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Renzo el intérprete 1

Cuento

Antonio Bou

  A  Renzo lo conocí por varias noches en que quizás sin darme cuenta la soledad me mordía los labios. Acompañándolo me acompañó y me contó su singular historia de la cual se deducirá la importancia de saber más de un idioma en estos dominios. Renzo se enorgullecía de su inglés, idioma del futuro y del comercio, de la vitalidad crematística de estas amplias sociedades sin orden aparente. El inglés no tenía grandes secretos para el amigo Renzo, que pasó sus buenos años enriqueciendo su vocabulario, cantando las sencillas conjugaciones, organizando en su clara mente latina la aparente carencia de géneros.

No sé por qué quiso entregarme la flor de su secreto. (Que ya entregado quedará de flor —no de secreto— por esta costumbre mía de estos años de poner en la que mancha y el que chupa secretos como flores para el disfrute y aprovechamiento de la humana grey que reina —mi real señora— a través de mis lectores a quienes amo, pocos o muchos, y a los que quisiera hacer ahora reír un poco porque, como les habrá dicho el viejo Selecciones que tanto ha formado nuestro carácter, ratea la risa, remedio como el Papa en materias de fe y de dogma.) Quede claro que Renzo se hizo mi amigo, y de no existir los parámetros geográficos que ahora se nos imponen, seguiríamos acompañándonos y destruyéndonos las angustiosas soledades, a pesar de la curiosa relación de que trata esta historia: la para mí peregrina función de Renzo el intérprete, quizás el más genial y bendito de los angloparlantes del Perú heroico.

La segunda noche en que el acólito Juan —del que en otra historia les daré noticia— vino a visitarme, Renzo subió al salón del segundo piso y se cayó de boca frente a nosotros al enredársele un pie en un peligroso pliegue de la alfombra. Tanto Juan como yo saltamos a ayudarlo a levantarse y luego nos ocupamos de estirar bien la alfombra debajo de los butacones para evitar otras caídas. Poco antes, el acólito también se había enredado en la traicionera alfombra y a no ser por mi presta intervención hubiese probablemente comido mármol. Valga señalar ahora mismo la propensión a los accidentes del buen Renzo aunque en la historia que ahora les cuento no vuelva a hablarles de otro accidente de los sufridos por el amable limeño a causa de la triste propensión que lo caracteriza. El accidente del acólito Juan no se le atribuye a propensión alguna sino a la causa inmediata de la negligentemente tendida alfombra. Como se verá, dos accidentes muy distintos en todo su sentido aunque tengan en común el mismo error humano.

Cierta amiga de Renzo, amiga del alma suya, no diremos que lo envidiaba por su facilidad con los accidentes gramaticales sino que lo admiraba sobremanera, trabó amistad a través del Correo del Amor con un nativo de Clearwater en el estado de la Florida, ducho el mismo en otras artes y diestro en otras lides, pero incapacitado lingüístico de otro que no su idioma, del cual la Yulina, amiga del alma de nuestro Renzo, no sabía ni letra. Ante la confusión de las lenguas surge oportuno el limeño intérprete como variación e inversión a la vez del Cirano, poniendo en términos del Kevin de Clearwater los desvelos del corazón de la Yuli, excitándolo a tal punto que al oír aquella voz del Renzo se encendían en el gringo guirnaldas de colores de las que apagan y prenden. Con su porte de pino encendido daba pasos de gigante el floridiano apretando el inalámbrico por el cual el intérprete traducía simultáneo las pectorales rasgaduras de la enamorada.

A través de Renzo se conocieron y se terminaron de compenetrar hasta que un día le pareció a la Yuli que Renzo era y no era quien le pedía la mano, del mismo modo que al Kevin le cupo la duda de si era o no Renzo el que aceptaba su proposición. La preocupación de cada uno duró poco pero no lo mismo. Renzo resultó el más despreocupado por la frialdad que el papel exigía. Kevin, que tanto había buscado a quien amar hasta caerse de bruces en las callejuelas latinas del Correo del Amor, dudó bastante. Se le metió en un sueño que el Renzo quizás suponía mejor partido que la Yulina, y en momentos de abandono, como a la hora de la siesta cuando nadie la acostumbra allá en la Florida, comenzó a construir castillos en el aire en los que incluía fundamental al intérprete. Yuli nunca se quitó de la cabeza la identidad de Kevin su futuro marido, mas a veces se adormitaba pensando en el Renzo que siempre había tenido tan cerca y a quien juzgaba tan sano y tan dulce y tan de confianza como para encomendarle las ambrosías que exprimía en su pecho para el adorado Kevin.

Lo último que me dijo Renzo tenía que ver con sus preparativos para el viaje de novios. Kevin y Yuli lo habían invitado a la luna de miel, pues cómo sin intérprete iba a ser tal. Pienso que Yulina estudiaba las alternativas: aquello se le presentaba como tener dos maridos, un acaudalado príncipe del norte y un eficientísimo intérprete. Kevin se había acostumbrado a amarlos a los dos, por lo menos en los lindes del contexto. Renzo estaba feliz, sumamente feliz, preparando su ajuar, contando los días que faltaban para las bodas célebres. Ahora pienso que estaba enamorado de los dos extremos y que la suerte le había ocasionado, por saber buen inglés, este otro accidente.


[1] De Las nenas están jugando, libro en preparación.

© Antonio Bou, 1998: [email protected]
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