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II
El mundo ya no tiene
cementerios para suicidas
y fabrica bombas incendiarias
para niños de Colombia,
pues Egipto no abre
sus templos para los curiosos.
Mi poesía se escapa,
dicen los sabios, «y no cuenta
la historia de tu tierra maltratada».
Guinea no tiene manos
para asirse a la pobreza
de los famosos, Leona,
Haití y Tercer Mundo,
y escucha desde fuera
las voces de dentro.
La libertad no tiene
precio en botes de petróleo,
cuando lo negro es oro
para el racismo milenario.
XI
Al decir, Ana, que me quieres y con tu boca te atreves, pienso en tus brillantes ojos, en tus cabellos de oro; en tu voz, que llama y espera, y en tus labios, que esperan, rojos, el sello de otros labios, los míos. Pienso en tus caderas y miro tus nalgas vibrantes y creo que todo me lo quieres ofrecer, me lo dejas todo, para mi goce y el tuyo. Sí, Ana, también quiero Pero mi amor es para otra.
XIII
Nueva York llora su miedo por salir por la noche donde mandan ladrones marginados en la fiesta de las invasiones. Burundi llora porque el sol descubre los dedos cortados por ciencias inexactas. (la raza es un simple accidente) La be be ce canta la gloria de Mandela por dejarse la fe en Soweto, al lado de negros que lloran porque quieren más disparos de los otros, los de antes. Tengo sed. Nadie bebe agua cuando está encerrado en campos de otras tierras.
XXVII
Hannon, cartaginés, bollos comía en la guerra contra Roma, hace siglos. Bollos comía Hannon, bollos, para lanzar piedras a los cuñados de los Escipiones, que firman su paz lanzando bombas sobre Prístina esdrújula. En el encierro, los esclavos piden agua y algo de comida en una guerra ajena, pero en su casa. ¡Bum! ha caído la fortaleza, un hospital de niños con fiebre perniciosa. Con la chatarra de los aviones, las mujeres de Kosovo harán hornillos para bollos para el hambre de posguerra. La ONU ya no sabe si la guerra es barata o si el desayuno de Hannon, cartaginés, es más caro.
* Del poemario Historia íntima de la humanidad, Ediciones Pángola, Malabo, Guinea Ecuatorial, 1999.
© Juan Tomás Ávila Laurel, 2002.
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