Los
años noventa y la poesía peruana |
|
César Ángeles L. |
Paolo de Lima (1971) ha postergado por algunos años la publicación en libro de sus poemas: Cansancio (ASALTOALCIELO / editores; Filadelfia, 1995. Carátula y dibujos interiores de Elena Tejada) 3. Hasta entonces, al igual que la mayoría de poetas jóvenes, usó y abusó de la publicación en plaquetas y revistas para darse a conocer. Quizá Cansancio, en un formato más bien delgado y mínimo (20 pp.), de apenas nueve poemas cortos, puede verse como una gran plaqueta bajo la apariencia del libro. Esto, por supuesto, si entendemos por «libro» algo de mayor volumen; lo cual es perfectamente relativo y discutible. Digo todo ello, no por fácil ironía ni mucho menos; sino porque el propio objeto-libro y la propia trayectoria literaria de un joven limeño como su autor, adelantan un rasgo importante de su poética y de su opción, que aparece a la vez como sutil protesta (el propio título del conjunto es significativo y elocuente de esto): el adelgazamiento verbal. De hecho, para quienes lo conocemos, sorprende que Paolo de Lima tenga tanta fe en el circuito de revistas y plaquetas literarias, donde es tenaz activista. Una sensibilidad minimalista organiza su alma.
Al final de la película Farenheit 451, los personajes que se han resistido al orden autoritario cuya actividad más grotesca es la quema de todo libro y de todo vestigio de escritura se hallan reunidos en un bosque retirado en los márgenes de la urbe del futuro, según la famosa novela de Ray Bradbury. Cada uno de ellos ha memorizado un libro. Más aún, cada uno es un libro. Y de esta manera quieren burlar la represión ejecutada desde arriba. Pero estos hombres y mujeres no tienen entre sí una comunicación precisamente enriquecedora y humana. El último cuadro de la película así lo evidencia: deambulan sin mirarse por los caminos de aquel bosque, repitiendo en voz alta sus textos respectivos de acuerdo a un cotidiano ejercicio de memoria y resistencia. De ahí que la sensación final, contra lo previsible, es la de presenciar a seres incomunicados; correspondientes a una alegoría donde la literatura se yergue como último bastión contra la locura censora y alienante del poder (la lectura es peligrosa porque propicia el discernimiento y estimula la fantasía). Lejos de la ciudad y gracias a la memoria de ciertos hombres iluminados y rebeldes que han preferido huir a esa especie de ínsula antes que ser devorados por la uniformidad agobiante del régimen imperante, simbolizado por esos peculiares bomberos que en lugar de agua echan fuego para quemar todo libro y cualquier vestigio de escritura. La literatura resiste; pero queriendo colocarse más allá de toda cotidianeidad y de sus contradicciones intrínsecas.
Todo ello me viene a la memoria leyendo estos poemas de Paolo de Lima. Igualmente, leyendo los de otros autores, jóvenes o no, en estos años; o al escuchar algunas reivindicaciones de esta hora sobre qué es el arte, la literatura, quién es el artista, quién es el poeta. Existe un manifiesto repliegue hacia las zonas más íntimas del individuo, que quiere echar lejos toda huella o resonancia del lenguaje referencial. Tendencia al abstracto, otra vez.
Cansancio. ¿Cansancio de qué? Quizá de esa preeminencia en nuestra tradición poética, rápidamente reseñada al comienzo de este artículo, correspondiente a la segunda mitad del siglo.
Dos de los poemarios más mentados en el Perú de estas últimas dos décadas, corresponden a dos conspicuos integrantes de HORA ZERO: Tromba de Agosto (Lima, 1992), de Jorge Pimentel, y Cementerio General (Lima, 1989), de Tulio Mora. En ambos casos, se trata de las obras de madurez de cada uno de estos autores, y en las que hay evidentes correspondencias con la realidad social e histórica del país. Por otro lado, el colectivo de poesía que tuvo mayor presencia en la primera mitad de los 80 fue KLOAKA, algunas de cuyas expresiones literarias son claros desarrollos extremados de algunos postulados horazerianos: salir a la calle de la ciudad, mimetizarse con su lenguaje, con sus temas y personajes. Así, dos de sus más reconocidos exponentes: Róger Santiváñez y Domingo de Ramos, tampoco abandonan el realismo; sino que desde una actitud vital situada en la marginalidad lumpen (con innegables coincidencias y diferencias entre cada uno de ellos), han logrado que el lenguaje de la poesía escrita se rompa y adquiera un personalísimo estilo de disgregación, pero sin perder el sello expresionista-realista característico de aquel movimiento.
Una poética como la de Paolo de Lima, en cambio, no sólo se sitúa en la individualidad más pura y dura, sino que propone un lenguaje alejado de esta tradición. Coincidiendo con la de otros creadores jóvenes, esta propuesta tiende al autismo (un rasgo característico de la vertiente más descentrada de la sensibilidad actual aludida en la parte II). Aquel vaciamiento de la realidad tangible y, asimismo, de enunciados ideológicos de cualquier tipo, son parte de lo mismo. A todo ello queda asociada, en clave de símbolo, la imagen del desierto (Cf. La era del vacío / Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, de Gilles Lipovetsky; París, 1983): un espacio donde aparentemente nada destaca; todo se uniformiza en inevitable sucesión de arena, piedra y una que otra alimaña o animal solitario. Allí habita un individuo vaciado de realidad, atomizado, carente de lazos sociales, con la palabra a punto de volverse cero. He aquí algunos de los rasgos característicos del sujeto poético en las composiciones de Paolo de Lima. Quizá éste su heterónimo urbano (su nombre original es Paolo Gómez) sea lo más fácil de asir para un lector acostumbrado a una dicción poética más vecina del canto o de la historia. Todo lo demás es desierto. Un no hablar a la manera que ha predominado en la poesía peruana desde la mitad del siglo. En una correspondencia personal, el propio autor dice: «Cada vez me gusta más lo que escribo. En Cansancio, la línea narrativa, argumental, va por el rompimiento del silencio; se nota unas ganas de no decir nada, de no escribir. Algo así vio una periodista. Leyó bien el libro. Eso me gustó. Cada vez me siento más seguro de lo que hago. En cierta forma vislumbro una escritura diferente. Poco a poco romperé más. Es que nuestra tradición poética es más dura que el muro de Berlín. Los poetas jóvenes que escriben bien no me preocupan. O quieren sorprender. O son muy respetuosos de la tradición. Pero somos muchos jóvenes poetas que estamos haciendo las cosas bien.» (noviembre, 1996). Y ya alguien perspicaz como José A. Mazzotti ha dicho de esta poesía que «(su) tono intimista y reflexivo (la) distingue de la del resto de autores (dentro y fuera de su "generación") que cultivan los recursos de la poética narrativa y conversacional» (de la nota de prensa redactada para Cansancio). No parece arbitrario, pues, traer a colación unos comentarios de José Carlos Mariátegui, en su pionero ensayo sobre la literatura peruana, acerca del caso de Eguren (1872-1942): «José María Eguren representa en nuestra historia literaria la poesía pura. Este concepto no tiene ninguna afinidad con la tesis del Abate Brémond. Quiero simplemente expresar que la poesía de Eguren se distingue de la mayor parte de la poesía peruana en que no pretende ser historia, ni filosofía ni apologética sino exclusiva y solamente poesía (...). Eguren habría necesitado siempre evadirse de su época, de la realidad. El arte es una evasión cuando el artista no puede aceptar ni traducir la época y la realidad que le tocan».
Por cierto, cabría preguntarse si la opción del autor de Cansancio es la única posible en el nuevo paso que quiere dar ahora la poesía peruana. ¿O es acaso la más representativa de la hora actual? Mi posición es que representa el sentimiento de un sector social y generacional: sobre todo de la fracción ilustrada de la pequeña burguesía en Occidente. Creo también que este lenguaje forma parte del tránsito hacia otro, diferente del que ha venido prevaleciendo en la poesía peruana desde su consagración en los años 60-70 4.
Durante la siguiente década, en los 80, algunos jóvenes autores fueron dando forma final a una sensibilidad, nada épica y poco dramática: parte constitutiva de un nuevo giro del lenguaje poético y literario así como expresión del desencanto. En un ensayo inédito, con carácter testimonial, el propio Mazzotti neto representante de aquella promoción redondea lo dicho de esta manera: «Quién sabe si consciente o inconscientemente estábamos contribuyendo en algo a la liberación de las importaciones y al surgimiento de la "onda retro" que a principios de la década del 80 caracterizaba el ambiente cultural limeño», y: «Por entonces, las sombras dominantes seguían siendo los poetas del sesenta, y toda la retórica del coloquialismo y el narrativismo, del poema que "llegara" al ciudadano común y que a la vez rindiera tributo a las poéticas boreales (...). Pero los años ochenta no eran los sesenta, y los procesos sociales y políticos que se empezaban a hacer más claros concurrían en el mismo efecto homogeneizante y determinante entre algunos sectores de la intelectualidad más joven: la conciencia del deterioro, del caos, de la incertidumbre, de la angustia y de la indignación. No por nada los años finales de la dictadura militar habían sido testigos de una recomposición social en que el Perú andino había penetrado ampliamente no sólo las calles del centro de Lima, sino también las esferas culturales por medio de la actitud informal y el achoramiento generalizado. Aunque esto podía parecer una amenaza en un principio, algunos lo entendimos como la fuente de nuevas perspectivas y como la posibilidad genuina de elaborar nuevas poéticas, que buscaran superar la institucionalidad literaria desde adentro con buenas dosis de ayuda desde afuera, es decir, desde la irracionalidad y el estado de ánimo que alimentaba el "achichamiento" nacional» (de: «El proceso de la poesía del 80» 1995). Se trata de un recorrido que, a través de la retórica consagrada, busca salir de y desde ella sin saber bien hacia dónde. Asimismo parece indicar un poema de Paolo de Lima: (...)¿habrá alguna estrella, luz o mirada / Que nos dé otro camino? ¿Dónde / La mañana ardiente, el sol del lago, extendidas manos? / ¿O es necesario que tu sombra sepa de mustios pasos? / / De esa forma cambié el tono (...) / / Abismos de lenguaje (del inédito: «Lágrimas de cocodrilo sobre conchas negras»).
«Es para calmarte que escribes
Es para no desesperar»
(de Cansancio)
El universo poético de la poesía de Paolo de Lima está limitado a espacios mínimos. Allí donde el tiempo no corre sino que la conciencia del poeta se detiene en la introspección y la no tan pacífica contemplación. Su punto de partida es subjetivar al máximo la experiencia de la vida misma. Y esto no es una redundancia, porque abordar temas de la historia o de la sociedad daría la apariencia de una poética más testimonial, más reflexiva-objetiva. Aquí, en cambio, nos ubicamos con el poeta en un estado de lirismo no muy usual en la poesía peruana última, la verdad sea dicha, desde antes de los 80. Vienen exactas las palabras de Miguel Ildefonso, otro joven escritor de estos años, compañero de Paolo de Lima en el ex-colectivo NEÓN, que junto a Carlos Oliva y Rubén Grajeda lo integraron a inicios de la última década. Se trata del texto que preparó para el homenaje a Carlos Oliva con motivo de su temprana muerte: «En 1990, la Perestroika, la caída del muro de Berlín, llegaban al país entre los últimos coche-bombas, partidos sepultados, mass-media. Los nuevos poetas no tenían, como antes, a qué asirse. Los 60, los 70, ¡qué lejos estaban! Los 80 se habían refugiado en la oscuridad de Lima. La COHERENCIA resultó ser la utopía que se buscaba. (...) surrealistas / vanguardistas estaban asimilados en el kish, ángeles / beats en el coloquialismo de Cisneros, estructuralismo y hipies en el nuevo místico Verástegui. ¿Cuál era la onda, entonces? Ninguna. O, mejor dicho, la de siempre: volver a la esencia de la poesía. (...) nadie de NEÓN llegó a publicar un libro, fascinados aún en ese pozo de iluminaciones. Tal vez por eso cada uno disparó por su lado a la hora de salir: unos para articular un nuevo lenguaje, otros para vivir en el exilio, sólo uno para quedarse para siempre allí donde la Poesía no necesita de palabras: Carlos Oliva» (de: «La necesidad de algo nuevo») 5.
En Cansancio, el paisaje del poeta lo conforman las esquinas de una ciudad (Lima), su habitación, la casa de sus padres: una familia pequeñoburguesa. Como se dijo, este paisaje se impregna del intimismo que es el alma del libro, propiciado por la actitud interiorista del poeta. El poema «Vuelo» cifra muy bien todo ello: Ahora: / contacto del mundo con tu / intimidad / / Te has encerrado en ti / La puerta da la orden / y obedeces: / Sales / Perdí en la vida / ahora / sólo me queda / a l a r g a r l a. El tono nihilista y precozmente desencantado que recorre el libro, se potencia instalado en noches como fríos espacios en mi corazón y en esta mañana redonda / que guarda mi temor (de: «Traes a mí apagadas rotas costumbres»).
Uno de los mejores textos es «Desazón». Según una característica común a todo el libro, la voz poética va en segunda persona propiciando diálogos sucesivos con sujetos el otro de quienes no sabemos nada, excepto lo que nos deja entrever el poeta.
Reveladores del camino seguido por esta poesía como se dijo, común a la de otros autores de estos años son dos versos en cursivas del poema «Monólogo de la puerta del cuarto al único hombre que lo habita»: Nada tengo ni nada deseo / Quiero ser lejos / en las sombras. En el texto citado de Ildefonso se dice, en osada generalización, que «Los 80 se habían refugiado en la oscuridad de Lima». Pero lo dicho hasta aquí sobre Cansancio, en especial la última cita, advierten que si aquel comentario es verdadero ello no culmina en la década siguiente, sino que el malestar continúa, aun sea adquiriendo nuevas formas, como en la poesía de Paolo de Lima. Más que ante un alma matinal, nos hallamos todavía ante cierto tono crepuscular del individuo. En el poema «Desazón», el poeta dice de / a una muchacha: Cuándo se abrían certezas en tu corazón, pálido y triste. / Y como si las noches tuvieran pies / Te arrastrabas tras ellas / En los contados minutos donde mi paciencia termina 6.
La página siguiente, ofrece un poema sin título que reafirma este sentimiento. Lo cito completo para volver luego sobre él:
Sirviendo la ausencia de ti
busco unas líneas que expresen mi aliento alucinado
como cuando mi mirada caminaba por tus ojos cafés
que despertaban mis ganas en el retroceso de la mente
y tu cuerpo lo sujetaba yuxtapuesto.
Ahora sólo un trago y la conversa
de dos amigos levantan mi frente
como mi mano derecha esta jarra de cerveza.
Los últimos tres versos resuenan mucho a otros pasajes sobre bares, amigos y bohemia en la poesía peruana, incluida aquella dicción coloquial, en clave de jerga: «un trago», «la conversa». La diferencia, en este poema de de Lima, radica en que ello se inscribe en un espacio verbal donde prevalece el inicial juego de espejos en la subjetividad del poeta, que lo lleva desde el cuerpo ausente y deseado hasta menciones metalingüísticas sobre la escritura misma, sobre la memoria. Para decirlo fácil, hablando de borracheras no estamos ante un poema como el recordado «Al amigo napolitano entre botellas van y botellas vienen», del horazeriano Manuel Morales, que cuela muchas alusiones sociales e históricas junto a otros desarrollos más intimistas que le otorgan su peculiar tono irónico. Ahora, en cambio, el marco es otro, de cámara y hacia dentro. De ahí que no existan las palabras de otros personajes como sí en el poema de Morales, porque ello conduciría al lector hacia la realidad concreta y cotidiana. No dejo pasar esta oportunidad, para decir que, hasta donde llega mi información sobre la poesía peruana actual, el empleo de jerga y del lenguaje escatológico-coprolálico ha caído en desuso, siendo quizá sus epígonos algunos de quienes formaron parte del Movimiento KLOAKA y alrededores. Es interesante, al respecto, constatar el manejo cultista de la palabra que ha ido adquiriendo el lenguaje de Domingo de Ramos. Todo ello es, pues, otra señal de por dónde apuntan hoy los más jóvenes: a dejar un ropaje retórico más abierta y hasta grotescamente realista, para intentar otras estrategias y derroteros verbales.
El último poema del libro es también de los mejores, y cierra con varios significados pertinentes para lo que venimos observando. Aquí sí hay claras alusiones a la realidad social de la capital del Perú, en estos años: (...) esta ciudad de casas / enrejadas / donde Hedor reina y embarra / mientras mis ojos observan despacio, grandes; o: En Lima todos se cuidan de todos / y salir no significa estar afuera: salir es quedarse afuera. / Salir.... E incluso, a su creciente violencia, aunque con un tono irónico y distanciado: Escucho balazos / se han incorporado a la paz de mis noches. Sin embargo, hay otro asunto importante referido al lenguaje, y son esos versos donde el poeta parece dialogar con la tradición heredada, sin ánimo iconoclasta ni raptos vanguardistas, por cierto: No quiero usar metáforas porque puedo ser directo / en escribir lo que viene a mi cabeza; y : Las cortinas son blancas pero mi razón lo es más. / Vasos, tapetes, espejo, adornos, ladrillos, mueble, / casaca, sonido, vidrios, escalera, una fruta que comeré. / ¡Increíble cómo me alejo de mis libros mientras escribo! / Cuando esto hago, lugar mejor aparte de éste / junto a la ventana que da a la calle / en el segundo piso de mi casa no tengo. Así, semiautista, alejado de todo y de todos, mientras deshilvana su canto se aleja de esa respetable biblioteca que fue / es su pan diario. Y es que no se trata de seguir la ruta marcada por esos libros: las inevitables y queridas influencias. Se trata ahora de «ser directo». Aquí, en este conciso mensaje puede estar la clave de cierto tipo de escritura y de poesía a la que aparentemente Paolo de Lima suscribe: la fabricación de otra retórica; animada por la autenticidad, en la simplicidad expresiva, de la voz poética. Una sensibilidad distante de las grandes palabras, de los ritmos y metáforas usuales, y que asume el riesgo de perder o ganar, de transmitirle o no sangre y vida al lenguaje. Esta condición es la que le otorga a esta poesía de Paolo de Lima su compromiso y modernidad. La vida misma podrá darle a alguien joven como él otras experiencias que nutran y enriquezcan su opción; aquélla que se adelgaza a esta frugal declaración de felicidad que cierra su primer libro: Soy feliz escribiendo / porque aprender a escribir es lo mejor que me ha sucedido / (y conocerte también). Aquella opción, también, que pone al otro aún entre paréntesis, y que simultáneamente halla su plenitud no en el habla sino en la escritura: una ocupación más bien solipsista. Contestando, así, al imperante tono narrativo-conversacional de la poesía peruana y a su correlato virtual: el vínculo comunicativo con un lector implícito.
A veces, leyendo esta poesía, tuve la tentación de asociarla al cielo de Lima: ése que prefiere la ambigüedad de la neblina a la eclosión de la lluvia y el cielo azul, u oscuro. Asimismo, tentado estuve a volver sobre el lugar común del criollismo acerca del carácter de los limeños y su relación con el clima de la ciudad: amable pero elusivo, melancólico, como el vals. Cansancio se abre con un texto adolescente, que en rápida lectura evocaría ello: El corazón avizora desde un balcón limeño / Transitan chismosas chibolas (de: «Tus pasos reclaman verme»). Estas fáciles resonancias, sin embargo, se articulan de inmediato con otros versos que como carteles luminosos abren el tono de esta poética: Habría que buscar invernales / distancias sin Ella. Sin embargo, no llego / a nacer. / Otra vez suena la canción del solitario, o también: Cansado y acaso sin ganas de retener fe / siento llegar nubes espesas a mis ojos / Siento cansancio; pronto / se oirá el sonido de tus pasos. Lo cual, más a fondo que los elementos atmosféricos o costumbristas, nos sumerge en la filosofía operante en este libro. Como queda dicho en la tercera parte de este artículo, estamos ante un distanciamiento imbuido de una sensibilidad interiorista, y poco o nada inclinada a la interacción social. Aunque también deba considerarse que este poema se cierra con un más que escueto verso: Sueño. Un término que cifra dos significados posibles: el acto de dormir y la metáfora acerca de imaginar mundos placenteros. Esta evasión onírica se reitera en el último poema del conjunto, luego de una distendida descripción del espacio exterior e interior del poeta (situación coincidente con el estado observador y distante «desde un balcón limeño» en el primer poema, y que de diversas maneras vuelve en los demás textos): Ya podré dormir tranquilo / no me duele la cabeza ni siento escalofríos. Así, quizá no sea abusivo plantear esta poética como zona de descanso. ¿De qué? La respuesta puede ser múltiple, y creo que en base a todo lo dicho el lector está en condiciones de extraer sus propias conclusiones.
Como sea, sonará a escándalo para quienes asumen la literatura y el arte como escenarios de mílites. Ante tal modo de ver las cosas, nada más chocante que algunos pasajes del inédito «De nada la flojera y las ganas de dejarlo todo»: De nada la flojera y las ganas de dejarlo todo / De nada ese desdén que nos acompaña. En este buen poema, se expresa algo que ya recorre el espíritu de algunos autores del 80; especialmente, de alguien como Róger Santiváñez: un tono místico urbano; un sentimiento simultáneamente religioso y laico que propicia una voluntad profética / visionaria, a la manera francesa del XIX (es bueno recordar aquí que la primera plaqueta de Paolo de Lima estaba dedicada a Rimbaud. Es más, mediante una enumeración libre y provocadora, el poeta se autodeclaraba semejante en más de un punto con el célebre autor de Iluminaciones). Pero en Santiváñez, tal actitud está impregnada del hálito callejero-lumpen de KLOAKA. En de Lima, y en este último poema, en concreto, el pulso es más bien seco y conceptual; nada estridente: ¿Y si el miedo nos atropella, nos conduce con nuestras mejores intenciones / Al abrevadero del planeta? Mitómana curiosidad de aprender: / El que sabe vendrá a cocinar o será cena, vendrá con su tos hoy mismo: / Como esta neblina instalada aquí con nosotros por siempre jamás.
En este discurso poético, pues, no hay multitudes (aunque sí hay, a veces, un «nosotros» que remite a un grupo antes que a una colectividad mayor o una nación), ni tribus, ni dioses, ni parodia de cantos primitivos, ni explícitas problematizaciones sociales, históricas, políticas, sensuales. Es decir, no hay huellas visibles en el papel de todo esto. Casi no hay tampoco nombres propios, descripciones materiales y concretas. Sí hay, predominantemente, «calles asteriscas», soledad, margen, y, sobre todo, una palabra poética que no pesa como protagonista del escenario vacío que estos poemas le han fabricado.
El poeta y el poema, en fin, como instancias de redención de una historia (¿real? ¿literaria?) plagada de traiciones: Nadie partió tramas ni desató nudos / Y esa dúctil mañana baja como una nube agotada. / Nadie hablará esta vez, ni cogerán tus dudas / Perezas cuando las mañanas se sacudan. No / Sucederá nuevamente ninguna traición. Porque vuelves / A crecer como en los sueños de una joven madre (de: «Nadie partió tramas ni desató nudos»).
Por esta manera de hacer poesía, es que me suena tan raro ese poema «Fichero», que Paolo de Lima dio para su publicación en el Foro de Poesía (Lima, 1993) organizado y conducido por Rodrigo Quijano en la Alianza Francesa de Miraflores. Van unos pasajes: (...) barrio en el límite de las ciudades por cuya ruta / el camión cisterna reparte agua dulce / en otros lares de no sé dónde con cerros de esperanzas dentro / de esteras / donde la quincha símbolo del poder colonial / pertenece a los sin poder social (mas no real pues el poder / está en quien avanza) / camino de habitantes sin ciudad luchando por conseguirla, o también: escaleras construidas por obreros cuyos pasos han subido / únicamente / las escaleras que construyen para / donde es genial entender este cielo inexistente / allí quien trata de adecuar y no traicionar su pensamiento / para (y con) las masas sin renunciar a esta su clase / acá ciudad muerta e igual a una tetera llena de agua / sobre la candela en su máxima expresión / donde varias ciudades coexisten en el mismo espacio / donde un mismo lugar y tiempo comparten dos ciudades / de varios niveles de vivir (sobre) vivir (con) vivir / allí quien dice «después: ¡nunca!» / donde papel tinta y pensamiento es el único terno que tienes, y finalmente: (...) aún / no has salido de los márgenes de tu / adolescencia bien cuidada y aún / desconoces las aulas repletas / o vacías pero nunca com- / pletas de una universidad / los lugares en los cuales las neuronas visten de luto / donde desgraciadamente pocos cuentan con el don del humor. No me detendré a comentar este texto, por no considerarlo representativo del momento actual de su autor. Sólo quería citarlo y dejar constancia de mi sorpresa al releerlo, algunos años después y a propósito de este artículo sobre la emergente poesía de Paolo de Lima.
chismosas chibolas: muchachas murmuradoras, cotillas.
achoramiento, achichamiento: alusión al duro y complejo proceso de mestizaje, en las ciudades del Perú, desde mediados de los 70 aproximadamente. Se trata de un desborde masivo y popular que ha cuestionado, desde la llamada «economía informal», una serie de prácticas y parámetros culturales y sociales, proponiendo otros, en más de un caso desgarrados o aun lúmpenes.
esteras, quincha: materiales baratos con los que la mayoría de inmigrantes ha solido levantar sus primeras viviendas, al tomar por asalto los márgenes de la ciudad.