Piojos
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Piojose saco los piojos a las dos de la mañana
Tiempos de CarenciaDomingo. Despierto con el ruido del margolpeando la pared del acantilado. Tengo el libro de Eliot en las piernas al frente la niña en la cuna, infla los cachetes y parece que va a pronunciar la magnífica palabra pero sólo gime. Le digo: ca-ca ella restriega sus ojos con las manos regordetas y desde mis piernas la extraña sonrisa de Mr. Thomas Stearn es una acusación, una amenaza, la niña lanza un grito aprieta los dientes las encías enrojecidas y yo sentada sobre la manta me convierto en la voyeur de este placer. Puja, hija mía, puja esperemos con los dedos entrelazados la sentencia. Mr. Thomas Stearn partido en dos por la solapa del libro me mira fijamente el iris claro típico de los perversos y la sonrisa de los bancarios, agestada. Dime algo, ¿por qué no me dices nada? Habla y sigue pujando hasta que puedas contar tus muertos, no se sabe cuántos son ya, mantienen un sabor misterioso que sólo se siente en el fondo del paladar. Las plazas se llenan de visiones de sombras, ojeras tras ojeras en las colas por un kilo de azúcar una miga de pan. Todos estamos aquí con nuestras manos lacradas. Extiende una vez esas manos yo abro las piernas y dejo que él fornique sobre mí como un cerdo como un cerdo rosado frota tu sucio placer, ¡frótamelo! por un kilo de azúcar una lata de leche. Puja, hija mía, puja es lo único que me interesa, eso y rayar esta hoja en blanco el olor del amoniaco en la batea y la mitad de un pollo muerto. |
©Rocío Silva Santisteban, 1999, [email protected]
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