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El guachimán de la lengua despertó de su
larga modorra y, como buen guachimán, encendió su pequeño
televisor para ver las noticias, que uno no está para estar vigilándolo
todo todo el tiempo. Estaban pasando una entrevista de un periodista a
otra periodista, como suele verse ahora, y la atractiva entrevistada,
enfocada muy de cerca por la cámara, dijo muy enfática y
pausadamente: «¡No pienso volver!» El guachimán,
que miraba con mucha atención al maquillado rostro, reparó
en el labio inferior tocando a los dientes superiores al decir «vol»,
lo que le pareció raro, pero se calmó inmediatamente cuando
vio la pronunciación de la sílaba inmediata: «ver»:
los dos labios se juntaron, como al guachimán le parecía
normal. Ya podía volver a dormir, a soñar con imágenes
antiguas y sonidos recientes, y quizá al despertar escribir una
nota sobre la pronunciación de la uve, o ve chica, o ve corta.
(Pero durmió tanto tiempo el guachimán, que en una publicación
similar salió otro informado artículo sobre cómo
cantantes y locutores se esfuerzan en pronunciar la /v/; al despertar,
esta vez, la curiosidad que sintió por este asunto fue tan grande
que se fue a leer códices y antiguos diccionarios.)
ace unos mil años, décadas más, décadas menos, en un definitivamente medieval y ya antiguo monasterio de líneas mozárabes en lo que hoy es la provincia de La Rioja, al norte de España, alguien probablemente un religioso, quién sabe si estudiante o predicador leía con mucho interés un libro (manuscrito, de los que hoy se llaman códices, pues la imprenta no existía en Europa por esos siglos oscuros) y, mientras estudiaba, escribía al margen anotaciones glosas en lenguas que probablemente conocía mejor que el latín de los sermones del libro. Los estudiosos han contado unas 150 glosas en el códice que se conoce como Æmilianensis 60; muchas están en latín vulgar, dos en euskera (o vasco), y el resto en la lengua que aparentemente se hablaba en las calles, el román de la época. Casi todas las anotaciones son de unas pocas palabras, más conceptos que frases, pero ya se ve que el romance riojano se ha separado del latín: por ejemplo, se escribe el romance amuestra por el latín indica; nos non kaigamus (tempranísima forma del irregular de caer) por precipitemur. De las glosas que interesan al tema de este «Guachimán», note el avisado lector las siguientes: sanos et salbos (del latín salvus) por incolomes; o alquandas beces (del latín vicis, turno). Y en la glosa 89, la más glosada de todas las glosas de las emilianenses que se suele considerar como el ejemplo más antiguo de la construcción y la gramática del romance castellano propiamente dicho, se escribe salbatore y serbitjio (servicio). (También aparece salbatore en la peculiar Nodicia de kesos, sí, «Noticia de quesos», pergamino leonés sobre una donación de eso, que disputa con las glosas riojanas el título de documento más antiguo escrito en romance castellano.) ¿Cómo no recordar ahora a Alfredo Valle Degregori? Buen maestro, filólogo, escritor de libros y en periódicos, especialista en exordios, filípicas y otras cosas en varias lenguas muertas, pero sobre todo un enamorado del idioma vivo, me tocó en suerte por partida doble: en aulas de primaria en Huancayo y luego en la Universidad Agraria La Molina, donde trataba, el pobre, de desasnarnos. Contaba Valle (/v/ale, por el origen italiano) una historia medieval para subrayar la inexistencia de la pronunciación /v/ en el castellano: decía que los monjes hispanos (de Hispania, no de los Estados Unidos) se burlaban de sus colegas germanos, que pronunciaban la v como la f, por confundir al dios verdadero (Deus verus) con un dios feroz (Deus ferus). No se iban a quedar atrás los monjes germanos en esta guerra de puyas conventuales. Probablemente interrumpiendo las grandes y lujuriosas fiestas relatadas en el texto de los Cantos de Goliardo, más conocidos como Carmina Burana, se daban tiempo para acusar a los hispanos de dedicarse a la buena vida, aduciendo que para ellos beber (bibere) era lo mismo que vivir (vivere): Beati Hispani, quibus vivere est bibere. (Para no aburrirlos con reiterativos ejemplos de esta confusión precisamente milenaria, hemos puesto más citas relevantes en algunos recuadros de esta página.) Hay, pues, pruebas mil de que en el castellano el román paladino («En qual suele el pueblo fablar a su veçino») del poeta primordial Gonzalo de Berceo (cuyo origen y apellido aparece frecuentemente como Verceo en documentos de su época) nunca hubo diferencia entre la pronunciación de la b y de la v. No obstante, sin embargo y a pesar de todo eso, a muchos de nosotros, especialmente en la escuela primaria cuando nos enseñaban a leer, nos inculcaban que la b era labial, y la v dentilabial. Esto era y sigue siendo, a lo que se puede ver, probablemente un eco persistente de lo que algún académico novelero escribió en tres de las veintidós ediciones (1817, 1822, 1832) del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (véase el recuadro dedicado a la historia de la letra v en el DRAE, y nótese la complicadísima descripción que se hace de su pronunciación en las ediciones indicadas). Las dos puntas Sin embargo, como una pinza gigante, la pronunciación /v/ empieza a rodear a América Latina. Inicialmente del sur, en particular desde Argentina, vino el afán de imponer esa pronunciación que Menéndez Pidal llamó «ultracorrecta y afectada», pues «la v nunca se pronunció nativamente en castellano»; esto se debe probablemente a la influencia del italiano en el habla platense, reforzada por la persistencia de la preceptiva de la Academia, mencionada en el párrafo anterior, que coincidió con la época de la independencia. Durante la primera mitad del siglo XX, por otro lado, Argentina es uno de los países más ricos del mundo y, como tal, ejerció una influencia muy notable en toda América del Sur, tanto a través del medio impreso (grandes editoriales y revistas de distribución continental), como de los relativamente nuevos del cine sonoro y la radio. Hasta hoy, en Bolivia, el Perú, Ecuador y Colombia, muchos locutores de radio (en especial de programas deportivos) suelen hablar con un dejo con claros resabios ríoplatenses, y suelen subrayar la pronunciación /v/, aunque con poca consistencia, para enfatizar algunas palabras o sílabas. (El guachimán se divirtió un poco tratando de pescar esas inconsistencias en sus archivos de sonido de escritores rioplatenses entre estos, Benedetti, Borges, Cortázar pero se aburrió muy pronto porque el ejercicio no ofrecía ningún reto: todos pronuncian la uve a veces como /v/ envío, vida y a veces como /b/ vez, vaca: Benedetti es quien más pronuncia /v/, y Borges quien menos.) Hoy, en Estados Unidos la pronunciación /v/ se difunde cada vez más, y en este caso el papel del bilingüismo es muy evidente. Los estadounidenses latinos bilingües pronuncian la /v/ casi siempre... cuando saben que la palabra se escribe con v. Muy cerca, en casa, he visto cómo un pequeño que decía «/b/aca» refiriéndose al animal del título, empezó a decir «/v/aca» apenas fue consciente de la ortografía. La frase del título de este comentario no tiene sentido para estos hispanohablantes porque la letra ve se distingue en la pronunciación de la letra be, por lo que no sería necesario lamarla uve, ni ve corta, ni ve chica, sino simplemente ve. Una consecuencia de esto es que los inmigrantes solemos malpronunciar la v cuando hablamos en inglés (por ejemplo, «ay jab» I have)... y los hijos la malpronuncian cuando hablan en español... ¿«Malpronuncian»? Oh, el guachimán detesta los juicios de valor, porque obligan a pensar... El asunto es que, como dice el artículo que alguien publicó mientras el guachimán dormía, la pronunciación /v/ es cada vez más frecuente en los medios: cantantes, locutores, animadores de tele/v/isión se esmeran en pronunciarla, con cada vez más consistencia, pero lejos aún del predominio total. El castizo betacismo (que así se llama la carencia de fonemas que distingan las letras b y v.) corre peligro, pero es probable que nadie, ni siquiera el guachimán, lleve a cabo una campaña para salvar algo inexistente: «¡Defendamos la pronunciación betacista!» es una consigna que jamás encontrará muchos seguidores, pero es también lamentable el tratar de imponer la pronunciación dentilabial aduciendo que es «mejor» o «correcta». Al final de todo este esfuerzo de investigación, el guachimán se deja llevar siempre se deja llevar por una nostalgia adelantada. ¿Como se pronunciará «vivir» de acá a un par de generaciones? Es hora de descansar. Noviembre del 2002 Algunas referenciasMenéndez Pidal, Ramón: Orígenes del español. Estado lingüístico de la península ibérica hasta el siglo XI. Quinta edición, Espasa-Calpe S.A., Madrid, 1964 ____: Manual de gramática histórica española. Decimoctava edición, Espasa-Calpe S.A., Madrid, 1985. Wolf, Heiz Jürgen: Las glosas emilianenses, Universidad de Sevilla, 1996. González Galicia, Rosario: «Sobre uves y bes»; Babab, No. 10, septiembre 2001 Glosas Emilianenses, en las páginas de San Millán de la Cogolla (sin fecha; dirección nueva). Obras completas de Gonzalo de Berceo, en las páginas del valle de Najerilla, La Rioja. |
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