La Identidad Inasible o el
Fracaso de la Genealogía:
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Margarita Saona |
José Donoso
murió de cáncer en Santiago de Chile, su ciudad natal,
el sábado pasado, a los setenta y dos años de edad. Figura
notable del Boom latinoamericano, Donoso dejó una obra narrativa
prolífica y compleja. Entre sus novelas más importantes se
encuentran El lugar sin límites, El obsceno pájaro de
la noche, y Casa de campo. En su obra Donoso explora a profundidad
el carácter problemático de la identidad, que conjuga cuestiones
de clase, género sexual y nacionalidad. Si bien no se consideró
nunca a sí mismo un exiliado, vivió largos años en
España y en los Estados Unidos y la experiencia de vivir fuera del
propio país se tematiza en obras como El jardín de al
lado.
A pesar de la enfermedad, Donoso se mantuvo activo en el medio literario. Sus dos últimas novelas, Donde van a morir los elefantes y Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, parecen cerrar de alguna manera un relato personal. La primera narra las experiencias de un escritor chileno en el medio académico norteamericano; la segunda es una especie de relato autobiográfico que busca reconstruir una historia familiar rastreando recuerdos y acudiendo a menudo a la especulación de manera explícita, sugiriendo que algunos hechos pudieron ocurrir de una manera o de otra, o que tal vez incluso pudieron nunca haber ocurrido. Así Donoso vuelve en su última obra a una de las preocupaciones que animaron su escritura desde el inicio, el cuestionamiento de la capacidad del lenguaje y de la literatura para referir, para reconstruir una realidad cuya misma existencia se hace problemática. Examinaré aquí algunos de los aspectos de El obsceno pájaro de la noche, su novela más compleja tanto a nivel temático como a nivel formal. Donoso declaró en numerosas ocasiones que uno de los títulos que tenía pensados para esta novela era El último de los Azcoitía1. Como tantas cosas en la novela el título se transformó múltiples veces hasta convertirse en el que conocemos. Se trata de un cambio revelador, pues aunque la novela no abandona la idea de linaje, sí destruye las connotaciones de una historia posible de trazar nítidamente de generación en generación. Las formas inteligibles que la novela supone pierden sus contornos. Un cuerpo, un nombre, un edificio, una estructura familiar, un relato, son formas que reconocemos. Pero el relato que la novela ofrece se bifurca y se multiplica haciendo imposible identificar. Este proceso de desintegración se puede observar en los distintos niveles del texto, pero quiero concentrarme en la idea de familia como una forma concreta, como la genealogía capaz de otorgarle identidad al individuo y de crear, al mismo tiempo un panorama de la nación. La crítica ha reconocido la tormentosa búsqueda de identidad que la novela presenta y ha señalado aspectos tan variados de esta búsqueda como los desdoblamientos del narrador o el absurdo de un lenguaje en que se niega la referencia2. Sin embargo, no se ha profundizado en el papel que lo nacional juega en esa exploración. La novela establece constantemente lazos entre las ideas de familia y genealogía y la de una identidad nacional. El obsceno pájaro de la noche narra una serie de historias y versiones que hacen difícil establecer un relato único y distinto. Sin embargo, dos tramas se destacan: la obsesión de Jerónimo de Azcoitía con producir un heredero y la de Humberto Peñaloza con construirse un nombre a través de su oficio de escritor3. Estos dos móviles esenciales igualan a Jerónimo y a Humberto en una pugna por conseguir la identidad imposible. Cuando Edward Said establece la diferencia entre "filiación" y "afiliación" en The World, the Text and the Critic; presenta estas dos formas de identificación como sucesivas en la historia4: la modernidad aparece como la constatación de que las relaciones de parentesco han fracasado. La literatura moderna, dice, está poblada de huérfanos, nacimientos abortados, parejas sin niños, mujeres y hombres célibes que se niegan a la reproducción. Sin embargo, otros vínculos sociales presentan una salida. La "afiliación" permite establecer lazos basados ya no en una identidad biológica, sino en otro tipo de afinidades que van desde corrientes artísticas hasta grupos políticos o religiosos. En El obsceno pájaro de la noche estos dos sistemas conviven, ambos sin éxito. Jerónimo de Azcoitía necesita un heredero para encarnar su papel de Azcoitía, pero en las versiones que la novela ofrece Jerónimo es incapaz de engendrar el esperado heredero: o es estéril o produce un monstruo que no puede de ninguna manera cumplir con el papel de transmitir el apellido de la familia, las propiedades y el poder político. Por otro lado, Humberto Peñaloza sufre extremadamente por su oscura extracción social: sin un linaje que le otorgue una posición desde el pasado, intenta construirse a sí mismo, asiste a la universidad, se reúne en círculos artísticos y pretende, convirtiéndose en escritor, crearse un nombre, ser reconocido por otros. La convivencia de estos dos sistemas -el del derecho de la sangre, y el del mérito profesional- ya resulta en sí misma aberrante si se considera que, tal como observa Said, el segundo viene a reponer el principio de autoridad perdido por el primero. Sin embargo, en la novela ambos sistemas muestran su falacidad. Es tal vez la misma convivencia la que evidencia el engaño. Numerosos críticos han señalado El obsceno pájaro de la noche como un sistema de oposiciones: claro-oscuro, masculino-femenino, oligarquía-servidumbre5. Sin embargo, la oposición fundamental que la novela plantea es la simultaneidad de una forma que permite la identidad y la destrucción absoluta de cualquier forma identificable. Del conflicto creado por esta oposición es que surge la imagen de un individuo imposible, de una familia imposible, de un país imposible. Ni Jerónimo a través de su trasmisión hereditaria, ni Humberto con sus intentos de constituirse como un individuo, consiguen un contorno, una definición sólida. Y la forma de la nación se desintegra junto con las aspiraciones de identidad de ambos. En la imagen ideal que la novela ofrece, sólo para destruirla, la familia Azcoitía nos permitiría establecer un panorama claro en el que la genealogía constituye la corporeidad perfecta de la historia. Jerónimo de Azcoitía regresa de Europa para asumir su identidad, la del último de los Azcoitía, papel heredado por generaciones para conservar el orden imperante en la nación. De manera explícita se presenta al lector el paralelo entre la historia nacional y la historia de Jerónimo: Tus padres se casaron al final de la guerra en que recuperamos las provincias del norte … como tuve que quedarme en la frontera después de la paz, no pude asistir al casamiento … y tu pobre padre murió como un héroe en la revolución. Yo era ministro entonces, y usé la palabra en el entierro … tenías cerca de … de veintiséis años al irte a Europa … yo mismo te ofrecí ser mi secretario cuando la cuestión de los límites (170) En otro pasaje se asegura la participación de los Azcoitía en las guerras de independencia y en la etapa de formación de la república: "cuando estallaron las guerras de la Independencia organizaron montoneras tan feroces que la comarca al sur del Maule resultó infranqueable para el enemigo español. Los Azcoitía se cubrieron de gloria." (50) Y más adelante se recuerda como la familia tuvo que hacerse cargo de "la organización de la república mínima y remota, inventar leyes, definir clases, derribar privilegios para crear otros" (354-55). La nación es inventada por los Azcoitía, ellos le dan forma6. Estas guerras y héroes, le otorgan a la familia su posición privilegiada en la sociedad. Una vez establecida esta situación hay que mantener el linaje para perpetuarla. Al regresar de Europa Jerónimo cede ante las presiones de asumir de una vez por todas el papel que le corresponde, y que su tío Don Clemente no puede asumir por ser sacerdote. Para Don Clemente, el linaje de los Azcoitía detenta el poder por voluntad divina: Él (Dios) … nos cargó con las obligaciones que nos hacen sus representantes sobre la tierra. Sus mandamientos prohiben atentar contra Su orden divino y eso justamente es lo que está haciendo esa gentuza que nadie conoce. (174) Jerónimo acaba por convencerse de que sólo podrá realizar su destino en el papel que ha heredado; se casa con una pariente lejana, joven y hermosa y se dispone a tener decendencia, mientras cumple con sus deberes políticos y económicos. El otro lado de esta imagen de una nación fundada y sostenida por familias patricias es la noción evidente de que los privilegios que éstas mantienen sólo son posibles gracias a la existencia de una clase de sirvientes. Las escenas iniciales de la novela en las que se describe el asilo al que van a parar las viejas sirvientas, explicitan esta idea. Uno de los motivos más impactantes de la novela es la insistencia en el poder de los desposeídos. La noción de que la humillación le otorga fuerza al humillado se presenta como bastante subversiva. Ese concepto ya empieza a desdibujar la distribución de posiciones que parecía tan clara cuando era posible establecer una división entre los patrones ricos y poderosos y los sirvientes pobres y débiles. Del lado donde las identidades son claras, es posible observar que sólo se usa la palabra familia para referirse a los que conforman las clases dominantes. Los sirvientes siempre están sólos, no tienen identidad, son una masa amorfa en la que sólo se dibuja un individuo cuando es posible vincularlo a su patrón. La nación es concebida y sostenida por familias como los Azcoitía. Son estas familias las que producen ciudadanos. El resto, sirvientes, campesinos, serían simple comparsa. Pero el panorama no es tan sencillo. El narrador, el Mudito, se presenta como Humberto Peñaloza, un escritor frustrado, surgido de un proletariado oscuro, que busca construirse una identidad. Humberto habla insistentemente de la angustia de carecer de rostro. No tiene un linaje, su padre no recuerda más que a su propio padre, no tiene ni historia ni origen. Pretende, entonces, forjarse un nombre como escritor y adquirir así una identidad. El narrador es mudo, no tiene voz, ni rostro, ni nombre. Pero, aun más grave, el relato que nos ofrece no permite la reconstrucción de una historia única. Supuestamente, Humberto asume su posición de sirviente al comprometerse a escribir la historia de los Azcoitía. Pero o bien no escribe la crónica prometida o esa crónica es el confuso conjunto de hechos irreconciliables que la novela recoje. Las historias se extienden ramifican y el nítido diseño de un país de familias que crían individuos capaces de gobernarse y que sostienen su poder sobre una servidumbre anónima, se enturbia. Así como de la belleza clásica de Jerónimo surge Boy, la encarnación de todo lo monstruoso, de la historia de la familia Azcoitía, la genealogía ideal, representativa del orden nacional, deviene un relato tortuoso que revela la falsedad de esas nociones. El nacimiento de Boy podría en sí mismo sacudir la idea de una descendencia lineal en que los hijos reproducen las cualidades y funciones de los padres. Pero la historia se complica aun más. Jerónimo está emparentado con Inés de Azcoitía, la niña que originó una doble historia de beatitud y de hechicería. Ambas historias encierran un fragmento oculto que niega la posibilidad de reconstruir el linaje perfecto. El narrador incluso intenta explicar el misterio de Inés de Azcoitía con una visión realista. El padre de la niña la encerró en un convento al descubrir que ella mantenía relaciones amorosas con un muchacho campesino. El fruto de esas relaciones es un bastardo que "creció como huacho sin nombre ni origen … él también tuvo hijos moquillentos y desnutridos que esparcieron la sangre de los Azcoitía por toda la región, mezclándola con la de los campesinos del sur del Maule." (360) La existencia de niños bastardos de familias nobles se asume como natural. Sólo se insiste en que son los varones de dichas familias quienes son capaces de imprimir identidad en esos niños7: "Cuando un caballero procrea bastardos … los hijos conservan con cierto orgullo la marca de bastardo del hijo del patrón … pero cuando es una mujer … el hijo pierde instantáneamente todo vestigio de identidad" (360) La versión de que Inés de Azcoitía tuvo un hijo bastardo no puede considerarse verdadera, como tampoco pueden considerarse verdaderas las otras versiones. Sin embargo, la alusión a la existencia de bastardos invalida la noción de un árbol genealógico. La sangre de los Azcotía no se transmite limpiamente de generación en generación a través de parejas que la Iglesia bendice en matrimonio. No existen familias preclaras que conforman la nación. La nación, como el individuo, está atravesada de historias e identidades distintas. En última instancia, es imposible atribuirle un rostro, un cuerpo, una forma. En A Thousand Plateaus8 Gilles Deleuze y Felix Guatari plantean una crítica de las construcciones arbóreas que suponen un orden y una verticalidad, como la genealogía, el psicoanálisis o la gramática generativa, y proponen una forma alternativa, el rizoma. El rizoma es un tipo de raíz, emparentado con los tubérculos, que en lugar de ofrecer una estructura lineal se extiende simultáneamente en todas direcciones, y que se define por una serie de principios que incluyen conexión, heterogeneidad, multiplicidad y segmentación. Si existe alguna forma en El Obsceno Pájaro de la Noche, es una forma rizomática. La novela burla al lector con sus intentos de reconstruir personajes, historias, rostros identificables. Toma la genealogía, cuya clara estructura permitiría esperar el trazo claro que nos permite reconocer, crear identidades fundadas en un orden. La mejor metáfora de esta constante deformación a la que nos enfrenta es una de las escenas finales, cuando se sugiere el cierre perfecto de la historia con la llegada de un cargamento de zapallos ofrecido en el primer capítulo. Sin embargo, este hecho no hace más que desestructurar la linealidad del relato una vez más cuando uno de los zapallos se rompe : "sabes cómo son los zapallos que crecen donde cae la semilla y este otro año esto va a quedar hecho una selva de guías y hojas que lo ahogarán todo y se meteran por todas partes" (535-36). Esta imagen de los zapallos reproduciéndose y expandiéndose sin orden ni concierto encarna el espíritu rizomático de la novela, la genealogía confusa, la identidad múltiple, los relatos paralelos. La Casa de la Encarnación de la Chimba le cede su ya compleja arquitectura a la selva que devora toda forma identificable. Como los rostros, como los individuos, como la familia, como la nación, como la novela, ningún rasgo permanece. 10 de diciembre de 1996 |
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NOTAS
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BIBLIOGRAFÍA
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© Margarita Saona, 1996
Ciberayllu
961211