La declinación de la economía global
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[Ciberayllu]

Jorge Beinstein
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2. El crecimiento de la deuda pública de los países ricos.

El menor dinamismo económico implicó la desaceleración de los ingresos fiscales de estados empujados a sostener la demanda, frenar los precios y apuntalar las ganancias empresariales. Ello derivó en políticas que expandían el gasto público, practicaban reducciones fiscales en beneficio de las grandes empresas y enfriaban los costos salariales. Por otra parte, el rigor monetario y la liberalización financiera que coincidían con una mayor demanda estatal de fondos (motivada por los déficits presupuestarios) hicieron subir las tasas de interés. De ese modo, mejoró radicalmente la rentabilidad de las actividades financieras (hacia las que progresivamente se volcaban importantes grupos de negocios), desacelerando aún más el crecimiento, desalentando las inversiones —en especial de las empresas pequeñas y medianas— y generando desocupación.

El enfriamiento económico general bloqueaba las inversiones productivas; los excedentes financieros que no podían orientarse hacia ellas quedaban disponibles para cubrir los déficits estatales; de ese modo, la declinación del crecimiento generó al mismo tiempo la demanda y la oferta de títulos públicos.

El círculo vicioso quedaba completo: el encarecimiento del crédito frenaba el crecimiento, lo que engendraba déficits fiscales, lo que provocaba endeudamiento público, lo que —finalmente— presionaba hacia arriba las tasas de interés, etc.

Una porción significativa de los excedentes financieros había encontrado, hacia mediados de los 70, la ruta de los países periféricos que fueron alentados a endeudarse, esto permitió el desarrollo de una primera bomba financiera que estalló a comienzos de los 80 con la «crisis de la deuda» en el Tercer Mundo. La deuda externa de esas naciones se había multiplicado por ocho entre 1970 y 1980; luego del desastre, se produjo una reorientación de capitales hacia los países centrales, donde la inflación se reducía pero la desocupación aumentaba y los estados se endeudaban cada vez más.

Deuda pública como porcentaje del producto bruto interno

 

1980

1990

1996

Países del G7

41,6

58,3

73,8

Países de la OCDE

40,2

57,1

72,2

Estados Unidos

37,0

55,5

63,9

Alemania

31,1

45,5

64,9

Japón

51,2

65,1

86,4

Fuente: OECD-61, 1997.

Las políticas de austeridad en el gasto público impuestas en la periferia, asumieron una dirección contraria en los países ricos. En la primera el FMI obligaba a comprimir los déficits presupuestarios y frenar el endeudamiento externo mientras que en las naciones desarrolladas eran establecidas estrategias opuestas (más gasto18, déficit y deuda estatal).

En 1996 la deuda pública total de los países del G7 (aproximadamente 14 billones de dólares) equivalía al 74% de la suma de sus Productos Brutos Internos y al 48,5% del Producto Bruto Mundial.

Hacia comienzos de los 90, el enorme peso de esas deudas comenzó a ser presentado como un freno al crecimiento (efecto negativo de las altas tasas de interés sobre las inversiones) y un generador de déficit fiscal (volumen en aumento de fondos destinados al pago de la deuda). El ciclo de endeudamiento de los países centrales ingresaba en una fase de crecimiento lento, matizada con tentativas de ajuste de las cuentas públicas. En el caso norteamericano, la efímera prosperidad de los 90 permitió avanzar hacia la reducción del déficit, pero en Europa el intento se vio frenado por el espectro del estancamiento.

La deuda externa de la periferia (cerca de 2,2 billones de dólares) aparece en términos globales como una cifra menor, pero su crecimiento e importancia con respecto a las frágiles economías subdesarrolladas la convierten en un factor explosivo; así lo ha demostrado la crisis de la deuda de 1982, la crisis mexicana de fines del 94 y los recientes sacudones (desde 1997).

Los ciclos de endeudamiento periféricos han sido asimétricos con relación a los de los países centrales. La deuda periférica ha cumplido una función compensatoria para los flujos de fondos en búsqueda de rentabilidad. Durante los 70, la expansión de petrodólares y otros excedentes financieros no ubicables en las economías desarrolladas estancadas, se volcaron hacia la periferia produciendo allí deudas relativamente grandes. En los 80, cuando los estados desarrollados aceleraron su endeudamiento, los periféricos —muchos de ellos realizando ajustes supervisados por el FMI— se endeudaron lentamente; finalmente en los 90, cuando los primeros comenzaron a aplicar medidas de contención del endeudamiento, los segundos —en especial su grupo de economías calificadas como «emergentes»— recibieron una avalancha de fondos. A partir de 1997 nos encontramos frente a una situación que empezó reiterando el vaivén conocido (reflujo de capitales desde la periferia hacia el centro), pero que rápidamente se encontró en los países ricos con estados sobreendeudados empeñados en políticas fiscales restrictivas y con mercados bursátiles demasiado inflados. Se trata de una realidad nueva, de saturación financiera, que reduce de manera notable el margen de maniobras tradicional.

3. La «financierización» de las grandes empresas contribuyó de manera decisiva a la transformación del negocio financiero en el centro de la economía de mercado.

Se trata de un movimiento doble, por una parte las empresas ingresaron en el campo de los negocios financieros y por otra los grupos financieros se instalaron en las estructuras empresarias. Los sistemas empresarios cada vez más concentrados encontraron en la especulación la compensación a los rendimientos insuficientes, esto produjo una desvío creciente de fondos que afectó negativamente a la producción y al empleo. Las oportunidades de negocios especulativos se multiplicaron, los títulos de deuda públicas, las acciones y otros papeles ofrecían buenas ganancias sin necesidad de esperar plazos largos.

Las empresas disponían de excedentes pero también necesitaban fondos para financiar sus guerras tecnológicas y comerciales, cada vez más duras, pudieron entonces acudir al mercado y aprovechar las desregulaciones para colocar acciones y obligaciones. Ello introdujo en el seno de sus directorios a representantes de grupos financieros cuya visión de los negocios modificó de manera decisiva el comportamiento empresario.

En Estados Unidos el incremento de la participación de las acciones en los activos de las empresas, la creciente participación de los «inversores institucionales» en el capital empresario y el movimiento ascendente de fusiones y adquisiciones de empresas se inscribe en la lógica financiera favorable a las operaciones de corto y mediano plazo y en detrimento de las estrategias de largo aliento. Según un estudio realizado por la Reserva Federal de los Estados Unidos más de un tercio de las empresas adquiridas entre 1984 y 1989 fueron revendidas durante ese mismo período.

Pero no solo las empresas se lanzaron al área financiera-especulativa: también lo hicieron los bancos, cuyas actividades tradicionales fueron complementas o desplazadas por la nueva especulación (productos derivados, especulación cambiaria, etc.). Así ocurrió en Japón con Mitsubishi o en Francia con la Société Générale19. En Estados Unidos se han producido reconversiones casi completas de bancos hacia estos negocios, tal el caso del Bankers Trust de Nueva York —ya hacia comienzos de los 90 las tres cuartas partes de sus ingresos provenían de la especulación con «productos derivados».

4. La hipertrofia financiera aparece en el centro de la economía global; las transacciones cambiarias que llegaban a un poco menos de 20 mil millones de dólares diarios a comienzos de los 70, se habían multiplicado por 65 en un cuarto de siglo (en 1995 alcanzaban 1,3 billones de dólares) y hacia 1998 habían tocado los 2 billones (cifra próxima a toda la deuda externa de los países periféricos), y grupos especulativos ganan o pierden fortunas colosales en unas pocas jornadas20. La imagen de la avalancha financiera incontenible e impredecible que escapa a todo control se fue consolidando a lo largo de los 90s. Dos aspectos deben ser enfocados: por una parte su dimensión y ritmo de desarrollo, y por otra la trama de comportamientos sociales que la empujan hacia adelante.

Algunos indicadores pueden ilustrarnos acerca del primer punto. En 1995, la suma de acciones y títulos de deudas públicas y privadas emitidas en Estados Unidos llegaban a una cifra que representaba el 250% de su Producto Bruto Interno; comparaciones similares nos llevan a volúmenes del orden del 147% en el caso de la Unión Europea y del 175% en el de Japón. La totalidad de «papeles» emitidos en esas tres economías se aproximaba a los 40 billones de dólares, casi el doble de la suma de sus PBI.

Este desmesurado empapelamiento de la economía mundial fue el resultado de la combinación en los países de la OCDE del bajo crecimiento de la inversiones productivas y del elevado aumento de las colocaciones de fondos en activos financieros. Entre 1980 y 1992 la formación bruta de capital fijo creció según una tasa anual promedio del orden del 2,3% contra un 6% para los activos financieros (OCDE). Dicha tendencia se vio reforzada desde fines de los 80 con una marea de fondos especulativos orientados hacia la periferia.

Superando los límites tradicionales del sistema bancario emergieron los «Fondos de Pensión», utilizando los ahorros de los futuros jubilados y los «Mutual Funds» o fondos comunes de inversión que canalizaban dinero de origen diverso hacia la compra de papeles de todo tipo en toda clase de países. A lo largo de los 80 estos fondos crecieron vertiginosamente pero en los 90 la expansión fue aun más fuerte. Hacia 1988 los Fondos de Pensión de las naciones de la OCDE administraban inversiones del orden de los 3,9 billones de dólares, una década después dicha cifra se había multiplicado por 2,6 llegando a los 10,2 billones (aproximadamente un tercio del Producto Bruto Mundial).

En Estados Unidos, los Fondos Comunes de Inversión (Mutual Funds) administraban hacia 1980 activos por unos US$ 130 mil millones, pero en 1990 llegaba al billón de dólares y en 1997 a los 3,7 billones de dólares, que representaba cerca del 50% de su Producto Bruto Interno. Hacia 1980, en ese país cuatro categorías de «inversores institucionales» (fondos de pensión, fondos comunes de inversión, compañías de seguros y de seguros de vida) administraban activos financieros por unos 1,6 billones de dólares que representaban algo menos del 60% de su PBI; en 1990 alcanzaban los 5,2 billones de dólares (95% del PBI), pero en 1993 superaban los 8 billones (125% del PBI). En Inglaterra, para esa última fecha, dicha cifra rondaba los 2 billones de dólares (165% de su PBI).

La punta de lanza especulativa de los fondos de inversión son los llamados «hedge funds» o «fondos de cobertura», teóricamente destinados a reducir el riesgo de los inversores a través de operaciones muy audaces y sofisticadas; en realidad, su función es la de ponerse en la cresta de la ola financiera, como las compras de los tristemente célebres GKO rusos (títulos de deuda pública interna, en rublos). El primero de ellos es el Quantum Fund capitaneado por George Soros; hacia 1990 existían unos 200 «hedge funds», en 1998 eran unos cuatro mil.

El nivel más alto de la especulación ha sido alcanzado por la gestión de los llamados «productos financieros derivados». El Banco Internacional de Compensaciones, con sede en Basilea, es la institución que realiza el seguimiento más sistemático del tema; sus informes alimentan las publicaciones del FMI y otras organizaciones. El Banco publica series que incluyen selecciones representativas del fenómeno, cuyo ritmo de crecimiento ya importante a fines de los 80 se hizo exponencial en los 90s. Una de esas series, por ejemplo, incluye negocios que totalizaban US$ 4,4 billones en 1991, llegaban a 8,4 billones en 1993 y a 24 billones en 1996, y en 1997 representaban un volumen equivalente al del Producto Bruto Mundial (BIS, 1997 y 1998).

El segundo aspecto a destacar es la trama de comportamientos que impulsan la hipertrofia especulativa. Entre ellos debe ser destacado el de los estados centrales que desde los 80 persistieron con sus déficits fiscales y endeudamientos, lo que los empujó a liberalizar los sistemas financieros abriendo sus ofertas de títulos al capital internacional, en el que empezaron a destacarse los inversores institucionales (Fondos de Pensión, Fondos Comunes de Inversión). Las deudas estatales se globalizaban, los «productos derivados» incluían operaciones con títulos públicos. En 1992, el 20% de los títulos de la deuda pública de los Estados Unidos estaba en manos de inversores extranjeros; en el caso alemán llegaba al 25% contra 5% en 1979; y en Francia al 32% contra 0% en 1972. Las operaciones diarias en títulos de la deuda de los EE.UU pasaron de 13.800 millones de dólares en 1980 a 70 mil millones en 1988 y a 120 mil millones en 1993; en Japón esas operaciones pasaron de 1.400 millones de dólares diarios en 1980 a 29 mil millones en 1986 y a 57.600 millones en 1993.

El estado norteamericano debía 1,1 billones de dólares en 1981, 2,2 billones en 1986, 3,4 millones en 1991, 4,6 billones en 1996; el estado japonés adeudaba unos 140 billones de yenes en 1981, 230 billones en 1986, 310 billones en 1993 y más de 410 billones en 1996. La expansión de las deudas periféricas contribuyó de manera significativa a la generación de la hipertrofia financiera global, pero su peso es claramente menor al del endeudamiento central.

Por otra parte, la liberalización financiera desarrollada desde los 80 coincidió con una permanente inestabilidad económica. Las fluctuaciones de las paridades cambiarias y de las (altas) tasas de interés, sumadas a la desaceleración de las demandas, la desocupación y precariedad laboral, engendraron una situación donde amplios sectores sociales, desde asalariados hasta empresarios, eran afectados por una incertidumbre creciente, engendrando en ellos una debilidad estratégica que fue aprovechada por la especulación financiera para la cual el riesgo es su hábitat natural.

Además, empresas y bancos se fueron embarcando rápidamente en una proceso de «financierización» que les aseguraba beneficios que compensaban la menor rentabilidad de sus actividades tradicionales, o bien que les permitía conseguir fondos de manera directa. También empezaron a conseguirlos cada vez más los consumidores de los países ricos y las clases superiores de la periferia a través de diversos mecanismos de endeudamiento y especulación (desde la generalización de las tarjetas de crédito hasta la participación familiar masiva en el negocio bursátil que en Estados Unidos llegaba a fines de los 90 a proporciones nunca vistas).

Al círculo vicioso especulativo debemos agregar la transformación de la periferia en una zona de negocios rápidos de altísima rentabilidad (privatizaciones de empresas públicas, hipervalorización de activos como inmuebles o títulos, multiplicación de bolsa de valores, etc.) y la proliferación de negocios ilegales (tráfico de drogas y armas, prostitución, «protección», corrupción del estado, etc.) que alimentaron la bomba financiera global.

Podemos detectar una cadena donde cada eslabón se enlaza profundamente con el otro en una secuencia donde los beneficios (y los riesgos) van aumentando, desde el empresario o la familia que ganan «un poco más» con alguna especulación, hasta el grupo financiero que gana mucho más combinando la compraventa de títulos con el blanqueo de narcodólares o algún negocio fraudulento con un gobernante periférico corrupto, para llegar finalmente a las mafias.

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NOTAS
  1. Tomando el conjunto de países del G7, el gasto público representaba en 1980 el 36,2 % del PBI, en 1990 el 37,6 % y en 1996 el 39,6 % (OECD-61, 1997).
  2. Hacia mediados de los 90s la mayor parte de sus resultados netos provenían de estas actividades principalmente de la especulación con «productos derivados».
  3. En 1992, George Soros ganó en una sola jornada mil millones de dólares especulando contra la libra esterlina, pero entre mediados de agosto y mediados de septiembre de 1998 según informaba la prensa, habría perdido unos mil millones de dólares en el mercado financiero ruso mientras que el «trader» vedette John Meriwether le hizo perder en el mismo período a «Long Term Capital Management» cerca de 2.100 millones de dólares en papeles desvalorizados de «mercados emergentes».

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© Jorge Beinstein, 1999, [email protected]
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