27 setiembre 2004

Cerca de la frontera

Cuento

[Ciberayllu]

Cecilia Bustamante

Estaba trabajando en uno de sus grabados cuando entré. Volteó la cara enrojecida, sonrió. En la mesa se amontonaban diseños, no sé si eran parte del lote ofrecido a mi galería. Buenos comentarios recibió de su primera muestra pero la publicidad pareció no haberlo tocado, mantenía esa fáunica alegría de cuando estaba perdido.

Separamos el polvo de la paja, desenterró una máscara ya vidriada que hasta ahora está con los ojos cerrados, separando las páginas del gran libro.  Los rostros que dibujaba  eran mefistofélicos, punzantes. Le diable se asomaba por todas partes, no confesaba nada sobre sus prácticas esotéricas.  Aquellos tiempos estaba trabajando un torso del demonio mismo, y cuando estuvo listo ya no le disimuló los cuernos.

Cargando sus grabados salía a enmarcar, recobraba la normalidad, discutía precios y al atardecer estaba harto de vigilar.  Sentí su ritmo a mi lado, retirándose, regresando, su perfil con fuerza, una forma lanzada contra el lienzo, el mecanismo total en marcha.

El lugar donde había vivido antes de estar en la inopia, estaba en este tiempo rodeado de nísperos llenos de frutos. Pasamos de árbol en árbol comiendo nísperos maduros. Al día siguiente colgamos sus grabados en la galería, estaba contento.  Se fue al lago a tomar apuntes, el blusón blanco abierto, flotaba como un pañuelo diciendo adiós. Alejaba a los mosquitos con su pincel, murmurando que para qué diablos habrían nacido Manet  y todos esos impresionistas a fregar la vida. Se volvió figurativo, y duro, y malo. Cuando hacía paisaje tomaba vino y contaba historias de toreros, su padre era torero, más allá de la frontera del Río Grande y lo había llevado de niño a las pueblerinas corridas de vaquillonas. Y las enseñanzas de Don Juan eran su manual y los dos juntos aprendían a usar los hongos,  cactus, unas bebidas raras que no podía dejar. Por eso iba a México y dejaba plantado todo.

El estudio quedaba vacío muchas veces hasta que, finalmente, fue muy larga la ausencia y se volvió espacio deshabitado, sus plantas se achicharraron ese verano. Podía ver detrás de la ventana la mesa de trabajo abandonada con el rostro incompleto sobre el papel, los ojos humeantes sí estaban como una trampa abierta. 

Busqué  a su amigo Roberto a ver si sabía algo de él. Todo lo que hizo fue divagar, insistir en que fuésemos a visitar al músico, nuestro común amigo a quien admiraba porque le había quitado su mujer. Fuimos.  El músico echaba palabrotas a granel, el irlandés del grupo era carpintero y también escribía poesía, su mujer cantante de ópera. Era el momento de la sin semilla, tenían sus rituales y el proyecto de ser una nueva corriente literaria del Southwest.

La cantante sirvió salsa picante y abrió una bolsa de chips de tortillas de maíz.  La verdad, nunca la oí cantar, perpetuo estado de inminencia con un ensamble. Mundo cruel con su canto de sirena. El gran Gloss tenía una banda, ensayaban cerrando los ojos a su propia estridencia, bamboleándose ausentes muy dentro de sus metales.  Estaba bien el grupo.  Roberto, como dije, lo apreciaba realmente y se consolaba con su nueva mujercita cómplice de sus sueños de opio, tenían una casita despejada y desolada. Ella llevaba polleras de la flower generation, blusita de etamina.

El carpintero era genial, brillaban sus ojitos tuberculosos hablando de lo que había poseído alguna vez. Su leit motif era «cuando llegué a esta ciudad».

Me incomodaba porque me hacía recordar lo mío propio.

* * *


© 2004, Cecilia Bustamante
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Para citar este documento:
Bustamante, Cecilia: «Cerca de la frontera. Cuento», en Ciberayllu [en línea]


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