Las teorías elaboradas por Hilferding y reprocesadas por Bujarin y Lenin de alguna manera quedaron extinguidas durante la década del 70 cuando los estudios sobre empresas transnacionales (ET) vinieron a demostrar que estas en realidad son agentes económicos autónomos de los Estados y por lo tanto la injerencia directa que denunciaban los teóricos de principios de este siglo era entre imprecisa e inexacta. Un nuevo argumento apareció en el sentido de que la lógica de acumulación de las ET no estaba en el país receptor de la inversión sino donde fuera más rentable, llevando a los teóricos latinoamericanos de la Escuela de la Dependencia a afirmar la necesidad de que los nuevos modelos de desarrollo hicieran a un lado la inversión extranjera y se centraran en la inversión pública como el nuevo líder que establecería el patrón de acumulación interna del país.

Luego de varias décadas de intentos de políticas para romper con la dependencia se fue a parar a una depresión económica generada por exceso de endeudamiento en un contexto internacional adverso y con tecnologías que ya estaban obsoletas. Eso llevó a los teóricos a hacer un consenso nuevo llamado Consenso de Washington. (Balassa et al., 1986). Era un consenso sobre economías abiertas basada en la verdad del mercado. Es evidente hoy, con la crisis mundial, que quizás exista un problema con la teoría de los equilibrios generales que no pudo predecir la crisis actualmente generada. Es una crisis sistémica en que abarca todos los países del mundo, los flujos de capital, el sistema de precios, y cuestiona la tecnología vigente como eje productivo y la institucionalización creada en la década de los años 40 para evitar crisis como la actual.

«¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de las antiguas.» (Marx, p. 38). Pero los mercados nuevos ya fueron conquistados a través de la universalización de la ley de un solo precio implantada en la ideología moderna a través de los organismos creados en Bretton Woods y esto no fue suficiente. Esto dio pie a «crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios para prevenirlas» (Marx, p.38). Parafraseando a Marx, las mismas crisis que dieron pie a la destrucción de la sociedad moderna industrial basada en el Fordismo se vuelven ahora contra la propia burguesía. Los obreros dejaron de ser masas compactas. Los obreros dejaron de ser conscientes de sí mismos ante el terror del desempleo y la exclusión. «Los estamentos medios —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios» (Marx, p. 41). Este es un movimiento reaccionario y de defensa propia pero no le hace a la formación de una alternativa social

«Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren la sociedad actual sin los elementos que la revolucionan y la descomponen» (Marx, p. 56).

La sociedad moderna está compuesta de incluidos y excluidos. Los que tienen suerte son incluidos al mercado y los que no, ni siquiera son parte del mismo. Parafraseando a Wilde, no tienen derecho a ser explotados. No hay una reacción organizada ni de ningún otro tipo frente a esto mientras el debate sobre socialismo, comunismo y la puesta al día del diagnóstico de Marx en el Manifiesto no termina de hacerse. No es fatal que todos los salarios bajen. Ni que todos los obreros terminen trabajando en grandes industrias. Los cambios tecnológicos han modificado las relaciones de producción y conducido a mejoras en los niveles de vida de obreros en algunas partes mientras que en otras ha destrozado aún más las condiciones de vida de la población. El Capital moderno basado en relaciones financieras y en la llamada economía de los servicios ha revolucionado la noción del proletario que deberá ser entendida en un sentido actual. Es únicamente proletario, en el sentido del Manifiesto, ¿el que produce en la industria? ¿Qué pasa con todos los sobreexplotados de los servicios? ¿Qué pasa con todos aquellos que dan servicios a la producción? ¿Qué pasa con todos aquellos que ni siquiera pueden entrar a trabajar? La noción de lumpenproletariado se ha quedado congelada en la Inglaterra de la época del texto. ¿Quiénes son los lumpenproletarios de hoy? ¿Los excluidos? ¿Se puede aún hablar de la clase obrera? ¿Requerimos de nuevas categorías de análisis más precisas a partir de los criterios de Marx? En el cambio de era es preciso hacer una revisión teórica y la formación de nuevas propuestas a partir de los conceptos expresados por Marx, para volver a tomar una dinámica revolucionaria perdida entre las crisis políticas y económicas de la última década y la caída de socialismo realmente existente que abatió, junto con los fracasos en América Latina de Guyana, Chile, Nicaragua y Bolivia, los esfuerzos por hacer viable el concepto de revolución.

Para terminar, la unidad es el centro del tema de Marx. La unidad no existió en América Latina, plagada de movimientos y partidos divididos por visiones y personas que no encontraban ni buscaban los modos de centrar la lucha. Hemos pasado por luchas diversas y muchas veces entre los propios del movimiento socialista sin entrar a la lucha mayor, a veces, por temas de personalismos. El socialismo latinoamericano debe ser revisado junto con las experiencias reales para permitir un resurgimiento de una alternativa a un sistema que deja a grandes mayorías cada vez más de lado y oprime cada vez más. Estamos en una gran crisis sistémica como la descrita en el Manifiesto y este es el momento para pensar y proponer.

Bibliografía

© Óscar Ugarteche, 1998, [email protected]
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