28 octubre 2004 |
La última tentaciónCuento |
Guillermo Roz |
No es que tenga miedo de que te suceda algo malo, Maya, pero preferiría que no te asomes a mi tumba. No es que guarde el temor de que te caigas dentro de ella, porque en el peor de los casos sólo te rasparías un poco, te darías un golpe y finalmente te irías derecho a la ducha porque, eso sí, a esta altura mi casa huele muy mal. Pero prefiero que no pases por aquí... no sé cómo decírtelo, me escapo siempre que puedo y no quiero que me veas con esta facha.
De este lado circula una ley que lo prohíbe y, qué gracia, llega a condenarte a la pena de muerte. Pero es que hay algunas cosas que no puedo evitar, ya sabes lo que es para mí la caminata nocturna, el sendero que pinta nuestra casa hacia el monte de los frutillares y lo mucho que me gusta treparme al árbol aquel de la cima y desde allí poder parlotear con esos pájaros que no están, pero que siempre me gustó fantasear que mientras flotaban en el aire y en mi imaginación, se comunicaban conmigo y me procuraban las palabras que después yo te anunciaba con voz de lobo, cuando jugábamos y nos hacíamos los tontos o los locos o los poetas.
No te enojes Maya, sé que lo que estoy haciendo no está bien y que si me lo propongo podré dejar algunos vicios de los que frecuenté en esa otra vida en la que tú todavía te desplazas, pero esto es más fuerte que yo cuando me abordan las ganas, las tentaciones convertidas en tormentos. Mira, voy a contarte, la cosa es así: corro despacio la tapa de cemento de esta tumba (que, entre otras cosas, te confieso, me ha parecido de las más elegantes de este camposanto), miro con cuidado a un lado y a otro como si fuera a cruzar una gran avenida, y listo, me largo a andar. A veces triste porque ya no tengo tu compañía, tu incomparable compañía, otras veces mejor porque supongo que no todos los muertos cuentan con mi coraje, con la fuerza irresistible de retornar a aquello que les es propio, y se disponen, atrevidos, a rastrear entre sombras los parajes de su país.
La otra noche, esto no debería contártelo, estuve espiándote durante la madrugada. Me trepé hasta tu ventana con las últimas fuerzas que me quedan y permanecí allí, observándote y llorando por nuestra insalvable distancia. No sé cómo lo sé, pero lo sé: esa noche soñaste conmigo, estábamos frente al mar, los dos muy cerca pero sin tocarnos, no hablábamos ni nos mirábamos, nos sabíamos uno cerca del otro y los dos contemplábamos las olas blancas del mar, veíamos como quien ve con los ojos del otro, nos mojaban las gotas de sal como quien se moja con la piel del otro.
Las horas se aceleran de este lado, con un reloj que no podría describirte...las cosas son más vulgares aquí y la carne se debilita, se chamusca, se agrieta, avejenta y, de repente, como por arte de una magia triste, amaneces demacrado y pestilente: el amargo paso de los días está haciendo de mí un cadáver espantoso. Por esto es que ya no quiero que me visites, no quiero que vengas hasta esta tumba entreabierta y que un día de estos se cruce, entre cruces, tu hermosura con mis flecos humanos, mis harapos de carne. Me pregunto qué haré cuando sólo queden mis huesos. Entiendo que cuando eso pase ya no podré jalar de la tapa de cemento, ya no podré escaparme, será como estar muy enfermo o inválido. Pero ¿y después, cuando ni mis huesos permanezcan? ¿Cómo sabré que estás ahí, soñando conmigo, cómo comprobaré que estás durmiendo plácidamente y que la manta cubre tu dulce cuerpo por entero?
No voy a volver a subir hasta tu ventana, Maya, te lo prometo, y además ya sabes que me expongo a esa pena de muerte, ja. Pero no me detengas si me ves que voy con mi tranco cada vez más lento hacia la cima, hacia el árbol adonde me gusta trepar. Si me ves, por favor, no me hagas caso, finge que no me has visto, deja que vaya al encuentro de esos pájaros tan sorprendentes como ficticios, déjalos que me dediquen su música y me planten en los oídos las palabras que te he dicho y que ni la muerte va a quitarme. Duerme tranquila Maya, cúbrete con la manta hasta los oídos, no me escuches.
© 2004, Guillermo Roz
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Roz, Guillermo: «La última tentación. Cuento», en Ciberayllu
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