16 diciembre 2003 |
El pintor que conducía un taxi y la mujer que convirtió un pasaje de su vida en best sellerCuento |
Jorge Luis Chamorro |
Yo te quiero mucho porque a tu lado
encontré la forma de volver a quererme.
Attila Jozsef
al vez su nombre le suene familiar porque fue un artista famoso en su momento; usted ya se imagina, fotos por aquí, entrevistas por allá, en fin. Se ganaba la vida manejando un taxi por las noches, hasta aquella vez que, conduciendo por calle Embarcadero, una mano alzada le detuvo. Y la mano resultó ser de la mujer que Él había abandonado hacía mucho tiempo, acompañada de un Hombre que vestía elegante.
Antes que Él la abandonara, habían sido una pareja muy feliz. Por aquel tiempo, Él enseñaba historia del arte en un colegio secundario y Ella estudiaba sociología en la Universidad de N.F.
El día que decidió irse, le dijo que viajaba a San Pablo a buscar trabajo. San Pablo era un lugar donde las oportunidades de progreso para un artista plástico eran más cercanas y mejor remuneradas, en comparación a cualquier ciudad aledaña a N.F. Pero le dijo y repitió que regresaría muy pronto para llevársela consigo.
Ella la pasó mal luego que Él se fue: una vez trató de suicidarse tomando barbitúricos. Y pasarían más de cinco años para que se recuperase totalmente. Aunque eso, en verdad, no fue del todo cierto, porque la Enfermedad entiéndase la depresión y el consumo de sustancias fármaco-dependientes siguió viviendo dentro de ella y algunas veces tomó decisiones sin consulta previa.
El taxi se condujo directo a un hotel cerca al aeropuerto. Por lo que pudo oír, viajarían a Barros a las ocho de la mañana siguiente. El Hombre que vestía elegante era un hombre importante y Ella una mujer reconocida en lo suyo: la literatura.
Cada cuadra que avanzaba con el vehículo, era sentir que el mundo, de a pocos, se le venía abajo; especialmente, cada vez que atrás se susurraban cosas al oído, así como por cada beso y cada caricia que detrás suyo derrochaban. Pero el mundo se le venía abajo no por orgullo ni celos, sino frustración de no poder voltear y decirle: «yo aún no he logrado olvidarte ¿y tú subes a mi taxi para llevarte a un jodido hotel y encamarte con otro?»
Desde hacía algunos años, Su Historia se vendía como un best seller. Él se enteró de eso cuando un pasajero olvidó un ejemplar del libro de Ella en el asiento posterior. El libro era de doscientas páginas; la portada: una estación de tren, desolada, olvidada al tiempo, como él; el título: En una estación desamparada.
... tienes que conocerla, Dida.
El Hombre hablaba muy ilusionado, y Dida nunca antes le había escuchado hablar tan en serio. Le era tan difícil de creer verlo así: radiante y rejuvenecido. Y la alegró tanto verlo así. El Hombre pidió una porción de pay de manzana y una malteada, a una Dida que llevaba puesto un mandil de hacía más de veinte años. Y el Hombre sabe eso mejor que nadie porque va al mismo restorán desde niño; incluso desde cuando vivía en el vientre de su madre.
Y ahora, ¿a dónde te me vas? preguntó Dida, al mismo tiempo que reposaba el plato con el pay de manzana y el vaso con malteada.
A Barros.
Y tu madre, ¿está mejor?
Igual respondió, jugando con la cuchara y el pay, evidenciando una lejana preocupación. Es tan difícil volver a empezar de nuevo, ¿no crees? se refirió al hecho de superar la partida del compañero de casi una vida: su padre.
No lo es, hijo; no lo es... sino, mírame a mí, mmm... dijo alzando los hombros mientras alguien esperaba ser atendido en la barra. ¡Vamos, come, que tu chica te puede dejar! concluyó Dida, tomándole de la mano un instante, y soltando una risa por detrás de los dientes y los labios, mirándole como siempre solía mirarle, con una mirada que transmitía lo que su madre no puede transmitirle de un tiempo a esta parte: calma.
¡No te entiendo, y dudo mucho que pueda llegar a entenderte!
Ella pudo haberse ido y de hecho hubiera sido lo mejor. Pero no se fue, y quedó ahí, quieta, derrotada por su destino, con un vacío espantoso, mirando un piso que si tuviera boca y cuerdas vocales develaría tantos misterios. Y por más que Ella supo que debía irse, no se fue. Sabía que Él la amaba, pero el problema no pasaba por ahí. La idea era dejar todo y empezar de nuevo. El amor nunca desaparecería. Sólo le pidió que esperase tranquila, dulcemente, y de seguro que volvería. Pero aquella promesa empezó a ser una simple promesa, cuando pasaron doce meses y esos pasajes nunca llegaron y las llamadas empezaron a ser menos frecuentes y apasionadas; así como por un recorte que le enseñó la Maga, que decía: artista expone en la azotea de un edificio abandonado. Después no supo más de él.
¿Y de aquí hasta cuando deberé esperar? preguntó Ella.
¿A qué le tienes miedo? contestó Él con una pregunta.
A quedarme sin ti...
Y cuánta falta que le hiciste. Porque durante esa primavera en donde el sol pareció haberse declarado en huelga, Ella, sentada al borde de la cama, miraba una ciudad que ya no era suya por entre una ventana que más parecía el tragaluz de una celda, a la vez que su memoria hacía un inventario de los lugares que sólo conoció junto a ti.
Y volvió porque extrañaba demasiado a Ella. Y cuando lo hizo, la encontró con Otro; y le dolió tanto verla con Otro. Y ese Otro, ¿acaso no pudo haber escogido a Otra?
¡Disculpe, señor!, ¿se puede detener un momento ahí, por favor? ¡Se me ha antojado algo para comer y beber! ella interrumpió de repente el curso del vehículo y pidió estacionar el taxi en una estación de servicio.
¡Pero de la habitación podemos pedir algo! el Hombre contestó, sorprendido por el antojo, mientras le pasaba por la cabeza sino estaría embarazada.
¡Sólo quiero papas fritas y cerveza fría!
Cuando el taxi se detuvo, y Ella puso un pie en el aire y empujó la puerta, el Hombre dijo:
Voy yo. De paso que compro lo otro...
Ella sonrió y asintió varias veces como si estuviera a punto de abrir un regalo.
El Hombre bajó del automóvil. Él encendió la radio y, de inmediato, Ella pidió cambiar de emisora. Él cambió de emisora. Ella siempre fue así: especial. Encendió un cigarrillo de menta y al rato se echó polvo al rostro. Y eso, ¿desde cuándo? La miró por el espejo retrovisor y la notó igual de radiante y hermosa. Sutilmente, pudo observar algo más que su rostro. El Hombre demoraba lo que tenía que demorar. Ella sacó de su bolso un perfume y lo roció por debajo de su brassiere, mientras él se armaba de valor para voltear y decirle que era Él, y que cómo pudo olvidarle, y encima de todo, escribir Su Historia sin siquiera cambiar lugares, fechas, nombres. Y por qué no, preguntarle si aún le amaba, y si aún quería irse con él.
Entonces sus miradas se cruzaron. Fue un momento desconcertante para ambos. A Ella le pareció ver un fantasma. Él no supo qué decir. El Hombre que vestía elegante ya había pagado su compra en la caja y caminaba con dirección al vehículo. De pronto, Ella clavó su mirada en el espejo retrovisor, y preguntó:
¿Eres tú?
El Hombre entró al auto, de improviso, y Ella miró la calle a través de la luna.
¡Listo, compré cerveza de esta marca! ¿Está bien?
Yes.
¿Te encuentras bien?
Yes, I’m fine.
Ella había cambiado de idioma como lo hacía siempre que se sentía mal, y El Hombre que vestía elegante no conocía el significado de ese repentino cambio. Esto le dijo que llevaban poco tiempo de salir juntos.
Una luz roja causó que nuevamente sus miradas se encontraran.
¿Cuánto le debo? preguntó el Hombre antes de bajar del taxi.
Él miró el taxímetro y le dijo cuánto debía pagar. El Hombre le pagó y le dejó el cambio. Pero antes de arrancar, con una enorme espina clavada en los sesos, un cosquilleo recorrió su columna vertebral y decidió apagar el motor y bajar del vehículo.
Señora, disculpe usted mi atrevimiento, pero, ¿me podría dedicar... este libro? le preguntó titubeando, enseñándole un ejemplar de su novela, moviéndose torpemente.
Ella volteó ni bien lo escuchó bajar y tirar la puerta, y contestó desconcertada, Sure, tiritando no de frío sino de la conmoción de tenerlo frente a frente.
Ese repentino cambio de idioma le volvió a decir que aún seguía mal, y que estaría mal por mucho tiempo. Ella le miró de pies a cabeza y notó que había perdido peso; que vestía polo blanco sin estampado como cuando pintaba en aquel taller en donde hiciste por primera vez el amor, ¿ahora lo recuerdas?, y traía puesto un pantalón de corduroy marrón medio acampanado; notó también que su larga cabellera le asentaba bien y le quitaba años. Parecía un joven de veintitantos. Ella le preguntó su nombre luego de mirar por varios segundos la página en blanco del libro. Él se lo dio, y Ella le dijo que era un nombre bonito. Cuando el Hombre que vestía elegante avanzó unos pasos, Él le llegó a susurrar: «Lo siento... mucho...»
Ella no pudo emitir palabra alguna, pero alcanzó a escribir algo sobre aquella página en blanco. Luego cerró el libro y se lo devolvió. La dedicatoria decía:
por qué nunca me llevaste contigo, ya no importa.
Sólo llámame. 4711936
© 2003, Jorge Luis Chamorro
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Chamorro, Jorge Luis: «El pintor que conducía un taxi y la mujer que convirtió un pasaje de su vida en best seller. Cuento», en Ciberayllu [en línea]
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