|
I
oticias del Perú.
El cronista anota: La calma
es una tempestad de luces,
un destello esparce el camino,
lo prolonga en puñaladas contra el viento.
Contemplo el mapa,
imagino el río cuyo nombre se me escurre,
el fuego entrecruzado,
el ojo muerto de los árboles,
el grito certero de los pájaros,
las manos tiesas.
Las luces de esta ciudad se
dispersan,
reptan sobre las pistas.
Reflejos de reflejos,
guiños sobre las aguas,
señales a veces dormidas,
el desvío a casa, la morada de
la bestia.
La avenida cruza árboles,
ramas preñadas de humedad,
el ruido se entremezcla con el pánico de los autos.
Detrás de esta pantalla imagino voces,
el cronista en la hoja asfixiada,
los rostros disueltos en los hilos
de la lluvia,
la niña pobre de Huancavelica en
la postal de mi oficina.
Pienso en la lengua con que pienso,
mis instrumentos primarios,
los sargazos anudados de mis sienes,
las coordenadas desde las sierras de Junín,
las lianas lastimadas de los bordes
de la tierra,
la parcela literal,
el eje espinal de las nubes,
el ala metálica de este tramo que me arrastra
en lluvias.
Pienso, me deslizo
como si mi boca devorara
la ruta,
la vena flagelada.
Estiro las cortinas atávicas de mi boca,
los filamentos de mi cabeza,
las señales enterradas de mis manos,
el guarismo lunar de mi raza nebulosa.
Noticias del Perú:
aire a trompicones,
nudos en los cauces del ánimo,
en la garganta sesgada de
la conciencia,
sanguijuelas en los trazos de la noche,
los lomos forasteros,
el barco brumoso del pecho,
la travesía insomne en el calendario.
Se aseguran con cuidado los cabos,
los extremos del dolor,
la versión en naipes,
la única posible:
Decir o desdecir.
Yo me cuido de llegar. Revisar mi supervivencia,
mi estancia numeral,
las interferencias espaciales,
los remates angostos, mezquinos,
del contexto.
Mi rol funcional:
el lado filudo del silencio,
las profundidades disonantes de mi
ente visual,
indivisible.
En la madriguera las sombras monologan,
las luces, destellos de ascuas, giran,
se entorpecen.
Si cierro los ojos los colores arrojan
un mudo cardumen,
la estampida ilegible de la noche:
los bosques de Alabama,
las sombras engañosas
de la lluvia,
los perfiles húmedos del Perú.
Esta noche es, además, oscuridad total,
impaciencia apagada hasta ahogar
sus ruegos,
aire recortado, desplomado sobre
la plataforma zurcida,
sobre la tambora ennegrecida
de los tiempos.
Nuevas del Perú.
Tareas de la memoria,
la reinvención puntual de las señales
del cuerpo,
la elevación del hoy,
del armadijo irregular de los sueños.
Reconozco al tacto el camino,
el hallazgo de mi casa.
Cuestión de cálculo. De que la felicidad
dé un traspié,
de que extraiga sin recelos
el puñal sediento
del costillar de la risa.
Mi supervivencia, el pie sobre el
acelerador,
las sirenas que cortan la noche;
decodificar el cable:
las sombras del bosque, las postales
desbocadas,
los ruidos regulares, sentenciosos,
de la ciudad.
Llueve. Sobre la pista se desdibujan,
se desentumecen nuestros actos.
En las paredes de la cueva un fuego natural
se revierte,
aviva el penacho de sus sus sombras,
los borbotones de su flora inclemente.
En la escena un hombre arrastra sus restos.
En otra los cazadores se difuminan,
se extravían en secuencias borrosas.
Quedan los ángulos,
los vacíos sorpresivos,
los orificios funerales de las tinieblas.
Cuesta apurar un rumor cifrado,
el estilete en las tablas de
la ola memoriosa, quieta,
impedida;
testimoniar,
urdir el libro pasajero.
Las nuevas sobre las paredes,
humedecerlas de verano,
arrinconar en la memoria
como en prisiones escritas
la voces partidas,
las muertes impecables.
II
Nos alarma la sirena.
Nos arroja a los sótanos,
a los consuelos subterráneos.
Me asiste el derecho:
preservar el esqueleto, las memorias,
los linderos del refugio.
Menuda arqueología.
Los puños del tornado no me asombran.
El comercial de la vida
no me alcanza.
La tormenta riega su son embravecido,
guitarras desbordadas,
tambores destripados que se precipitan,
flujos de otras conciencias.
Iras que no desviarán el destino
de nada.
Cada relámpago liquida mi niñez,
las edades en la cadena que aúlla
sobre mi pecho.
Arrollan mi mudez, mi velocidad precaria,
el aire febril de las avenidas,
los árboles retraídos a su
estancia fantasmal,
las crónicas encalladas,
el sonsonete amenazante.
Palpan sus trazos renegridos,
la lápida de los muros,
las arrugas sensibles de la caverna:
los trazos del bisonte,
las cribas del pico del odio que bruñe
los lomos mortales,
el brazo diario del azar.
El pájaro quieto en el viento,
el cielo hondo desgranado,
los lamentos:
el sur que no termino de inventar.
III
Repito las nuevas.
Araño los bosquejos, los bocetos
de cada escena.
La noche,
el brochazo que me cruza de oído a oído;
piedra para sostenerme en el sueño,
cuerpos de humo,
voces de escape,
ataques sólo por el ataque.
La versión que hoy me desvela.
Me duelen estas historias,
la cola de la amenaza,
la coartada visual,
la garra espantada de la noche.
* * *
(*) Carlos L. Orihuela: Nube gris, Lluvia Editores, Lima, 2001 |