La pirámide de la sociedad peruana.

Extracto de La arqueología de la modernidad,
DESCO, Lima, diciembre de 1998

[Ciberayllu]

Óscar Ugarteche
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2. La demografía y la política de la exclusión

Este texto forma parte del documento «The Dynamics of Exclusion: The Peruvian Case» elaborado para Project Counselling Services en coautoría con Eduardo Cáceres de Aprodeh.

El profesor Gerschenkron (1952) discute que lo que le da un sentido de valor a una persona está relacionado con el nivel de ingresos que esta persona recibe, porque es mediante sus ingresos que la persona siente el valor que él o ella tiene en la sociedad. Desde ese punto de vista, el sentido de autoestima y los derechos ciudadanos están relacionados con los ingresos. ¿Qué pasa cuando los niveles de ingreso son bajos? La persona se considera poca cosa. ¿Qué pasa cuando la persona no tiene empleo? La persona es excluida, no pertenece a una red social, pierde sus derechos. En algún grado, los filósofos clásicos liberales asocian los derechos con la propiedad. Es una apreciación subjetiva de la relación que existe entre ingresos y derechos humanos.

En algún grado, los filósofos clásicos liberales asocian los derechos con la propiedad. Es una apreciación subjetiva de la relación que existe entre ingresos y derechos humanos.
¿Qué ocurre en lo económico cuando una persona tiene empleo y no le alcanzan sus ingresos para vivir? Trabajan los niños y niñas para complementar el ingreso familiar y entonces comienza un tema espinoso que afecta la moral de la nación. El punto de partida es que el trabajo infantil creció como resultado de la depresión expresada como perdida del empleo, ingresos y nuevas inversiones en los países latinoamericanos. El Perú, en este marco, tiene la envidiable posición de líder en América Latina en la caída de los ingresos, con 32% de caída en tres años: 1988-1990. Empero, la caída de los ingresos no expresa la caída en las remuneraciones. En el Perú, al menos, las remuneraciones en términos reales cayeron 80% en Lima y 30% en Chachapoyas entre 1973 y 1994. Se observa una ligerísima recuperación a partir de 1993. Huelga decir que las remuneraciones son mayores en Chachapoyas que en Lima en 1994. Esto se relaciona con la actividad del narcotráfico en el área de Chachapoyas. Los promedios nacionales —si es que se pudiera hablar de promedios en esta amplia gama— de caídas, son de 75% de caída para los sueldos entre 1973 y 1994, y algo similar para los salarios. Además, el empleo decreció. Es decir, menos personas perciben un sueldo o un salario. La PEA creció en cerca del 73%, de 4.5 millones de personas a 7.8 millones de personas entre esos dos años. La proporción empleada, de acuerdo a los datos del INEI, bajó de 65/o de la PEA a 16% entre 1982 y 1994, para los que ofrece información homogénea. Debe ser mayor el empleo adecuado en la década del 70, pre-crisis.

Se puede afirmar con toda certeza que la depresión económica peruana, inscrita en la depresión económica latinoamericana, empobreció a todo el país con las excepciones notables de algunos pequeños sectores cuyos ingresos provenían de utilidades. El peso de las utilidades en el ingreso nacional, hasta donde queda registro de ello, aumentó al 50% del PBI en 1990. Se extrapolaron los niveles de vida. Con la recuperación, lo que se observa (aunque no hay datos aún que permitan sustentarlo) es que alrededor del 10% de la población se ve beneficiada preferentemente. Es aquella sujeto de crédito. La prueba de esto es el número de tarjetas de crédito emitidas, que suma 480,000. Esto no corresponde al número de familias sino de personas y/o empresas. Se podría decir que son dos millones de personas naturales las que se benefician del crédito de forma directa e indirecta, y éstas representan el área de beneficio preferencial de la recuperación económica. El resto quedó excluido del crédito y de los beneficios de la recuperación, del empleo y de las mejoras de la salud. Los observan desde el margen.

Las edades de la población en cuestión son relevantes porque los niños y niñas de menos de 15 años que trabajan sumaban 1.2 millones en el Perú en 1996. Tomando como referencia etárea el año de 1993, esto representa el 14% de los niños y niñas peruanos. Representa alrededor de un 16% de la PEA adicional a la PEA registrada, que genera ingresos a la familia en un rango de actividades que va desde el trabajo legal hasta la delincuencia, pasando por una combinación de ambos, Se conoce que la banda poblacional entre los 15 y 25 años representa alrededor de 30% de la población total, con lo que dos tercios del país tiene menos de 25 años. Se puede decir que la sociedad ha envejecido porque hay más población mayor de 64 años y menos población de menos de 14 años. La banda etárea intermedia creció, siendo urbana en gran medida, fruto de las migraciones antes descritas. Ésos son los jóvenes de hoy, urbanos e hijos de migrantes.

En este marco debernos entender que lo que ha ocurrido con los derechos humanos en el Perú tiene que ver con la falta de valor económico de las personas. La gente no importa. La sociedad no interesa. Interesan los tarjeta de crédito habientes, con rango de ciudadanos consumidores. El resto es descartable. Las violaciones de los derechos humanos son
... lo que ha ocurrido con los derechos humanos en el Perú tiene que ver con la falta de valor económico de las personas. La gente no importa. La sociedad no interesa.
vistas como detenciones arbitrarias, secuestros, matanzas de personas inocentes. Lo hemos observado en el Perú, sobre todo en los departamentos catalogados como muy pobres[...]. Esto se ha reducido en los años 90. El problema con este acercamiento a los derechos humanos es que metafóricamente infiere que la ausencia de crimen es la vuelta al imperio de la justicia. El chantaje, la intimidación y el miedo pueden asemejar la aparición de «la ley y el orden», y el subempleo y los bajos sueldos cubren la semejanza con una economía donde todos los trabajadores son valorados y respetados. Los niños y niñas crecen fuera del espectro de la ley y el orden o con ésta en su contra, porque el trabajo infantil está penalizado. Allí comienza a construirse una nueva imagen del Perú para los jóvenes de hoy. Los hijos de los sectores de mayores ingresos en la sociedad no tienen esta percepción sino que se ubican en la parte dominante de la misma, acrecentándose así las distancias entre peruanos, que de suyo eran grandes en el punto de partida de 1990, cuando se inicia 1a «globalización» y «modernización».

En el Perú hay una falsa percepción según la cual «ser moderno» es sinónimo de la rápida incorporación de tecnologías, y el establecimiento de nuevos escenarios para el país. Para lograr esto «se requiere de autoritarismo», porque hay un problema de «falta de gobernabilidad». Éste es el sentido común que ha reelegido a Fujimori una vez y que podría reelegirlo por segunda vez, en una espiral que da la razón a quienes afirman que el Perú necesita un dictador porque no sabemos cómo vivir con nosotros mismos.

Los procesos de modernización en toda la historia han sido limitados, dado que los ciudadanos no se consideran sujetos de derechos y deberes. No son líberos, personas libres que se relacionan de manera impersonal con el mercado, debido a las razones teóricas mencionadas anteriormente. Lo que llevó a la crisis del poder no ha sido una ausencia de autoridad sino el ejercicio irracional de la misma. La pregunta sobre los derechos humanos en el Perú remite entonces a la pregunta sobre la modernización del Perú, su cultura y su política.

3. La República sin ciudadanos

El sistema tradicional de dominación que ha prevalecido en el Perú hasta mediados del siglo veinte suponía falta de equidad entre los peruanos. La ciudadanía era un reconocimiento formal, restringido por la raza, clase, religión, opción sexual, género y nivel de ingresos. Todo lo que se desvía de ser varón blanco, heterosexual, limeño, católico y rico es subordinado a este valor supremo patriarcal. Para los subordinados —todo el resto de la sociedad— la impunidad ha sido una constante en los casos de abuso o crímenes cometidos por los dominantes. En el Perú, los ingresos no aseguraron la inserción en el Poder; y la movilidad social tuvo un límite y un techo en términos de Poder. El dinero «blanquea», aunque no es todo lo que se requiere para pertenecer al Poder. Esto ha sufrido algunos cambios en los últimos treinta años, derivados de los efectos de la reforma agraria y de la gratuidad de la educación universitaria. Eso explica la posibilidad de que exista un presidente de la República hijo de migrantes japoneses, así como ministros de diferentes grupos étnicos. Son cambios que auguran un país mejor integrado. La actuación pública del hijo de migrantes ha calcado la conducta del patriarca blanco en el desprecio mostrado hacia todo el resto de la sociedad: la metáfora de los alcaldes de Huancavelica cabalgando a Lima para pedir una entrevista con el «Señor Presidente», que éste no les concedió, es una metáfora de cómo el «Señor Presidente» ha adoptado los valores blancos y olvidó los elementos de subordinación que sufrió como no blanco, pobre, etc. Se lo recordaron en la investigación periodística sobre sus orígenes. Para afirmar su poder de blanco macho y distante, quien respondió a las preguntas de la periodista en televisión fue su madre, cuyo castellano es malo, recordándole a la teleaudiencia su ascendencia humilde y su calidad de persona de origen subordinado. O sea, se puede incluso manipular desde el Poder la imagen de igualdad del oprimido usando a un oprimido como portavoz cuando se goza del ascenso social. Esto lo convierte en un miembro de la clase dominante vergonzante. Cuando deje el poder presidencial, desaparecerá de la cúspide del Poder real. Es extraño cómo una sociedad rígida puede generar símbolos de poder transitorios y por tanto producir personas de esta talla. Es la misma sociedad, por cierto, capaz de producir un Sendero Luminoso aniquilador de símbolos del Poder. Y los que aniquilan son adolescentes.

La lucha por los «derechos» se basó en la lucha de clases desde 1920. Dos momentos marcan el paso de lucha los años 20 y los años comprendidos entre las décadas de los años 60-70. Las luchas por los derechos civiles generaron conflicto con el Estado, el cual reaccionó mediante la represión. El final de período estuvo marcado por la Asamblea Constituyente de 1978-79, y antes la Asamblea Constituyente de 1932-33, donde los legisladores trataron sin éxito de relacionar los derechos a las leyes de la tierra; por ejemplo, encontrar la relación entre el régimen político y el progreso social.

Después de 1980, las estadísticas de violencia y muerte en el Perú expresaron horror. En trabajos recientes, Basombrío y Degregori (1997) sugieren que si los escenarios para la guerra no hubiesen sido en su mayoría Huamanga y Huanta, el Perú hubiese registrado unas 800,000 muertes. La guerra interna ha sido una guerra «mediática», pensada por ambos lados en términos de opinión pública en áreas donde nada importaba. Fue una guerra de símbolos donde el terror y el contraterror fueron armas usadas por ambos lados como armas psicológicas proyectadas al resto de la sociedad, afuera del escenario de la guerra.

Hasta 1983, la guerra estuvo concentrada en Ayacucho (departamento muy pobre) y áreas adyacentes. Ese año las fuerzas armadas y los medios de comunicación entraron al conflicto con la masacre de ocho periodistas en Uchuraccay. Quien hubo ordenado la masacre había calculado muy bien el impacto: protestas, indignación en los medios de comunicación producto del evento ocurrido en las alturas de Ayacucho. El deseo de exterminar estuvo claro para todos los peruanos, Transmitió un terror paralizante a toda la población civil. Todos fuimos los culpables, por ponerlo en términos del informe de la comisión investigadora. El mensaje contrario fue transmitido por la masacre de Lucanamarca. Los campesinos aprendieron que Sendero quería la conquista de subjetividades individuales y sociales. El poder de destrucción, o de defensa, conquista o restauración era un poder simbólico.

Entonces las tácticas militares de poca monta, como por ejemplo los rastrillajes en los pueblos jóvenes por parte del ejército, o los asesinatos selectivos y los coches bomba por el otro lado, actuaban en el simbolismo de Poder y terror. Ambos se basaban en instituciones débiles, en la ausencia de mediadores y subjetividades endebles. El diagnóstico del Perú que tenia Sendero es que era semi-feudal, por ejemplo, pre-moderno, sin una sociedad civil diferenciada ni una esfera pública diferenciada, tomándolo directamente del diagnóstico de Mariátegui para los años 20. El Estado, según Sendero, estaba en proceso de desintegración, con una tendencia hacia el autoritarismo, donde la unidad nacional sólo podía ser obtenida con la mediación de la Iglesia y el ejército, en especial el ejército. El jaque era de ejército a ejército.

El orden y el desorden son indisociables, la violencia permea toda realidad social, al punto que en la moderna sociedad posindustrial ha surgido una especia de voyeur violentista. Porque la violencia vende: el criminal, el delincuente, el rebelde, el combatiente, el héroe, mezclado con el vándalo tipo hooligan, hasta el extraterrestre, son los actores de un nuevo tipo de diversión. Los juegos de video y el cine han
... ha surgido una especia de voyeur violentista. Porque la violencia vende...
hecho de ellos los protagonistas más rentables de una industria que, partiendo del culto al cuerpo proveniente del deporte, se desliza por la vía del exceso hacia la arbitrariedad, la locura colectiva, la agresión social salvaje y el menosprecio por la vida del otro, pues matar resulta divertido (Vega Centeno, 1997).

Los que tienen el Poder, cuentan con un atajo para el proceso de legitimación mediante la construcción de un consenso que apuesta por el uso de la fuerza. En este marco, la intermediación social está muy reducida o debilitada. El poder del lenguaje, la religión, las sociedades migrantes y otros trabajos voluntarios está debilitado. En el Perú esto se expresa en la administración de las diferencias con el «otro», en tiempos de paz y el uso extremo de la fuerza en tiempos confusos. Es entonces cuando los militares ingresan como intermediarios. Los «otros» están al lado derecho del diagrama de exclusión. «Ellos» eran «sacrificables», y son los que perdieron sus vidas debido al fuego cruzado de la guerra entre Sendero y las fuerzas armadas. Sólo cuando la guerra llegó a Lima y a sus sectores residenciales se tomó conciencia de que había alcanzado a todos. No sólo les pasaba a «ellos»: nos podía pasar también a «nosotros».

Hay razones estructurales para la violencia, tal y como hemos visto antes. Hasta los militares y civiles comprometidos con la guerra estaban al tanto de esto y del discurso de las raíces estructurales de la violencia que ganó peso durante los años 80. La exclusión era vista en términos de la extrema pobreza, la discriminación y la marginación. Otros elementos tales como la interacción en la esfera política han entrado como un argumento a través del trabajo de Rodríguez Rabanal, quien sugiere que la violencia es la continuación de la política mediante otros medios, parafraseando a Clausewitz que afirma que la guerra es la continuación de la diplomacia a través de otros medios. Propone que la vida social continúa con cicatrices de pobreza por medios destructivos e inéditos. En este sentido la violencia no libera, más bien refuerza la comunicación ilógica que hay detrás de la sociedad que ha nutrido a la violencia. Esto se manifiesta de varias formas: desde el letargo, la depresión y las actitudes de sacrificio mediante enfermedades psicosomáticas, hasta la abierta agresión contra el «ser» y el «otro».

Cualquier ideología puede llenar el vacío: el senderismo o el libre mercado, siempre que el mesías lo guíe.
En el ser interior de las personas que dieron testimonio para el trabajo de Rodríguez Rabanal, los principios de represalia y la búsqueda compensatoria por el gran salvador, un mesías, está presente. La inhibición de la violencia se reduce, puesto que la violencia aumenta y una tendencia hacia impulsos agresivos de destrucción crece entre la población. Esto nos permite entender la guerra y la peculiar posguerra. Cualquier ideología puede llenar el vacío: el senderismo o el libre mercado, siempre que el mesías lo guíe. La meditación racional de una ética no existe y el instinto abre camino a un pseudo discurso científico (senderismo o libre mercado). Apoya a una figura autoritaria como Fujimori, como a un mesías al que entrega el escenario. La impotencia alimenta la esperanza, La esperanza está afuera de uno. La esperanza está en el mesías. Se puede leer esto tanto en el trabajo de Degregori (1985) Qué difícil es ser Dios, a propósito de Guzmán, o la religiosidad mesiánica del APRA en trabajos de Degregrori y de Vega Centeno (1988).

Luego de la masacre de los penales (19 de junio de 1986), la mayoría de los limeños encuestados coincidían en condenar la violencia ocurrida y los cientos de personas desarmadas asesinadas. Poco a poco la realidad hizo cambiar a la opinión pública. Seis años después, el apoyo masivo al autogolpe de Estado en abril de 1992 estuvo relacionado con la necesidad de restablecer el orden a cualquier precio, endosando una militarización del país a pesar de sus «excesos». La masacre que tuvo lugar en los penales en 1991 pasó casi desapercibida, En todo caso no generó reprobación ni quedó en el recuerdo social.

Después de 1993 la situación comenzó a cambiar. A mediados de ese año la población sindicó a las fuerzas armadas como responsable de la muerte de 9 estudiantes y un profesor de La Cantuta y estuvo en contra de la Ley de Amnistía de julio de 1995, cuando los militares responsables de esas muertes fueron liberados de las cárceles. El cambio en las actitudes está relacionado con el trabajo de las organizaciones de derechos humanos, periodistas, lideres de la oposición, sin cuya acción el cambio de actitud no podría ser explicado. ¿Significa esto que hay una percepción común sobre los temas de derechos humanos en el Perú de hoy? El trabajo efectuado por la Coordinadora de Derechos Humanos mediante una encuesta llevada a cabo en tres ciudades sobre la percepción de los derechos humanos, arroja los siguientes resultados:

Cuando los organismos defensores de los derechos humanos se alejan de la población en un área, queda la sensación de falta de protección contra la violación de los derechos humanos. El Estado, como tal, intimida a los muy pobres y pobres en las zonas identificadas. Por otro lado, parece estar a la sombra de la conciencia ciudadana el hecho de que todos somos iguales, algunos más iguales que otros, según la primera respuesta.

Continúa...

© Óscar Ugarteche, 1999, [email protected]
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