[Ciberayllu]
27 setiembre 2002

Poema

Eva Cabo

 

(...)

Son pequeñas islas dentro de todo lo que falta. Hay espejos y ruedas, velas, binomios, ruidos y voces que despiertan la vida en la escalera —rememoran su historia—. Hay mucho querer y no poder. Mucho poder y no querer. Necesidades nimias. Lágrimas como barcos que naufragan, cementerios submarinos habitados por...
Cuentan un secreto para desvelarme el miedo.

Ahora no recibo nada. Portazos y cuentas atrás, nubosidades repetitivas,
reencuentros o fusiles.

Cadáveres por todas partes.
Hombres pez que imaginan luna.

Nadie es lo que era
        ni lo que será.

Bienvenidos.
        (Incluso tú, Casandra).

Y todo se traslada a mi cabeza
Cruces de caminos
        baches de carretera
Alcantarillas con hongos que se reproducen

Todas las cosas nombradas tienen dos caras —como las sábanas de arriba—, una descolorida y sosa. Y otra.

Yo también quería nacer a los 33 años. A los 33 años que faltaban para conocerme. Pero no me dejaron. La sangre me cerraba los ojos y me llenaba la boca. Un hombre repetitivo que sonreía me pegó, el oxígeno se olía por todas partes como algo muy espeso y sucio y las palabras le dolían. Luego ví la luna y la quise para mí —pero un día decidí regalártela—. También decidí regalar la autopista y unos vales caducados —vales para entrar en el cielo...—.

Y me desperté aquí, en esta historia. Tenía un pie dormido y ganas de vomitar.

Cuando abrí la puerta me esperaban al otro lado unos refranes y dos quilos de ironía, quilos de más metidos entre las orejas, haciendo recapacitar a los omóplatos —siempre quise utilizarlos en un poema—, los ojos de los demás en la escalera, como caracoles sin concha...

Lo demás ya lo sabéis, el extraño reto de la palabra que me hundió en la miseria, los contrabajos, el día que me quedé sin violines y lloré sobre el tejado, los pendientes de papel y harina, la vida al otro lado del océano, los aviones, los niños y los peces, había un extraño rito de insomnio ante el escenario, una hoguera de libros que me evitó la ruina, el suicidio del poema... los extremos... y las ganas de llorar de las cosas que me rodean...

Hasta que un día llegaron las mujeres.

Un sol profundo dibujado en una colcha. Escondido de pies y manos, llorando
aterrado la presencia femenina de las que traían en su seno lunas negras y pan duro.


© 2002, Eva Cabo
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