13 setiembre 2006 |
Suyo es el reinoCésar Terrero Escalante |
Suyo es el reino de Hastabajo, suya es la boca del Hambre, suyos son los ojos de la Droga, suya es la piel de la Miseria, suyos son los huesos del Frío, suyo es el cuerpo de Nada, suya es la sombra de Todo, suyo es el nombre Soledad.
A sus quince años, la Aventura es la inercia de la Supervivencia. Sobrevivir para el hambre; para la droga, el frío y la miseria; para nada y para todo; para la soledad.
En el vaho de su reino de ultracalle, los espectros flotan imitando el estado básico de la felicidad. Discuten premisas para el desarrollo, con esa sangre de nopal fresa que mana de sus bolsillos como bocas expertas en la elegancia de los helipuertos. Intercambian recetas de asépticos manjares, dietas para el culto al ídolo del vientre plano. Proclaman el candor de la psicodelia y el estar el espíritu de su Raza como agua para chocolate frente el mercado de los sueños. Les indigna la fricción indígena en el sistema de la Cruz y la Espada, escudo con flores de zarzuela, idónea protección para mujeres y niños que son apaleados en náhuatl. Condenan la violencia terrorista contra Sión y, al margen, declaman el chiste del judío que se suicidó de hambre para abaratar el precio de su muerte. Se alarman por la jungla negra que cubre, bestial quiste, el seno de la urbe y aplauden la excelencia barroca en la vigésimo-novena parte de «Masacre en la ciudad sangrienta». Románticas de tetas anoréxicas, tal vez desean el anónimo abrazo de músculos sudorosos; galanes Summa Cum Laude en mercadeo, quizás cazadores furtivos de cetáceos del mar negro. Espectros, nobles espectros, para rogarles el don de un milagro, de la misericordia. Espectros, pinches espectros, para robarles el numérico crédito, la engarzada autoestima.
Pero, no ahora.
Allí, oscuro, arrimado a la pared, no está al acecho. No devoran sus ojos la cena de los comensales de piedra. Solo (hipocorístico y modo) busca un ángulo propicio, con todo el cuidado para no ofender las blandas lentes hipnotizadas también por la sierpe electrónica.
Así está, con una gota más de dolor flagelando su vientre, con una angustia adicional que no repara en su hambre y su droga, en su miseria y su frío, en su nada y su todo, en su soledad.
Ahí y así, porque hay colores (colores que ignoran su existencia: su rostro y sus ojos, su piel y sus huesos, su cuerpo con su sombra, su nombre) que hoy resuenan con la vibración de neuronas sobrevivientes cuando parece extinguirse, para ellos, el fuego del Mundial.
Por un instante serán los colores de su reino.
Suyo es el reino... * * *
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