De algún modo la muerte no
se parece al silencio
sino a su cercanía poblada
de rumores, en esta vieja casa familiar
que en una habitación
oscura ha conservado, entre las ruinas de sus buenos tiempos,
la memoria de mi infancia
arrullada desde lejos por
el mar de Miraflores, como si aquellos días se reprodujeran
en un recuento minucioso de
sus desposesiones y sus alejamientos, ahora mismo
igual que años atrás, víctimas dulces y a la vez victimarios
de un tiempo transcurrido
sin emotividad, ocaso sobre ocaso
pero con un exceso de
pequeñas ternuras melancólicas, levemente irrecordable.
Aquí están, sin embargo, nuestros muebles,
escenario de esa dulce batalla boca arriba
bajo un falso cielo de espejos deformantes idénticos, más que a la realidad, a las
palabras
y también las suaves sedas de una época anterior, las vestimentas
que usábamos para fingir la Ceremonia del Té, primos y primas,
como en un sueño repleto de deseos ciertamente culpables (más que por su exceso,
por su furia sutil).
Todos aquellos años en una misma suma inmanejable, en calculada tensión con la metáfora,
pero tan altos y hermosos
por lo que en ellos oculto sin saberlo, como tras una máscara
que apenas recubriera la vocación por el vacío
de sus significados más íntimos y sus olvidos mayores, pues esto es lo que hallo
en la vieja casa familiar,
ya no el silencio en que creemos reconocer a los muertos
sino mi propia voz llamándolos, acunándose aún entre los vagos ruidos
de un mar largamente abandonado a la memoria. El paso del tiempo no los niega
aunque no los recupere más que por la palabra rumores y fantasmas
prendidos tenazmente a los objetos, decreciendo
con retazos de luz, multiplicados restos
de lo que fue una vida ante aquellos espejos dolorosos, una vida
en la que no discurrimos, de la que nada sabemos
salvo tantas pequeñas ternuras innombradas, y ahora solamente
esta misma ausencia que chirría,
femenina en su disolución, anciana en su inapresable transparencia.
Y tampoco el silencio podría borrarla. Permanece
como permanecemos primos, primas en un breve recodo
de esta voz que quisiera devolvernos a la infancia, desnudándonos ahora
de aquellos disfraces superpuestos, y este breve mundo que fue suyo no nos pertenece
más que por el desorden en que lo recuperamos, y aquella que no está, la que ya ha sido
no regresa en el vano ejercicio de nombrarla, y en sus repeticiones inaudibles
aquello que se escapa no termina jamás.
* * *
© 2003, Jorge Frisancho
Escriba al autor: [email protected]
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Para citar este documento:
Frisancho, Jorge: «Casa familiar», en Ciberayllu [en línea]
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