20 julio 2002

El chasqui

Cuento

[Ciberayllu]

Antonio Bou

 
Es hora de escribirlo... de que les cuente el cuento del chasqui... Que se nos pasa el tiempo... y es un cuento bonito... que le va a gustar a Domingo, que sabemos que le tocan el corazón las historias de la heroica tierruca.

Este chasqui se llamaba Asterio, pero le llamaré mejor,  por lo diminuto y encogido, Asterito. No era un chasqui propiamente dicho... más bien aprendiz de chasqui... un espontáneo de la plaza empinada del Machu Picchu.

A cualquiera que hiciera la ruta del inca... con la mente clara y el corazón apaciguado, como tiene que ser... a cualquiera que no hubiera tenido reparos en lanzarse, sin santas encomiendas, en balsa, Apurímac abajo... no le presentaría dificultad alguna, ensanchada apropiadamente la planta del pie, conocidos los favores de las hojas de coca, subir y subir sin agotarse, día tras día, por los pocos que el destino le permitió el honor difícil de estar allí. Este día, que era el último, quise quedarme a ver ponerse el sol en las sagradas alturas.

Así conocí al chasqui... Asterito... el pequeño... héroe audaz de la sierra. Estaba yo viendo al sol dejarse tragar por los montes... solo... con unos perros realengos, flacos, amarillos, nerviosos, que olían los restos del último bocadillo. Llegó Asterito cuando caía la noche, se puso a jugar con los perros como si fueran suyos. ¿Son tuyos? Sí, respondió... como si me hubiese referido a otra cosa... porque a las leguas se veía que aquellos canes, o del rey o de nadie.

No hice mal preguntando, se inició una amistad que duró poco, si se piensa en las leyes de Newton... pero si no... como en aquel bolero Contigo a la distancia... que ha sido para toda la vida. El Asterito era la extremada belleza con chompita y poncho y chullo... con cachetes tomate cadmio, unos ojazos más negros que nuestra suerte, y la terrible sonrisa que era atracción desmedida de lo absoluto... no la soñaron ni en fracción los publicistas de pastas dentales.

¡Ah Asterio! ¿Así te llamas? ¿Qué quiere decir tu nombre? No sabía... o me tomaba el pelo allí justo al pie de los templos de la luna y el sol y las estrellas. ¿Has comido? Sí... Seguía haciendo el burro con el perro, y al perro parecía agradarle. Quedaba sólo ahora un perro amarillo amelcochado, flaco como bacalao, baboso, risueño en su miseria, moviendo el rabo a tontas y a locas, feliz de aquellos juegos con Asterito, que les matarían el hambre...

Me entraron reparos de occidental... ¿qué hacía allí yo con el chasqui? ¿no era acaso un menor?... que en esos años, ya por mis politicocorregidas tierras hasta decirle a un bebé que era hermoso podía entenderse como proposición deshonesta... ¡Santo Dios!... que no quería yo pleitos por aquellas alturas... y menos de abuso de menores, como dirían los asertóricos neoliberales que hacen hoy orilla.

La noche se cerraba. Voy a bajar ahora, Asterio, harías bien yéndote con tu padre o tu madre... no está bien que un niño ande solo a estas horas por estos descampados. Iba a darle cinco soles... ¿Dónde está quien te cuida?... Allá abajo, me dijo, en Aguascalientes. ¿Allá abajo? ¿Y qué haces por aquí solo? Quiero ser chasqui... ¿Quieres decir que no hay por aquí nadie que responda por ti?... Mi abuela... ¿Y dónde está tu abuela?... Abajo, en Aguascalientes.

Si quieres... me entripé el corazón... voy hacia allá a patitas, puedes acompañarme. Pues sí, dijo bajito. Iniciamos el serpenteante descenso de Machu Picchu a Aguascalientes metiéndonos en la boca de lobo de aquella noche austral, sin luna. ¿Dónde se mete la luna, Asterio? Me miró desde su lontanáncica bajura y me dijo muy serio: está del otro lado.

Caminamos poco más de una hora sabiendo exactamente a dónde, pero sin vernos... era tal la espesura... sólo nos guiaba el luminoso sendero de la gravilla blanca que bordea el embreado. Fue cuando propuso que mejor bajáramos a campo traviesa... o a precipicio traviesa, si es que así puede decirse. Insistía en que era mucho más rápido. ¡Ni loco! ¿No ves qué oscura está la noche?

Pero era niño, muy niño... y tanto caminar para un crío no debe ser muy sano, me decía a mis adentros, hondamente compadecido por la criatura. Así que lo supe agotado... no puedo más, me dijo... me lo eché al hombro. Otra hora más de camino aburrido, de no verme las manos, y la carga liviana se va tornando pesada... se entumece el cuello y como si te clavaran flechas en la espalda... Allá arriba iba Asterito dormido... recordé un moto que llevaba en la billetera, regalo de una española en Quito semanas antes.

Lo bajé con cuidado que no se despertara, le hice un almohadón con el bulto de mano y lo puse sobre la gravilla... Encontré el moto, aplastado y viejo, pero ahora se me hacía lo más importante y necesario... para poder seguir bajando... que estaba yo también terriblemente agotado. Saco el mechero y nada más enciendo cuando el profundo y dulce olor de la mariguana despierta al Asterito. No fumes eso, dice, eso fuma mi padre y no está bien. Es que necesito ánimos para seguir caminando. Sacó la mano del bolsillo y me dio un puñado de hojas de coca. ¿Qué iba a hacer yo... con el tal preceptor prohibicionista cargando conciencias... sino tirar el moto?... y aplastarlo sobre el embreado.

Mordí unas cuantas hojas y me las puse con la lengua entre el labio de abajo y los dientes, como dicen se hace... Esperaba el milagro... Había que llegar a puerto y entregar el chasqui a salvo. Volvió a insistir que bajáramos por la ladera... ¡el risco, qué ladera!...  Esta vez le hice caso. Comenzamos a bajar a paso lento, tanteando con el pie porque no se veía nada. Iba él al frente, dirigiendo aquella expedición a las profundidaes oscuras de las sombras... aquel viaje al final de la noche... paso a paso... Como ladrones atrapados en una inmensa jaula sin barrotes... descendíamos apenas con pies en la tierra el precipicio.

En un punto escucho un ruido raro al lado mío... ¡Asterito!... Lo pierdo... De lejos oigo una vocecita muy débil. ¿Dónde has ido a parar, Asterio? Aquí estoy, aquí... ¡Ay Dios santo!... Me acuesto boca abajo en la tierra, como pude, sobresaltado miro hacia donde oí que la voz venía... ¡ya te oigo, Asterio... ya te ayudo!... Me doblo por la cintura risco abajo... tiendo las manos tratando de alcanzarlo... Un poco más, un poco más... tengo que agarrarme de un arbusto con la zurda... para no caerme yo también...  Ya me agarra la mano y lo subo vueltos los respiros... ¡Mira lo que ha pasado! ¡Casi te matas!

Regresamos otra vez a la carretera, a bajar otra vez como decía yo que Dios mandaba, especialmente si era tan de noche y no había luna. Asterito, resignado, iba a mi lado mirando el suelo, si es que veía algo... porque era terco... pensaba yo... porque quería seguir corriendo cuesta abajo por la ladera como chasqui... y no me perdonaba la terquedad mía de jodernos por la larga culebra negra que no acababa nunca, hecha no para el hombre sino para autobuses y carros... no para chasquis que dominaban los espacios montescos con velocidades increíbles. Pero no iba a jugármelas, ni loco, ni con todas las hojas de coca del mundo.

Vimos camino arriba el resplandor de los focos de un carro... Me puse en medio de la carretera a esperarlo haciendo señas... porque de seguro no iba a vernos en aquella oscuridad, por más focos que tuviera. Asterito, que ya no hablaba después de la caída, me halaba por los pantalones con violencia intentando sacarme del medio de la carretera... ¡Pero, espera! ¡tranquilo!... que así nos ven y paran y nos bajan a Aguascalientes. Parecía un torito empujándome fuera del centro de la carretera... tanto se esforzó que me hizo caer sobre la gravilla del borde... justo cuando pasaba como endemoniado, sin que apenas lográramos verlo, un autobús. ¡Asterito me había salvado de morir bajando de Machu Picchu!... me tenía... había que respetar al pequeño chasqui de ahí en adelante.

Hay que hacer fuego, me dice, si quieres parar el autobús...  a la vez que iba recogiendo pedazos de leña y amontonándola. Está por pasar otro autobús... el de los empleados del hotel. ¡Hombre, Asterio, pudiste habérmelo dicho antes de que saliéramos! De seguro nos traerían. Me miró extrañado, como si aquéllo no tuviese importancia... ¿Lo estaba entendiendo? Para bajar no hacía falta el autobús... había que bajar como el chasqui... como él hubiese querido...

Hicimos el fuego justo cuando vimos a lo lejos el resplandor de los focos del segundo autobús... y dio resultado. Se detuvieron, nos dejaron montarnos... Todos los empleados del hotel, camareros la mayor parte, conocían a Asterito y él los saludaba mostrando tal curiosa madurez que los hacía burlarse... ¿En qué aventura andas, chasqui? ¿Quién es tu amigo?... Yo no sabía cómo subir la vista, sentía el sudor bajarme por detrás de la oreja... ¡Qué vergüenza! ¡Andar un hombre hecho y derecho perdido en la noche con aquella criatura!

Llegados a Aguascalientes, nos bajamos frente a la estación del tren. Tenía hambre y le dije a Asterito que se sentara conmigo en una mesita de uno de los pequeños quioscos... Ven, ¡a comer!... antes de irte a casa. Le compré una Inca Cola que le hizo abrir los ojos como nunca habíaselos visto. Allí a esa hora para comer sólo había truchas fritas. ¿Quieres trucha? Me contestó que sí sin palabras ni sonrisas... puro ojos. Pedí dos truchas que no tardaron porque ya estaban fritas. No había echádose al cuerpo dos bocados cuando lo veo como transfigurarse... Salta que tumba la silla... sale corriendo por el medio de la vía... lo sigue una vieja blandiendo una escoba como para pegarle... y se pierden los dos en la oscuridad del fondo.

¡Pobre Asterito! Es la abuela, me dice la dueña del quiosco, que lleva toda la noche buscándolo. Le conté que lo había encontrado frente al hotel de Machu Picchu y que habíamos bajado juntos. La mujer lo conocía, como se conocen todos en Aguascalientes. Me contó que el padre de Asterito había una vez trabajado de camarero en el hotel... pero que iban meses que había desaparecido... que la abuela se había hecho cargo del niño... que era una buena mujer... aunque algo bruta... que mandaba al niño a la escuela... que Asterito estaba en primer grado en la escuelita al lado de la iglesia...

Terminé mi trucha... y parte de la que había dejado Asterito... me bajé dos Cusqueñas... pagué y me fui al hotel sin dejar de pensar en el pequeño chasqui maravilloso al que le debía la vida. No podía dormirme... tengo que hacer algo por esa criatura... pobrecito...

Al otro día me iba en el tren de la tarde... quizás para no volver nunca más... ¿Qué iba a ser de Asterito? Me levanté temprano y fui a la escuelita, pregunté por el aula de primer grado y me señalaron un gran salón lleno de chiquitines muy parecidos todos. Hablé con la maestra. Le dije que venía a rendirle honores a un chasqui heroico que me había salvado la vida. Asterito estaba de penitencia mirando a la pared. Hoy no ha querido trabajar... ni hacer siquiera el dibujo...

Le pedí permiso a la maestra para hablarle al niño... lo libré del castigo. Me senté junto a él en una mesita y le hablé muy bajito preguntándole por la tarea que tenía que hacer. Era una cara, un rostro que había que dibujar y ponerle los ojos, las orejas, la nariz, la boca... Todos los niños habían terminado. Ven, le dije, vamos a hacerlo nosotros... y en un segundo dibujó un rostro fabuloso... ¡Mire, maestra, mire, Asterio ha hecho el trabajo! dijo una compañerita que nos había estado observando...

Le pedí permiso a la maestra para hablarle al grupo. Improvisé un pequeño discurso donde les explicaba a los chicos como contaban con un héroe entre ellos, con todo un chasqui que me había ayudado a bajar la montaña... y que además me había salvado la vida... Les pedí un aplauso para Asterito... La maestra se emocionó y le dio, entre lágrimas, un beso al chasqui.

Antes de irme, hablé con la maestra que me había parecido mujer de buen corazón. No sabía yo qué podía hacer por aquel niño... Me quedaban cien pesos... y alguno que otro cambio en soles... Ingenuamente pensé que dándoselos a la maestra para el niño podía servir de algo. Me fui de allí triste... pero también alegre por haber conocido al chasqui heroico de Aguascalientes.

Y ya les dije que se pasa el tiempo... que era tiempo de contar este cuento... Estaba ayer sentado en mi escritorio mirando el techo, lo que suelo hacer todos los días en este trabajo poco exigente que me he echado encima... ¡hay que vivir!... ¡hay que ganarse el pan!... Me avisa la secretaria que alguien ha venido a verme. ¿Quién?... Y me pareció escuchar Asterio... ¿Quién?, pregunté otra vez.... ¡Sí, sí... hagalo pasar!

Se abre la puerta y entra este elegante caballero enjuto del que no reconocí más que los ojos grandes... Sonrió... ¡Asterio, Asterito! ¡Cómo pasa el tiempo! En el abrazo saltaron las lágrimas... ¡Era el chasqui!... ya hecho un hombre... lo tenía en mis brazos...

Los cien pesos habían servido para que la maestra le montara a Asterio un pequeño negocio... una tiendita para vender efectos escolares... Y le había guardado las ganancias que fueron acumulándose y creciendo. El chasqui ahora era ingeniero eléctrico, acabado de graduar en el Colegio de Mayagüez. Había vivido cinco años en Puerto Rico, y me había estado buscando... aún sin saber mi apellido. Me había encontrado por su novia a la que le contó de mí... y ella, atando cabos... milagrosamente... había recordado a un amigo de su padre contar hace muchos años de una aventura con un pequeño chasqui que le había salvado la vida.

Antes de irme quería verlo... me vuelvo al Perú mañana... Acabo de casarme, mi esposa está afuera esperándome... ¡Por favor, hazla pasar!... Entra la más hermosa princesa rubia de ojos como el mar... hija de la montaña, del Lares legendario de la patria... ¡Esta hermosura vas a llevarte, chasqui!  ¡No es justo que se vaya de esta tierra!, le recriminé sonriente...  Así es la vida, dice ella con dulzura...  Salimos a cenar esa noche... celebramos aquel sorprendente reencuentro...

Esa noche me dormí pensando en las asombrosas maravillas del mundo... en aquel mensaje que había traído el chasqui... y en la princesa inca que tengo como nieta... y lloré como un niño...

Aquí le va a Domingo, mi hermano del Perú, este humilde recuento.



© 2002, Antonio Bou
Escriba al autor: [email protected]
Comente en la Plaza de Ciberayllu.
Escriba a la redacción de Ciberayllu

Más literatura en Ciberayllu.

343/020720