Mi padre, amigo
No nos mientas con el adiós,
ahí te vemos correteando aún
por el bosque de los sueños.
S.Ch.
Ahí lo
veo. Está vivo aún
y no hace mucho conversábamos
hasta rayar la vida.
Tiene 50 historias y es bueno
como un pan.
Él me tolera y él es mi amigo.
Sabe que este oficio es cosa de locos
y él ama a los locos.
«Juntar palabritas no es un juego», afirma.
A veces tiene sus días negros y vuela.
Vuela como un pájaro sin rumbo hasta
clavar sus ojos en un libro de Eça de Queiroz.
Él es mi amigo y yo soy su amigo.
Somos tan distintos y él me dice «No,
somos tan distantes», y el Sol se acuesta
en el tibio Mar del Callao.
De su boca oí una extraña historia
de nuestra sangre.
«Y nuestra sangre le digo no es de ahora
ni de ayer, es de siempre».
Él celebra mi ocurrencia
con un lentísimo sorbo de café.
Ahí lo veo. Está vivo aún.
Él es mi amigo y eso me basta.
Breve nota de Franz Kafka a Max Brod
Querido
Max:
Estoy al borde del abismo y tú lo
sabes.
El abismo tiene el color de Praga
cuando llega la fiebre del verano.
El abismo es la desesperación y el horror,
una mezcla que no te recomiendo a ti, poeta.
Me han contado que el verano,
allá en Sicilia, tiene el color
de Milena cuando ella me sonreía enamorada.
Yo quiero que Milena viva feliz,
sin verme sufrir en esta miserable pocilga;
por eso, Max, con el cariño que te tengo,
te ordeno que quemes mis cartas.
Quémalas sin hacer mucho humo,
que el fósforo se encienda
rápido como el corazón
de nuestras amigas, tontas y joviales.
No te olvides tampoco de mis papeles, Max.
Quiero que arrojen sus lenguas de fuego
como las palabras que el rabino
escupe cuando se embriaga.
Recuerda que mis palabras fueron árboles caídos.
Que no quede nada, por favor,
ni el más leve pálpito.
Sé cuidadoso al arrojar
las cenizas al río y al viento.
Que no quede nada, te digo,
nada de esta vida ni de esta sangre
que recorrieron ambas las tardes de otoño.
Odiseo conversa con su madre en la Av.
Abancay
Anticlea llora al ver nuevamente a su hijo.
El reino de los muertos ya no es ahora
el reino de Plutón y Proserpina.
El reino de los muertos
transcurre rápido por la Av. Abancay.
Odiseo es un muchacho pálido
que aspira vivir bajo un techo.
Anticlea consuela a su hijo con un chicle mordido.
Ella ha muerto de hambre ha mucho.
Los chicles de menta se venden en cada esquina.
Odiseo en cada esquina sueña,
sueña tener una mujer que se parezca en algo a su perro.
«Mancha», por supuesto, no es «Argos».
«Mancha» pide huesos en los mercados.
En los mercados Odiseo oye el canto de las Sirenas.
Desconoce el joven
por qué las Sirenas tienen la forma de un trozo de carne.
Peligrosa es la carne para él.
Odiseo sueña y mastica el mismo chicle que no vende.
Nadie compra sus sueños.
Esta mañana al lado de su madre Odiseo quiere estar.
* * *
* Selección de Viñetas, libro en prensa.
© 2003, Sandro Chiri
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Para citar este documento:
Chiri, Sandro: «Tres viñetas», en Ciberayllu [en línea]
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