Cuadros para una novela improbableNarración a presión y por entregas |
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Domingo Martínez Castilla |
4. Escena familiar |
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Mañana tempranito,
sabe Dios a qué hora, te le acercarás despacito y le dirás
al oído Te quiero, despierta, tienes que ir a trabajar. El hará
una mueca Mrrrmmmrrrm y eso te enternecerá hasta los tuétanos
de los huesos chatos. Pero no lo desearás, no, porque sabes que
tiene que irse. Es tu otra parte. Tu otro pedazo. Pero sabes que él
puede funcionar solo, como un juguete a pilas y con cerebro electrónico,
aunque no te guste ni te haya gustado nunca ni te gustará jamás
la idea de un cerebro a pilas. Pero tú no tienes la culpa. Así
funciona el hombre. Y además en el trabajo todos tienen que ver
con alambritos. Cajas, llenas de ellos, que piensan solas y que sin ayuda
dan soluciones a inmensos catafalcos de números. Mientras has pensado
todo esto, el hombre ya te habrá tomado fuertemente por el cuello,
y con esa fuerza que suele dar el final del sueño, te habrá
tumbado de espaldas y te habrá dicho lo de cada dos o tres mañanas:
Qué pena que tenga que irme, si no nadie te libraría. Y tú
feliz ante este tipo de amenazas. Pero no lo deseas. No lo puedes desear
a estas horas, siendo ustedes como son, hombre trabajador y mujer de su
casa, de sus cosas, entretenida en raras artesanías de la época.
Sabes preparar diligentemente el desayuno. Sabes hacerle el té a la inglesa, los huevos a la inglesa, la mermelada a la inglesa, pero antes que nada le pones en el velador un vasito con jugo de naranja, y como todas las mañanas le dices Esto te despejará, mi vida, tómalo. Y él lo tomará. Es simple. No hay necesidad de desvaríos culinarios. Apoyado en ti, se arrastrará hasta el baño donde la fresca agua matutina acabará de despejarlo. Frente al espejo, cuando se afeita y su voz va ya alcanzando más potencia, escuchas los encargos para el día, Hay que pagar esto y lo otro. Llama a tu tía y dile. Hoy es viernes, por fin a divertirse un poco, dice. Sale del baño, ya pletórico de viernes, se te acerca muy secretamente por la espalda y tú sabes que no debes darte cuenta, y canturreas desde el momento en que el grifo ha dejado de sonar. Cuando sientes su brazo, frío, dejas caer el salero de plástico, un cubierto o cualquier otra cosa que no se rompa, sueltas la carcajada también pletórica de amor completo del siglo XX. Entonces se le cae a él la toalla y tú le dices algo como Estás gordo, haz algo para adelgazar, y la gracia de él contestándote algo como El único ejercicio que hago lo único que me desarrolla es el vientre y sus alrededores. El desayuno. Se sienta frente a ti, sin periódico, pues no ha llegado aún, como todas las mañanas desde hace ya año y medio. Te hace una recomendación, como Te apuras, para tener todo listo temprano. Y tú Símivida. Observas las evoluciones de sus manos alrededor de los huevos, el pan, el té y la mermelada, y esas formas y colores te dan la idea del día. Ya no observarás nada más: ahora estudiarás los círculos de los platos y los conjugarás con las hipérbolas que trazan esos brazos que saben hacerte sentir como en globo Montgolfier, pero en la parte de arriba, entre la tela y las nubes. Harás, después del beso y demás ritos, un boceto de lo que has visto. Te quedarás horas de horas en la mesa, con el papel y el bolígrafo trazando figuras y más figuras en él. Ya es hoy. Ahora decides lo mejor. Coger un globo de plástico de esos que siempre hay en tu atelier, y forrarlo de acrílico muy brillante y de ese rosado maravillosamente repugnante que has preparado. La bola debe quedar lisa y llana, como la cabeza de Lenin. Pero no puedes empezar a trabajar. Te falta algo. Te falta él, o su idea, por lo menos. Ahora decides: tomas todas las cosas que necesitas para hacer tu invención, las llevas a la mesita donde tu amado tomó el desayuno, arrimas la comida, sus restos y sus instrumentos. Sacas el mantelito regalado por la tía a quien tienes que llamar y guardas todo en su sitio, rápido. Despues lo lavarás. Vuelves a la mesita, ordenas tus herramientas y menajes artísticos que te llevarán a una cosa, como tu llamas a todas las cosas que haces. El centro es el aleph, la bola lisa, y alrededor distribuyes los pinceles, los cinceles y tarritos de pintura, el tablero que usas para tus mezclas, un gran tarro con un letrero que dice Acrílico maravillosamente repugnante. Te sientas a empezar tu cosa. Acrílico. Lo preparas. Lo bates. Pasta. Empiezas a untarlo sobre la bola. Primero usas la espátula, después los dedos, después la espátula y los dedos indistintamente, hasta que llegan en su auxilio las palmas de las manos. Ya estás hecha una porquería en menos de diez minutos. Una vez cubierta la bola en las tres cuartas partes de su superficie, empiezas la labor del alisado. Queda perfecta. Vuelves a tu atelier, rincón limitado por los biombos inspirados por Utrillo con abstracciones a la manera de Mondrian y con marcos de bambú a la manera del artesano chino o japonés que los hiciera en algún rincón de Huaral. No te acuerdas. Buscas entre tanto cachivache hasta que encuentras lo que buscas: el cuaderno con tus apuntes y tus trazos, incubadora de tus ideas y tus artesanías que algunos otros insisten en llamar arte. Sonríes al recordar que en tu primera y única exposición hubo un bisoño periodista que inocentemente sacó en la página cultural, comentando tu obra, un artículo que tituló Las bolas rosas de la chica linda. Ya estás de vuelta en la mesita. Tomas el negro. Miras la hoja de papel origen de tus obras (... pobre cuna!). Miras tu nueva Bola Rosa, y percibes que no sabes qué mierda hacer. Dices fuerte, furiosa, Por qué no puedo, y una vez más compruebas su ausencia. Sabes, ya, que tendrá que ser algo con sabor erótico. Harás primero su presencia, claro. Y qué mejor presencia la suya que la de tu propio cuerpo. Te desnudas fácilmente, pues una bata y un par de medias no son gran cosa. Continúas y las líneas salen dócilmente de tus manos. Ahora estás manchada, hecha dos porquerías, con rayas negras y marrones, manchones rosados ahora sucios y por lo tanto más repugnantes, pero no por eso menos maravillosos. La mesa, como tú, hecha otra porquería, pero es fácil de limpiar, te dices. Y sigues progresando, hasta que queda pintada toda la primera mitad de la bola de plástico (¿por cuánto tiempo estuviste buscando bolas de plástico de por lo menos treinta, cuarenta centímetros de diámetro?) Ahora debes esperar un rato para voltear la bola (¡Ah difícil arte de pintar bolas!). Se debe ver bien desde cualquiera de los infinitos ángulos que tiene una esfera, con cada uno diferente a cualquier otro, como un libro de cuentos circular, de Moebius, de Leyden. No sabes qué hacer mientras la bola seca y se acerca el mediodía a relojes agigantados. A tic-tacs. Decides ayudar a la bola con un periódico y coges el del día, fresco, cuidándote, protegiéndote, sacando sólo el brazo desnudo, de colores, por el vano de la puerta. Mientras caminas de la puerta a la mesa, observas los titulares fugazmente: Deportan a Sube el precio de Viajó Primer Ministro a Estalla subversión en Hombre come orejas y lengua de Mañana llega Reclame su suplemento con. Pasas a la segunda parte y Abren exposición retrospectiva de Habrá teatro para todos en Cine Club Ministerio de Trabajo presenta Juanita Suárez declara exclusivamente. Aparecen las páginas deportivas e hípicas, que te fascinan con sus bloques de columnas con letras pequeñitas, y lees Nos gusta Cantarito para Jinete H Gutiérrez firma Presidente del JCP anuncia Sacrificaron al buen Hoy rematan y lees a saltos entre las columnas Good Version 56 D Quispe Alpamayo 56 N Salcedo Viene Ya 59 A Iseki. Y ahora, por fin, doblas el periódico, sistemática y cuidadosa, y te inclinas hacia tu esplendorosa bola y la hueles porque te gusta ese olor a fábrica. Empiezas a agitar el papel, inclinada, y te llenas del olor y de ansiedad por terminar de secarla, hasta que ya se puede voltear y terminas tu obra, tu cosa, con dos toques en un azul eléctrico que hasta hoy sólo has podido hallar en el acrílico. Entonces, recién, empieza el día para ti , cuando te tienes que apurar preparándote algo para comer antes de salir a llamar a tu tía y por fin hoy será viernes y a divertirse un poco, de esa otra diversión que no es la de los cuerpos, la de las exploraciones más interesantes y privadas, plantando banderas de sensaciones tanto en tus pechos como en sus nalgas, en tu nariz como en sus pies deformes de tanto caminar por estos caminos de Dios. |
© 1997. Domingo Martínez Castilla. Todos los derechos reservados. Reproducción esctrictamente prohibida.
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