15 julio 2005 |
Últimas memoriasCuento |
Gabriel Rimachi Sialer |
A la memoria de Gabriel Rimachi Sialer
Lo terrible es que conozco todas las respuestas. Lo supe desde el momento en que probé aquel trozo de pan remojado en vino; sus manos delgadas se acercaron a mis labios, luego dijo: Anda y haz lo que tienes que hacer.
Al cruzar la calle rumbo a mi destino me invadieron las náuseas, pero seguí adelante, era conciente de la magnitud de mis actos. Las dudas de tantos años se despejaban con cada paso y esa emoción de saberme certero me otorgó un bienestar universal. Hecha la transacción no hubo marcha atrás, treinta monedas no le vienen mal a nadie. ¿Qué habrá tenido ese pan remojado en vino?, no lo sabía, pero la lucidez repentina me otorgó una respuesta inmediata: sabiduría. No puedo decir que esté orgulloso, menos ahora que siento cómo el nudo de la soga se desliza lentamente con el ir y venir de mis piernas agitadas por el viento, por ese vacío que yace entre mi cuerpo y la tierra, mientras el cielo se colorea como nunca antes lo había visto. Un cielo lleno de dolor, de lamentos. Quisiera saber si en Babilonia el cielo es tan doloroso como éste, pero ese tipo de conocimiento me está negado. Intento recordar entre cada ahogo lo feliz que fui cuando niño, algo nace en mi corazón como una corriente tibia que me tranquiliza momentáneamente, mi respiración se hace cada vez más lenta y el peso de mi cuerpo se hace más notorio, lo siento porque en mi cuello algo se detiene y se hincha, se hace pesado, siento algunos mareos, vuelven las náuseas, los orillos desesperados se agitan como si hubiera alguna solución, pero estoy resignado. Finalmente ya la soga se ha apoderado de mí, ya no entra oxígeno, ya la vida se me escapa (o muere en mi interior), la nube de sabiduría se diluye en el horizonte y mis manos luchan por liberarse de la cuerda, por desatar el nudo, pero con cada movimiento se hace más difícil, ya no hay salvación ya no hay remedio ya no hay oxígeno y mi cuerpo se bambolea y mis piernas se agitan desesperadas y veo mi lengua hinchada y ligeramente azul y mis órbitas se inflaman y se inyectan de pequeñísimos ríos rojos que revientan y nublan el paisaje y mis uñas arrancan la piel de mi cuello y mi carne se mezcla con la suciedad de mis dedos y la sangre empapa lentamente mi túnica y...
En esta prisión de vísceras, músculos y huesos, algo queda atrapado: una voz extraña, un pensamiento inerte, una verdad confesa, una mentira desdoblada. ¡Tú! Grita mi interior, y la voz retumba como un eco eterno en los espacios vacíos de mi cuerpo. Cada vez duele más. Alguna vez una adivina me interceptó en el puerto, pescador de hombres, dijo, morirás en tu red. Y ahora mientras mis córneas saltan incontrolables y esta palpitación de las sienes me destruye la cabeza, mi lengua vibra como las sierpes. Maldita lengua, las veces que tuviste que hacer de ángel y demonio, de víctima y verdugo. Yo, ahora, siento que mis pulmones estallan uno a uno, y que la sangre como un río de verdad ahoga esta mentira. ¡Tú! Grita la voz pero ya no la oigo, la cuerda se aprieta más y más y más y más y más y con cada pataleo incontrolable mi cuerpo gira y se mece a la vez y mi peso engendra más peso y este doloroso cielo termina por herir mis retinas y mi visión se nubla, se desenfoca y el rojo sangre de mis córneas inunda el paisaje y en el Gólgota, a lo lejos, creo ver una cuarta cruz vacía, esperándome.
© 2005, Gabriel Rimachi Sialer
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Rimachi Sialer, Gabriel: «Últimas memorias. Cuento», en Ciberayllu
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