Puente
y barrera
a
palabra venía desde lejos;
de la raíz de la emoción del hombre
antes de que el presagio amaneciera.
Sólo una exclamación fue en el comienzo,
un grito apenas,
una chispa sonora del espíritu.
Y designó después cosas comunes
propias del hombre y su inmediato entorno,
convivió con el gesto y el dibujo
en una rara y milagrosa mezcla
con la que el hombre prolongó su estado
y llegó al semejante
en intangible vuelo ilimitado.
Quiero creer que fue primero puente,
instrumento de unión,
vínculo entre los seres,
eslabón entre un hombre y otro hombre
y que a través de ella
se expresaron amor y sentimientos.
Después el propio hombre
la convirtió en barrera
para cerrar el paso al otro hombre.
Bloqueó el entendimiento,
se hizo lanza
y se clavó en el pecho del hermano.
¡Que destino tan trágico!
De ser puente a barrera,
de ser luz a ser sombra,
de ser mano amigable
a ser puño crispado.
Al pasar las edades sigue siendo
puente y barrera,
instrumento de paz, signo de furia,
emblema del amor, marca del odio.
Habita en el discurso, en el poema,
en la expresión corriente de la gente
en la oración piadosa del devoto,
en la cansada voz de los ancianos.
Habita donde el hombre la libera
y desde el fondo de su alma canta,
ruega, blasfema, gime, se enternece;
es un producto suyo la palabra.
Al saber que es nuestra mensajera
hagamos lo posible porque siempre
sea puente de unión y no barrera.
Exégesis del barro
Voy en busca del yo retrospectivo,
en busca de los cánones vitales
que crearon la carne concebida
por milagros de sangres ancestrales.
Quiero palpar tu piel, mi noble abuelo,
tu piel que no es ni polvo ni distancia,
que es tan sólo confusa nebulosa
girando en la memoria en redundancia.
Poner sobre tus ojos mi mirada
y bañarme en la luz del atavismo
para beber del cáliz primigenio,
para estar más seguro de mí mismo.
Navegar por los ríos de la sangre
procurando tu génesis de lunas
sobre tálamos blancos de jazmines
en albas antesalas de tu cuna.
Llegar por los dominios de la aurora
hasta el inicio del primer latido
y acompasar tu corazón y el mío
en un único ritmo definido.
Y entonces sí, poder decir que ahora
hallé por fin mi identidad perdida
y transito mejor acompañado
por el arduo camino de la vida.
© 2002, Wilson
González Alfonzo
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