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19 marzo 2006

Los días hostiles

(19651; reescritura 2004-2006)

Carlos Henderson

 

Arte poética

¿De qué hacer el relato?  De mi vida solamente. De una vida ordinaria.

Continuamente vuelvo a mí mismo. A las paredes vacías que ya me han aprisionado. Las toco y siempre con el mismo cuidado porque creo que poseen una leve transparencia, que una cofia de cristal las protege.

Partir de esa fragilidad —verdades de adentro— que sea mi fuerza. ¡Que fulgor alguno se extinga!

 


 

Los días hostiles

Amo las cosas heridas, cuando buscando la luz son vida, son también la vida.

Sí, soy un hombre seducido por  el deslumbramiento del mundo. Amar el mundo, amar las cosas heridas nos conduce por caminos aparentemente distintos. ¿Caminos que se contradicen?,  caminos que nos permiten decir: ¡Vivos! ¡Estamos vivos!

 


 

El misticismo en los maderos2

A ciertas horas de la noche ya no se descubre nada. Se está solo. La vida se deja vivir sin que se la arrebate.

A estas altas horas ya no existen los maderos. No existen los maderos donde el náufrago pueda cogerse en medio de la tormenta.

A ciertas altas horas de la noche no existen los maderos ¡Nunca existen los maderos!

A ciertas altas horas de la noche cae una pregunta hasta el fondo como una piedra, se  precipita. Las aguas vuelven a cubrirla.

 


 

Los indicios

Mi juego se anuncia. Yo señalo los indicios.

Para hablar de los indicios se requiere estar tenso antes que parta la flecha del arco y vibrando como instrumento que dice lo que sabe hacer. ¡Intransferible ritmo, propia pulsación!

¡Para hablar de los indicios no se requiere una sola verdad, sed encendida!

Como el instrumento que dice su entendimiento con el mundo —con el mundo inconmensurable de adentro, con el mundo inconmensurable de afuera— ¡como si fuese por vez última y vez primera!

¡Oh los indicios! ¡Oh los insondables indicios y que a veces son sólo ineludible ilusión y apuesta! ¡Confabulada confianza en otro inicio!

 


 

La poesía

La palabra fue creada,  yo lo creo, para enfrentar el asombro. Así del pecho del hombre se inventó la palabra. Y ésta erigió espacios apacibles en medio de entornos de tumulto.

La poesía vino para instaurar la disponibilidad del mundo de ser un mundo.

¡No para enfrentar el asombro, el estupor sino el horror —para decir el furor—, ahora la palabra se hace poesía! ¡Para que la palabra se haga silencio!

 


 

Pequeña historia

Homenaje a mi padre

Él  salió de su casa, usaba pantalones cortos. Caminó unas cuadras con  casas  pequeñas. En la cercanía había  viejos edificios con balcones. Luego encontró  grandes depósitos. El hotel con largos balcones de madera antigua hacía esquina.  Al frente había oficinas de aduanas. No había todavía gente en las calles.

Hoy me reconozco como el hombre que vivió la vida en la soledad. ¡Era yo pequeño: fui a su búsqueda una mañana cantando!

 


 

Las evidencias

Él  se dice: ¡los propios diques estoy condenado a hacer y rehacer! ¡A lo que le tengo horror —se dice— es a que alguien huya de su desesperación!

No tener certezas son las evidencias —se dice— ¡Todo menos las certezas y  la alabanza! Se dice: ¡tener evidencias es tener todas las dudas. ¡Recobrar la espontaneidad primigenia,  la sensibilidad a flor de piel,  es todo un programa de vida!

Él  se  dice:  ¡Para  ello admito sediento la vida, la vida, la vida!   ¡La torpeza del  presentimiento!

 


 

Clavijas

Cualquier cosa daría para que mis clavijas conserven su humor. Porque para vivir es bueno buscar  fulgor, sombras, impulso, vacío, exceso —además de llevar los huesos sanos.

¿Y es bueno llamar a las cosas por su nombre, tomarlas por su lado serio? ¿Aunque hablar en serio es acaparar todo el ridículo?

¡En verdad digo que niego el ojo de la cerradura!

 


 

Alfabetos truncos

Yo no he venido a decir versos  por todo lo perdido, lejos de mis ojos  las leyendas. ¡Vivan las antiguas leyendas porque ellas dieron claridad!

¿Qué creían?, me pregunto;  ¿que  yo  también  hablaría de esos pequeños pueblos  tan lejanos de mi viejo mar?

¿Qué creían?, me pregunto; ¿que yo también iba a hablar de esta ciudad que nos conmina a  los alfabetos truncos,  a las estériles palabras,  cuando no nos nutre de vacuas noches y despeñaderos?

¡Escojo la poesía de la experiencia interior porque ella también habla de los otros!

 


 

Heredad

¿Y sólo la muerte nos rinde homenaje?

¿Las puertas están cerradas, nada más? ¿Y si de heredad hablamos es mejor que cerremos nuestras tiendas y que el viento sople su barbarie?

¿Qué creían?, me pregunto; ¿de qué deterioros hablaría?,  ¿que  también  hablaría de  desconciertos?   ¿De lo que  tocan sus manos  y  que no han  aprendido a retener?    ¡Oh, les prometo, también les hablaré de la esperanza!

 

* * *

1 Carlos Henderson: Los días hostiles, Ediciones de la Rama Florida, Lima, 1965

2 Único poema que casi ha quedado tal cual desde su publicación en 1965.


© 2006, Carlos Henderson
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Para citar este documento:
Henderson, Carlos: «Los días hostiles - (1965; reescritura 2004-2006)», en Ciberayllu [en línea]

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