Tsikwaita es la historia, o la poesía porque la vida es ficción hasta que se vuelve realidad de un matemático que, tras haber pasado un mes en Europa, buscando un amor vuelto ilusión a partir de un hecho concreto, viaja a la Sierra Huichola, al Norte de Jalisco, a Tsikwaita o San Miguel, según el nombre que los franciscanos le dieran a la comunidad al tratar de evangelizarla, para enseñar matemáticas de preparatoria abierta a un grupo de 5 huicholes durante una semana, de los cuales sólo quedaron tres al finalizar el curso.
Tsikwaita narra el contraste y cambio de ánimo del hombre moderno, acostumbrado a ser espectador más que experimentador. Los fragmentos uno por día, hasta llegar al cuarto, porque el quinto no cuenta: es sólo espera de abandonar el tiempo, de volver a la vida, supuestamente verdadera nos permiten ver la evolución desde el asombro hasta el aburrimiento, desde la mitificación hasta la costumbre, de la ficción que nace de la realidad imaginada.
Tsikwaita
I
La poesía no alcanza
cuando todo el paisaje está en ninguna parte.
En medio de la sierra
o en cualquier lado, toda ella
tan lejos pero cerca de lo verdadero
hay una ilusión ajena al tiempo
una comunidad de grandes viajeros
de seres que vuelan sin cruzar la barranca
mujeres artesanas que dominan la geometría
sin tener idea de matemáticas
niños sonrientes y amables ante el desconocido
perros salvajes que saltan bardas y pelean hasta la muerte
verdes multitonales alegran la niebla juguetona que anda
entre las casas con techos de paja
como hada quinceañera.
Al caer la tarde
los gallos comienzan su canto
los niños siguen jugando; los perros ladran.
El sol se divierte con las nubes
y proyecta sombras de forma atrevida
como si de antemano supiera
de la falta de electricidad
retomando su fuego
sobre el blanco cilindro del candelabro.
Pinches moscas, no dejan de zumbar.
II
Aquí, cuando llueve, es de verdad.
No la brisa londinense
ni el chipi-chipi de Xalapa
ni los vientos alocados de Vancouver
sino un torrente que retumba hacia dentro
una lluvia rítmica y estridente
como los tambores ceremoniales
de la procesión hacia Wirikuta.
Aquí, cuando el sol se mueve, es de verdad.
Cada segundo hay un paisaje distinto;
nada cambia, todo permanece
los tonos de verde se van sucediendo
lentamente pero seguros del siguiente:
la barranca es la misma y nunca lo es.
Acaso todo sea una verde ilusión...
...o tal vez no; la casa se está inundando.
III
La naturaleza opaca al artificio humano.
La Tour Eiffel se ilumina de un brillo
intermitente cada hora
pero las luces de París no son tan hermosas
como el baile de las luciérnagas en el jardín trasero.
Así como en Amsterdam
donde hay carriles para todos:
bicicletas, coches, tranvías y peatones
aquí también los hay,
para cochinos, perros, burros y huicholes.
Desde Sacre-Cour contemplas la grandeza
de la ciudad del amor
la de los grandes poetas e impresionistas.
Desde Chinari, vuelas con halcones
cruzando barrancos sin fin ni principio
admiras la sierra de cazadores, maraakames
serpientes y venados.
Al Charles de Gaulle llegan todos los aviones
a Tsikwaita sólo una pequeña avioneta.
IV
En la vida como en el amor
basta un poco de tiempo
para que la ilusión se vuelva sufrimiento la novedad, agotadora costumbre el sueño, encadenamiento a seguir la vida.
Si al principio admiraba las luciérnagas ahora detesto los mosquitos
si contemplaba el verde de los bosques ahora me ahoga la humedad del yerberío
si disfrutaba el lento transcurrir de la vida ahora me desespera que pasa el tiempo y nada pasa.
El cielo, la llanura y las montañas no son más que una oblicua curvatura de neblina.
Ni gris ni verde ni azul ni nada; nada. * * *
© 2003, Omar Rojas
Escriba al autor: [email protected]
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Para citar este documento:
Rojas, Omar: «Tsikwaita. Poema», en Ciberayllu [en línea]
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