La reina loca

Cuento

[Ciberayllu]

Antonio Bou

 
Que huele a mierda, pai!... ¡que huele a mierda!... Que hay que exprimirle veinte limones para que no sepa a cloro, pai... Que estoy jodida... obsesionada con el agua... que no es agua... que es cloro... ¿Nunca te bebiste un whisky con mierda?... ¿Un whisky con cloro?... No te preocupes por eso, Cristita, que con el tiempo uno se acostumbra... dímelo a mí que llevo muerto hace dos años... y nada me hace falta...

Pero eso, pai, es otra cosa... que a mí quieren envenenarme estos cabrones de la globalización... ¿No lo ves... coño... no lo ves?...  Mira, Cristita, desde el trece de junio de hace dos años... bendito día de san Antonio... Hace dos años me firmaron el certificado de defunción... Ahora falta llevarlo al registro demográfico para que me den el permiso de enterramiento...  ¿A mí qué?... que se joda... que privaticen... que se queden con todo... Estás muy joven para amargarte la vida... mírame a mí... no me la amargo... ¡Ni muerto!...

Ayer venía subiendo por la San Francisco... y mira que las cosas cambian... Por San Francisco, queridita mía... Y San Juan está tomada... desde hace años... como si le hubieran dado a oler burundanga a medio mundo... ¿Y tu marido? ¿Se cuenta o no se cuenta?...  Mira que ya no valgo para nada... que a mi no me puedes venir a pedir, porque no tengo... no tengo en qué caerme muerto...

A todo esto, andaba buscando El Nuevo Día desde hacía largo... no quedaba un ejemplar en ninguna parte... Daba rabia ver a dos o tres pendejos leyendo tranquilamente en las mesitas de la Plaza de Armas... No fui allí a encontrarme con Cristita ni cosa que se parezca... andaba buscando un Nuevo Día... y ahora mismo no recuerdo por qué lo andaba buscando... Me bajé de la guagua y subí por San Francisco... parándome en todos los negocitos donde fuera lógico que quedaran Nuevos Días... de eso sí me acuerdo...

Acabé en una mesita de la Plaza de Armas... con pocas ganas ya de seguir buscando... Que se joda... ¿quién quiere leer la mierda del Nuevo Día?... puro infomércial de la oligarquía... Así me encontré con Cristita, mi santa y única hija que Dios me dio... que Dios me la bendiga... De mierda a mierda... Que Cristita tiene siempre el vellón pegado con que le envenenan el agua... Son cosas del marido, que no puede ver a los judíos... y se lee todo lo que sale del tema... ¡Mi pobre hija!... No es tan fácil buscar marido en esta isla... y en estos años...  de la era hitleriana... como decía Ramirito...

En la mesita del lado se me sienta uno de esos maricones... húngaro o rumano... que se parecen... Cristita me aseguró después que era albano... como si tuviera el dominio del registro de los fenotipos de la Europa del este... No importa un coño... pero el cabrón se sentaba de lo más cómodo y complacido a leer El Nuevo Día... el que yo andaba buscando desde temprano... Leía en actitud de crucificado, todo abierto de brazos... como si hubiera conocido aquellos viejos Mundos o Imparciales de la primera época... de cuando la guerra... de cuando yo era chiquito... Me dice Cristita que estaban viniendo albanos de Boston... de vacaciones... que ella lo sabía porque su marido se pasaba echando pestes de la gente que venía de Boston... maldito pueblo de condenados revoltosos y embusteros... no lo dijimos ni Cristita ni yo... lo decía Ramirito... el desgraciado que me llevó a aquella niña de ojos azulitos azulitos... que crié como oro en paño...

Cuando vi que el maricón de Albania se levantaba... cerrando el periódico todo muy cuidadoso... parando los meñiques... hice de tripas corazón... Se lo pido porque se lo pido... ¿Qué puede pasar?... Quizás mejor se lo salgo a comprar... que uno nunca sabe... que esos húngaros... quiero decir, albanos... dicen que andan peor que nosotros... aunque éste está de vacaciones... según Ramirito... y no hay que confiar mucho en lo que diga Ramirito, que la lengua le pesa... que cuando se muera... como dicen... par de cajas... El albano comenzó a mirarme... y antes que nada... como comenzó a dibujársele algo parecido a una sonrisilla... Aquí yo, viejo, pendejo y difunto... allá él, muy satisfecho de haberse echado al cuerpo par de frías a media mañana... y de haberse leído a su manera El Nuevo Día... el de mis primeras motivaciones de hoy...

Sabía español... me tiró con un no faltaba más... ¡buen muchachito!... Mira que uno acaba haciendo en esta vida todo lo que odia... ¿Pero qué iba a hacer?... ¿Qué otra cosa correspondía?... Me cogió la nena... Cristita... la niña de mis ojos... alternando con un maricón... húngaro o búlgaro... rumano... sea lo que sea... Le pagué la fría... y como que ya no se iba... Comenzó a hablar en inglés que si del Caribe... que si del sol... que si del mar... No valía de nada ponerme a leer el periódico... lo hice un sorullo... me lo metí bajo el brazo... para que no se me fuera a quedar... lo leería en casa... Pero no se quedó ahí la cosa... que el rumano tenía una cajita...  también debajo del brazo... y me preguntó si quería jugar un jueguito de ajedrez... ¡Ah, sí!... Falta que me hacía a mí un jueguito de ajedrez... allí en medio de la Plaza de Armas... con un hijo de la Besarabia... maricón por añadidura...

Cristita llegó sin avisar... sola... bastante arreglada, para lo que ella acostumbra... Ya el húngaro... que hablaba cantando como los argentinos... pidiendo auxilio... me había contado la historia de Juanovichi... un compatriota suyo... y la reina loca... ¿Qué iba a hacer yo sino contarle de mi parte otra historia así... como un entregado?... Si me tenía entre la espada y la pared...  En jaque... Le conté lo de Marisela... la madre de Cristita... para que se viera bonito... que me encontrara allí de tequeteque con un solemne maricón que parecía un argentino de esos que emigran sin papeles y allá en Buenos Aires los cuentan como desaparecidos... sacándole más cuentas a Videla... Por eso fue que se me vino a la mente el cuento de Marisela... porque esas cosas pasan... como lo de los bebés que salieron en aquella película... ¿cómo se llamaba?... Los intocables...

Aún no llegaba Cristita y me estaba cogiendo santa pela de manos del europeo... que se jugaba un ajedrez de nueva moda... según decía... lo último en París y en Moscú... como si yo fuera  el más chupacallos de todos los chupacallos... ¡Hijo de puta!... Que si sus movidas eran la apertura famosa de no sé qué campeón del mundo... ¡Hijo de puta!... ¡Mala cuera que te parió... albano de mierda!... Como si ya no me contara entre los que pagan impuestos... En eso fue que llegó Cristita... ¡Justo en ese momento!... Cuando acababa de darme cuenta de los estragos causados por la reina loca del jodido homosexual, que me había concedido la gracia de no quedarme sin leer El Nuevo Día... Después... en casa... cuando acabara de acabar conmigo... Ahí fue que llegó Cristita... como mandada a buscar... ¡Pendejo, te voy a chichar la reina... para que aprendas a respetar a los puertorriqueños!... Esto último no lo iba a decir... me lo pensaba para dentro...

La malnacida reina loca del húngaro... o del albano... que todavía los orígenes del güei los desconocíamos... ¡Pai!... ¿Eres tú!... ¡No lo puedo creer!... El búlgaro se levantó muy caballeroso... Cristita... que lee el pensamiento... y conoce del lenguaje del cuerpo... de todas esas cosas que antes no eran mucho más que brujería... vio claro lo que estaba pasando... Como si hubiera estudiado algún tratado sobre la teoría de la dama loca... se dio a hablar de la política... ¿Leíste el Día?... El de hoy... Aquí lo tengo... Pero ahora no iba a ponerme a explicarle... El mayor problema es el del cloro... no decía mierda más que cuando estábamos solos... pero lo de las tarjetas de salud es una barrabasada... ¡Suelta a Barrabás... anda, suéltalo!... De marca mayor... Mira que ahora los hipocondríacos se pondrán tan contentos... Venga tratarse... venga operarse... que siempre habrá algo que cortar... y luego una se puede pasar la vida relatando la historia de sus intervenciones... quirúrgicas...

No... eso es lo que te crees... no te me vas a rendir... nada de tabla... me vas a dejar darme el gustazo... Primero la reina pa'l hoyo... como tiene que ser... Que conste que ni Cristita ni yo sabíamos a religión cierta a qué se dedicaba el húngaro... el albano... ni aunque Cristita se leyera el pensamiento de cualquiera, sin mucho esfuerzo... Confieso que no me dio muestras de estar encojonado... Ni de que fuera el indicado para llevar a cabo la sentencia... ¿Qué muerte te certificaron?... Sencillo, Cristita... de un tiro en la barriga... se muere uno de peritonitis... sencillo... no te salva nadie... ni aunque te lleven al hospital más cercano... ni en año de elecciones... Pero a este maricón había que joderle la reina...

Le comí la reina... se puso serio... se despidió... dijo que no podía seguir jugando... A Cristita la dejé esperando a su marido... torturándose... con un vaso grande de whisky... a secas... Bajé por Fortaleza... hasta los taxis... Sigue pasando el tiempo y aún no me decido a ir a buscar el permiso de enterramiento... Tengo toda la muerte por delante...

* * *


Comentario privado al autor: © Antonio Bou, 2001, [email protected]
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