22 febrero 2005

Contraluna

Cuento

[Ciberayllu]

Giovanna Rivero Santa Cruz

 

Todo lo que yo deseaba en esa época era destilar suero de escorpiones en Río Branco, adentrarme en la selva y permanecer en su negrura hasta que no me alcanzaran los enlatados. Nunca pude explicar  la incongruencia entre mi fascinación por lo salvaje y mi imposibilidad de comer hierbas silvestres, carne semicruda o pulpa de frutos extraños.  Ahora, todo ha cambiado.

Y no hay fatalidad que se anuncie con humo blanco, al contrario, es el fauno envejecido de la rutina el que, apenas hemos descuidado los talones, paso en falso, se desenrosca para tender su trampa, hincar su aguijón y dejar su veneno. ¿Cuándo empezó a afectarme el canto de las ranas? Ya nada puedo registrar en mi diario de campo, lo que veo, lo que escucho, lo que imagino, todo ha perdido sentido. Mas, no hay de qué asombrarse.  Desde el comienzo me extravié y abandoné el rigor y la precisión necesaria para apuntar aquello que se explica únicamente desde una ecuación, desde una fórmula o desde una teoría.  Sólo la voz en la pequeña Sony nos recordaba que éramos hombres entrampados en la selva. Pero cuando Shulkan murió, el lenguaje articulado, el idioma que antes me protegía del caos como un escudo cuida el corazón del guerrero, perdió también su utilidad. En Nuevo México, junto a Shulkan, habíamos vencido la ira de las cascabeles para amistarnos con los temibles escorpiones. ¿Amistarnos con los escorpiones? Shulkan era demasiado ingenuo como para ser un verdadero científico, Shulkan era un vulgar cazador y esa vileza fue cobrada. La naturaleza sabe odiar desgarradoramente. Ahora desvarío, las ideas vienen traslúcidas, hongos desprendidos de sus pequeños imperios, allí donde reinan letales sustancias, ahora ya no puedo seguir el rastro de los pumas, de pronto sus garras se diluyen en el río, de pronto las huellas de sus garras se transforman en piedras, debajo de las piedras hay escorpiones. Los escorpiones no pueden ser mascotas, ese pecado lo ha cometido el hombre de la ciudad. De la grabadora sale un graznido, la última voz de Shulkan.  Yo quería el suero de escorpiones para cubrir cada célula de mi cuerpo, ése es el antídoto de la borrachera de culo, no deliro, yo quería matar el olfato para no ir tras sus feromonas, los artrópodos destruyen a las feromonas. Shulkan quería el suero para vendérselo a los ganaderos. Son causas justas para la ciencia —el amor y el dinero, digo— pero los escorpiones no lo sabían, alistaban sus aguijones, atacaban, al principio tomábamos antialérgicos y después nos conformamos con ron de caña. Cada segundo mueren millones de células, aquí en Río Branco se ha quedado nuestra piel, en fragmentos, en partículas que otros buscadores creerán atrapar.

El canto de las ranas ingresa por mis oídos,  por mi boca, por mis manos, y, para acallarlo, meto la cabeza en el vientre de los animales destazados por los depredadores. Así me encontró ella. ¿Dónde está Shulkan? Pregunté, creí que pregunté, la voz se vuelve un ronquido en la selva.

Ella ató mis pies y me arrastró. Los árboles nos devoraban. Orilleamos el río, sus ojos amarillos fijos en mí. ¿Dónde está Shulkan? Llevo un escorpión en un frasquito, podría dejarlo libre, podría, en una probabilidad del destino, verla retorcerse emponzoñada. Pero quizás Shulkan le ha advertido. ¿Hacia dónde vamos?

—Está a salvo —dice ella.

—Es imposible ¿Dónde lo tienes?

La mulata ríe, los pájaros aletean violentos en su risa.

Vamos hacia su sitio. Yo estuve antes ahí, Shulkan, la pancreatitis, los escorpiones pueden intoxicar, ocupar el organismo, a Shulkan le provocó ese mal, la pancreatitis, emponzoñado, veía fantasmas. Fuimos a buscar a la mulata de ojos amarillos. Antes fui biólogo y podía entender lo que ocurría, pero en Río Branco los negros han destruido la razón. Las feromonas son el olor de sexo, yo empecé a comer pescado crudo porque la extrañaba, aquí en la selva las mujeres tienen ojos amarillos. Shulkan también fue tras ella, lo último que anoté en mi cuaderno de campo decía: «Shulkan ha ido tras la mulata, está emponzoñado y no tenemos suero de escorpión». Antes, en la infancia, todo tenía una explicación, los gusanos, metamorfosis de la materia, y la muerte. ¿Fue aquí mismo que lo curaste? ¿Qué le diste de beber? Shulkan se retorcía de dolor. Este olor a excremento, este olor no son feromonas, una revelación: el suero de escorpiones nos salva de la borrachera de culo, pero ahora es tarde. ¿También bebió este líquido amargo? La hiel de las zorras, mulata amarilla, la hiel amarilla, se me han olvidado las palabras. No te dejaré mi alma,  las células no tienen alma, he escapado de otras fiebres, Shulkan no escapó, no quería escapar, está quieto, las plumas ensangrentadas, espera devorar un insecto. Detesto los insectos, no puedo comerlos. Aquí quiero quedarme, bajo la luna, no necesito las palabras, mi graznido se esparcirá por Río Branco, entrará por los oídos de los negros, aletearé sobre sus cabezas, no seré tu guardián mulata, y un día, cuando estés distraída mirando el río, te sacaré los ojos. Tus ojos. Esas malditas lunas amarillas.

* * *


© 2005, Giovanna Rivero Santa Cruz
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Para citar este documento:
Rivero Santa Cruz, Giovanna: «Contraluna. Cuento», en Ciberayllu [en línea]


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