Bitters

Cuento

[Ciberayllu]

Antonio Bou

 

Ayer, Mingo, estaba yo en La Torre Inclinada tomando las cinco con Nadia, una religiosa que no tiene importancia, como sacada de uno de esos mamotretos surrealistas ilustrados con fotos. Tarde apacible, a pesar de la concurrida marcha de los ministros pacifistas y los curas protestantes, palos les den, donde no otra cosa hubiera podido hacer si no queríamos quedarnos en casa.

No sé ni por qué voy a describírtela, una mujer con la que si mi mujer me viera en un té danzante tomándome una copa, hallaría veinte razones para excusarme. Según Froilán, si la retratas en colores sale en blanco y negro. Toda lápiz y crayón teléfono subido, recubierto en pardos el infausto esqueleto, con cilicio, de los que hacen al monje.

No sé qué le has visto, apunta en susurros Froilán. Nada le he visto, ¿qué, sentarme con quien me dé la gana a darme un bitter no entra en el juego? ¡Cojones, déjame a mí!

Vargas, el orgulloso propietario, se arrima por los cumplidos de la Torre, o quizás sólo a echarle el ojo al espantajo que he traído, por si alguna vez se le ocurre venir sola. Nada, que todo tranquilo, Nadia le pide a Vargas otra copa de ajenjo y ya le enseña la pata de que cojea. Yo, feliz, sorbiendo paso a paso el bitter. Mandan a Froilán a traernos el Pernod de la novia de Bretón. No derrama una gota, ahora sí, trae el porte y la mirada confundidos, con tanta intensidad como si llevara capa y sintiese los colmillos alargándosele como en las películas de miedo. 

No me importa un carajo, estoy tranquilo, ya te he dicho, tomándome mi bitter que no le debo a nadie, ejerciendo mis derechos. ¿Quién va a decirme con quién me siento en un café? Miro pa'l otro lado. Vayan Froilán y Vargas a la coña, soy un hombre libre.

Ahora Nadia se retoca el maquillaje. Se mira en un minúsculo espejito y algo ve que no le gusta. Se levanta, va al ladies. Aprovecha Froilán para venir a preguntarme si quiero otro bitter. Aunque quiero otro bitter, le respondo que no quiero otro bitter. A todo esto, sigue con el desajuste de configuración que advierto aunque no me explico. Más allá, Vargas, que seca copas, no deja de mirarnos. Me recuerda Froilán que es jueves de estrenos. Sí, ¿y qué? Que empieza una de Bruce Willis.

Nadia, por Antonio BouVamos mañana, le digo, pero le disgusta no poder verlas el día en que las estrenan. Mira, tráeme otro bitter, y si tienes papitas... Vargas, que sigue secando copas, se pone rojo, quizás efectos de la fuerza de concentración con que trata de enterarse de lo que hablamos. Ahí está el káiser, bisbisea el camarero, cuando está aquí no se puede trabajar. Le hago un chiste que me hicieron esta mañana en la barbería. El de la monja que se cayó por la escalera... Se siente obligado a reírse. La señora de la mesa de al lado, única otra cliente a estas horas, lo llama.

Después de las celebraciones del quinto centenario y de la campaña pro olimpiadas, no parece haber en este país nada que entusiasme más a la gente que un estreno de Bruce Willis. Eso tiene bueno Nadia, nunca la he oído hablar de cine, ni queriendo ir al cine. Parece sacada de una edición en rústica de Rayuela, una Maga sin masas, sin recuerdos y sin historia. Parece que desapareció en el ladies.

El bitter número dos y las papitas, potato chips les dicen. Al tolondro se le ocurre entablar conversación, aún cuando ve que Vargas vigila y que Nadia ha ido al baño. Quien interrumpe es la señora, que quiere la cuenta. No, no es un café y cuatro sambucas, sólo he tomado dos sambucas. Viene Vargas y se arma el fox trot. Insiste Froilán en que son cuatro. Cuatro. Dos. No voy a pagar por lo que no consumo.

Nadia no sale del ladies, no que me preocupe en demasía, pero algo habrá pasado. ¿Estará enferma? El altercado en la mesa del lado se enviolenta, la señora casi tumba la mesa al levantarse, y casi tumba al pobre Froilán que insiste en la terquedad de los cuatro sambucas. Si yo sé que han sido dos, si él lo sabe, pero no me voy a meter en eso. Paga la mujer, no sin antes llamarles ladrones.

Nadia, Nadia, acaba de salir de ahí, mujer de Dios. ¡No te habrá dado por morirte! ¡Ay, si se muere, qué espectáculo! Me lo imagino todo. Primero la policía. Luego las cintas amarillas y la encerrona en La Torre Inclinada hasta que llegue la orden del fiscal para autorizar el levantamiento.

Mientras divago, se forma otra. Como les parece que están solos a Vargas y a Froilán, porque Nadia no cuenta, ya te la he descrito a la infeliz, y arriba, está en el ladies, se arma tremenda discusión entre amo y criado digna de cualquier tratado sobre lucha de clases. La revolución en La Torre Inclinada, se titulará el referido estudio sobre las relaciones obreropatronales.

El tema de la discusión gira en torno al estreno de Bruce Willis. No presto mucha atención, aunque difícil no enterarme. Se trata, a lo que a claras luces parece, de una vulgar garata entre maricones. Ni pensar que fueran a salir las pistolas o que acabaran a cuchilladas, menos después de la toma definitiva de San Juan. Pero algo así ocurre, Vargas tiene en la diestra el cuchillo cebollero. El diablo empuja, dicen, pero no voy a meterme, aquí no pasa nada, cosas de maricones, celos, sabrá Dios que se traen estos loquibambios.

Nadia desaparecida en el ladies. Froilán al borde de ser degollado por el celoso patrón... Me saca del total aburrimiento combativo grito: ¡Ni una bomba más! Una explosión sacabuches que nos barre.

¡Me caso en mi estrella! ¿Quién iba a decirme que acabaría víctima de un acto ecuménico de desobediencia civil?


Comentario privado al autor: © Antonio Bou, 2000, [email protected]
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