22 febrero 2002 |
Mi amigo JaumeCuento |
Antonio Bou |
Jaume me presentaba mujeres preciosas, que llamaba chicas, porque para él, sin chicas no lo iba a pasar bien un chico como yo, y tenía razón. Con él aprendí a catar los mejores vinos, a ordenar champán y a descorchar lo mejor de la cava... cuando fuera preciso... A vestirme con cortes de noble italiano... a recortarme a navaja... a apreciar el cine alemán... Supongo que a mis viejos no les hubiera gustado saber que me dejaba ver por las Ramblas con el más guapo y elegante de los maricones de aquella Cataluña soñada donde me habían mandado a completar mi educación. Pero estaban lejos... En aquellos tiempos... eran otros... los padres no se preocupaban como hoy día si los varones de la casa no habían tenido algún desliz homosexual por lo menos a los quince años. ¿Será normal este niño, Amparo? No sé, Gaspar, cualquier cosa puede ser... pero démosle tiempo... ya saldrá del colegio de los jesuitas.
Jaume chuleaba a dos primas valencianas... preñadas en Valencia, decíamos quevedescos, doncellas en Madrid. Tenía un piso muy cuidado en el Barri Xinès, desde donde operaba su fructífero negocio que le dejaba lo suficiente para vivir mucho más desahogado que un señorito común. Al desocuparse un interior, puerta con puerta, me convenció de que me mudara para estar más cerca... Confieso que Jaume estaba obsesionado conmigo, pero ni en el menos lúcido momento se me insinuó... sabía distinguir... y por qué no decirlo... sabía querer y callárselo. Así entre hachís y ron Negrita, la misma tarde en que me mudé, conocí a Rosaura... quien, como su primo, no era cualquier cosa.
Rosaura, además de ser bellísima, tenía carro, un Renault al que llamaba coche... se hablaba de que se lo había regalado el hijo del conde... o quizás de un conde... que habría muchos. Esa misma noche, yo al volante, salimos a hacer velocidad en el R-10 hacia Monserrat... con Jaume y la otra prima, Lucero, muy bien montada en ancas, segunda solamente ante Rosaura. Eran las dos putas más famosas y mejor cotizadas de la Barcelona de aquellos años. Se las peleaban los clientes, y había corrido la sangre una vez en el Paseo de Gracia entre dos señoritos enchulados de Lucero, que la requerían la misma noche. Rosaura, según Jaume, tenía menos escandalosos parroquianos, más sofisticados y exclusivos... la buscaban del alto clero y de los Ministerios de don Francisco Franco. Mira si hacía yo bien...
Esa misma madrugada, frente al Temple Expiatori de la Sagrada Familia... Rosaura me declaró su amor incondicional... dispuesto a todo. Al otro día, sin pensarlo mucho, le monté un piso en la Vía Augusta. Hablé con Jaume y estuvo perfectamente de acuerdo. No dejaría Rosaura su profesión, ni yo iba a exigírselo. Mientras ella se ocupaba de sus clientes selectos, yo descansaba... una vez dormí tres días seguidos... recuperando fuerzas... asimilando tanta lección de mi deliciosa pervertida. No creo haber sido tan dichoso nunca más como en aquellos días gloriosos en Barcelona.
Pasaban los meses sin que tuviera tiempo para aburrirme, ni ocasión para arrepentirme de mi acertada decisión. El dinero rendía, pagaba yo la casa, pero los entretenimientos corrían por cuenta de Jaume y Rosaura... ¡Qué fiestas aquéllas!, especialmente si había invitados de la aristocracia... carnavales cada día... un baile de máscaras venecianas, un sarao dieciochesco... muy digno de Dumas... con atrevidos escotes y pelucas... Me pintaron un lunar en la mejilla... me hicieron mosquetero de la reina... me ciñeron espada... Todo iba bien menos la Facultad, donde estaba al borde de fracasar, pero no me importaba... adquiría experiencia...
Una tarde me crucé en un café nada menos que con el cura que me había bautizado... ¡Ah, maldición! Me invitó a comer y no pude negarme... El padre Joaquín se ocupó con mucha astucia de hacer sus averiguaciones y en pocos días lo sabían todo en casa... Hubo revuelo, decidieron mandar a Barcelona al tío Alfredo a buscarme... mermaron mis ingresos... estaba a merced de ellos... Jaume, al saber lo que ocurría, me ofreció mantenerme... Rosaura me aseguró que no me faltaría nunca nada si me quedaba... hasta Lucero insistía en que me quedara para siempre. Pero con la personalidad fuerte del tío, frente a frente, me sentí débil, cedió la voluntad y tomé la decisión de ponerme bajo sus órdenes.
Me llevó a Madrid... me consiguió un hospedaje en la misma calle donde vivía el padre Joaquín, al que nombraron administrador de mis ingresos... Me pusieron un tutor... y arreglaron las cosas en la Universidad para que comenzara, acabado el verano, con cuenta nueva... Me prohibieron terminantemente regresar a Barcelona... hasta me hicieron firmar un comprometedor juramento al respecto, que tío Alfredo le entregaría a papá en Puerto Rico.
No volví a Barcelona. Jaume, sin embargo, no perdía ocasión de venir a visitarme. Rosaura nunca vino, más tarde supe que tenía un amante francés que quería casarse con ella. Me apliqué a lo mío con verdadero tesón, sin sentir como una carga la vigilancia que caía sobre mí. Estudiaba, preparaba los exámenes con afán, me convertí en la admiración de profesores y compañeros. Me rendía el dinero, terminadas las farras... ni una copa... a no ser cuando venía Jaume a visitarme... y aún así muy poco... que más que otra cosa conversábamos sobre nuestro supuesto origen merovingio... del santo Grial... de Cristo y la Magdalena... y de otros asuntos de exótica envergadura... En feriados, me llevaba a escalar a la sierra. Acabó mudándose a Madrid... Comprendí en esos días con Jaume lo que significa tener un amigo. Supe lo que era sentirse querido sin que se esperara de ti nada a cambio. Terminé la carrera con altos honores.
No regresé a España en quince años. Y, cuando lo hice, fue sólo por unos días. Nada más tocar tierra, llamé a Jaume, quien fue a buscarme al hotel y no permitió que me quedara allí... me llevó a su casa... un verdadero palacio en el paseo de la Castellana. Fuimos a visitar a Rosaura... que también vivía en Madrid... conocí a su marido, un diplomático francés que se parecía al Charles Aznavour de Tirez sur le pianiste. Fuimos felices todos otra vez... Lucero, que ahora era jueza, nos dio una fiesta soberbia... nos bañamos en champán... Pero había ido por pocos días... tenía que despedirme... me hubiera quedado allí para siempre. Jaume me pedía que me quedara, que su casa era grande y que estaba solo... ¡Ay, Jaume, solos estamos todos!... Rosaura no me dejó salir de Madrid sin un regalo para mi mujer y para cada uno de mis hijos... Hasta Aznavour me pidió que prolongara la estadía. De verdad que con un poquito más de insistencia hubiera soltado amarras y me hubiera quedado en Madrid...
Estoy en el aeropuerto esperando a Jaume, que por fin se ha decidido a venir a Puerto Rico. Rosaura murió hace dos años, el mismo año en que me divorcié. Quiero que Jaume se quede a vivir conmigo, aún no se lo he propuesto... pero he redecorado la casa de la Caleta... contraté un diseñador catalán para que reconstruyera el ambiente de uno de esos palacios de la Vía Augusta... Desde que se acabaron los machos definitivamente, tras la retirada de Saigón debió haber sido, no se ve mal que dos hombres vivan juntos.
El corazón me dice que Jaume se va a encantar, que se va a quedar conmigo... que vamos a ser felices como antes en estos isleños ambientes globalizados, tan politicocorrectos.
© 2002, Antonio Bou
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