28 agosto 2005

El bus*

The Bus*

[Ciberayllu]

Giovanna Rivero Santa Cruz

Fotografía de Kathy S. Leonard

Photograph and translation by Kathy S. Leonard

 

Mete su nariz en el cuello de la blusa para aspirar su propio aroma. Puede ver sus senos, dos montañas breves, encapsulados en el estratégico sostén push up. Por un momento, mira por la ventanilla y las personas pasan hacia atrás, caminando hacia su inmediato pasado, como el instante que es siempre un tiempo muerto.  El chofer ha subido el volumen a la radio y una mujer informa en quechua. Ella no entiende nada. Y es mejor no entender, nunca ha sido buena para interpretar la política, y si existe un informativo en quechua, es cuestión de política. El hedor del bus es insoportable, vuelve a meter la nariz en el interior de la blusa, allí hay un mundo que los demás desconocen, un aroma que jamás podrían sospechar. Ella no podría, por ejemplo, hacer lo que la indígena sentada  en diagonal hace con la impudicia del embrutecimiento. sacar un seno, el pezón encallecido, y ofrecerlo a la criatura. Los hombres ni siquiera la miran, todos achatan sus pómulos en las ventanillas, oyendo el informativo.

Por fin divisa el edificio del Ministerio, en unos metros más gritará «¡Pare! ¡En la esquina!», y bajará de ese maldito bus donde cada mañana debe soportar el hedor. Entrará a su oficina, se preparará un café y sonreirá. En efecto,  grita «¡pare!», pero el chofer no escucha, la voz del informativo quechua ha subido de volumen; ella vuelve a gritar «¡pare!», mientras se acomoda la falda para que ninguna mirada de indio le robe la dignidad de las rodillas enfundadas en las medias de nylon. El chofer no escucha. Vuelve a gritar, su voz se confunde con la voz del informativo que ahora chilla en aquel idioma incomprensible que de pronto los viajantes del bus han empezado a celebrar con sus propios comentarios.

Se incorpora, se apoya en el respaldar de los asientos de los costados. Intenta avanzar, pero el bus también acelera empujándola hacia atrás, hacia el inmediato pasado que devora los instantes, sin masticarlos, como un dinosaurio tirano, gigante, acorazado en la piel insensible de los monstruos. La esquina es un puerto tan ansiado, esos dos escalones que descenderá para abandonar, sin mirar atrás un segundo, el vientre flatulento del bus. «¡Pare!, ¡por favor, pare!». Los rostros de los viajantes sentados en los espacios delanteros voltean, la miran, «¡he dicho que pare!», todos tienen pómulos altos, alienígenas, gente oscura, la criatura suelta el pezón y empieza a llorar.

—¡Raza maldita! —grita ella, en el justo momento en que el bus frena en la esquina del Ministerio y los indios se paran, y ella se da de narices contra el piso del metal del vehículo, y un ronquido de transporte público se escapa de todas las arterias de esa máquina diabólica. Los indios se bajan en tropel, manada inconsciente,  mientras ella, las medias rasgadas, perdida la dignidad de las rodillas, empieza a sollozar, dolida por la impotencia de que a esa gente ya nada los ofende.

* * *


Fotografía de bus viejo

She sticks her nose in the neck of her blouse so that she can breathe in her own aroma.  She can see her breasts, two small mounds squeezed strategically into her push-up bra.  For a moment she looks out the window as passengers head toward the back of the bus, toward their immediate past, the moment that is always dead time.  The driver has turned up the volume on the radio where a woman is reading the news in Quechua.  She can’t understand a word.  But then again, it’s better to not understand; she’s never been any good at understanding politics.  And if there’s a news broadcast in Quechua, it’s surely political.

The stench on the bus is unbearable.  She again sticks her nose in her blouse; inside there’s a world unknown to most, a scent few can even imagine.  She wouldn’t even think of doing what the Indian woman seated diagonally across from her is doing: removing her breast with the shamelessness of the ignorant and offering her calloused nipple to her child.  The men on the bus don’t even look at her; they lean their cheeks against the windows and listen to the news broadcast.

At last she can make out the Ministry Building and in a few minutes she’ll shout, “Stop at the corner!” Then she’ll step off that damn stench-filled bus she has to tolerate every morning.  She’ll enter her office, prepare a cup of coffee and smile.  And she does yell “Stop!” but the driver doesn’t hear her.  The newscaster’s voice has increased in volume; she again shouts “Stop!” while pulling her skirt down so that no Indians can ogle her knees encased in nylon stockings.  The driver doesn’t hear her.  She shouts again, her voice fusing with the newscaster’s which is still screeching in that incomprehensible language now being peppered with comments by the other passengers on the bus.

She stands and braces herself against the seats located on each side of her. She tries to move toward the front of the bus but it gathers speed, forcing her toward the back, toward the immediate past that devours moments in time without even chewing, like a tyrannical dinosaur, huge and armor-plated in the tough skin of monsters.  The corner is a much-longed for port; she visualizes the two steps she’ll descend so she can leave behind, without a second glance, the flatulent innards of the bus.  “Stop!  Please stop!” The faces of the passengers seated at the front of the bus turn, they stare at her.  “I said stop!” They all have high cheek bones, dark, alien-like people.  The baby disengages itself  from his mother’s breast and begins to cry.

“Fucking Indians!” she screams at the exact moment that the bus brakes on the corner where the Ministry Building is located. The Indians stand up and she finds her face pressed to the bus’s metal floor.  The roar of public transportation pulsates from every artery of the diabolical machine. The Indians descend in mass, like an unthinking herd while she, with her stockings shredded, her knees indecently exposed, begins to sob, angered by her impotence and the knowledge that there is no longer anything that can offend these people.

* * *

* Avance de Recetas de luna /Lunar Recipes: A Bilingual Anthology, Editorial La Hoguera, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 2005. (De próxima aparición.)


© 2005, Giovanna Rivero Santa Cruz, Kathy Leonard
Escriba a las autoras: [email protected], [email protected]
Comente en la Plaza de Ciberayllu.
Escriba a la redacción de Ciberayllu

Más literatura en Ciberayllu.


Para citar este documento:
Rivero Santa Cruz, Giovanna: «El bus. Cuento», en Ciberayllu [en línea]


586/050828