AquíCuento |
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Antonio Bou |
«Lo que no está aquí no está en ninguna parte»
Proverbio hindú
l verano ataca aquí inmisericorde. No se mueve una hoja. Los líquidos del cuerpo se desgastan sin más advertencia que el colapso. Desde temprano en la madrugada comienza la guerra. La cama amanece encharcada, sucia. El agua que sale por los grifos chorrea lenta y parda, incapaz de refrescarnos lo suficiente. A las seis ya no resisto más y salto desnudo a mojarme con el agua sucia con olor a cloro que nos envía el acueducto. Hay que prepararse para la misma mierda de todos los días. Hay que trabajar para poder pagar la renta de este cuchitril y las mensualidades infinitas del maldito Toyota que nunca prende a la primera. No hay calzoncillos limpios. Nunca me acuerdo de lavar los calzoncillos. Nunca me acuerdo de lavar nada. Camisas siempre encuentro porque una mujer me las trae lavadas y planchadas cada semana. Hay que trabajar también para pagarle a esa mujer y que haya siempre camisas limpias. Las camisas se ven. Hay que impresionar de alguna manera.
No odio esta vida. Me asombro, pero a veces me cojo soñando despierto con la playa, la brisa fresca, una hamaca de cordoncillo, una limonada... Por esos sueños descubro que no odio la vida de por sí. Me veo en el espejo empañado por el vaporizo que levanta el agua caliente aún al salir sin fuerza. Siempre sale agua caliente en las mañanas. Me seco. Si no te secas bien comienzas a sudar como un desesperado inmediatamente que sales del baño. Si no te secas bien, especialmente entre los dedos de los pies y la entrepierna, los hongos se reproducen sobre tus partes más delicadas y te producen picores y ardores terribles. No me gusta particularmente mi cuerpo. Saco la mágnum de la gaveta de la mesa de noche. Me gusta mi mágnum. Dura y fría. La acaricio. Me visto de prisa. Salgo. El Toyota tiene aire acondicionado todavía, un infiernillo, pero con aire acondicionado.
Siempre se me adelanta ese hijo de la gran puta. No sé de dónde habrá sacado la licencia. Huele a cloaca desbordada por aquí. El aire del Toyota está malito, tarda en enfriar, tarda demasiado. Ahí va el cabrón jodiendo de un lado a otro en su puta pick-up de mierda para no dejarte pasar. Y pisando huevos. Lo que me tomaría tres minutos me toma quince con este cabrón al frente. Parece que le gusta la peste a mierda que adorna este tramo del camino. Se regodea sin ninguna prisa, y que se joda el que va atrás. Lo voy a matar. A ese viejo hijo de la gran puta lo voy a matar. No lo digo en broma. Alimañas así hay que exterminarlas para hacerle un bien a la humanidad.
Saca Henry la mágnum y le apunta al viejo que conduce su pick-up delante de nosotros. Dispara. Advierto ahora que Henry no bromeaba. Nos bajamos a ver qué pasa. El viejo está muerto, no cabe duda, bien muerto. La bala le entró por la nuca y le explotó la boca. Alguien tuvo que haber llamado a la policía o los maricones estaban velándonos. También alguien tuvo que haber llamado a la ambulancia. La sirena no tarda. Se ha convertido nuestra vida en un proceso. No sé qué pensará Henry. Ya lo llevaron bajo arresto. Voy yo ahora en el Toyota. Sin mucha prisa. Pensando. Voy a buscarle un abogado a Henry. Alguien tuvo que avisarle a los periódicos. Esta mañana salimos todos en la primera plana, el viejo hijo de la gran puta de la pick-up, Henry, los dos guardias y yo. Tuvo que haber habido allí un fotógrafo, alguien tuvo que haberle avisado. No me voy a creer que nos vigilan siempre. Como creería cualquier otro mucho mas lógico y sensato que yo, alguien como Henry.
Llego a la calle trece, hay parquin. A mi lado se estaciona un carro negro grande. Algo así como un Continental o un Newyorker. Se bajan dos señores muy bien vestidos y bastante sonreídos como para que me parezcan simpáticos. Quieren que suba con ellos al Newyorker negro. Comienzo a pedir explicaciones, pero no resultan tipos de dar explicaciones. Aún así no me da miedo. Ya no le tengo miedo a nada.
Resulta que al viejo hijo de la gran puta lo estaban velando estos señores. Ellos habían llamado a la policía y a los periódicos, habían traído al fotógrafo, habían hecho además que nos hicieran famosos poniéndonos en la portada de los periódicos. Quién iba a decirlo, con nuestro habitual low key. Ahora quieren encargarse de la defensa de Henry. Hombre, que no salen mal las cosas. Yo no pregunto, yo el mono sabio. Claro, que no todo está tan claro. Parece que no les interesa que yo ande por ahí contando sobre el accidente. Mejor que me calle, que no diga nada, pero a la cañona, una oferta de esas que hay que aceptar. Traen un guardaespalda que me rompe la boca de una bofetada. Tú te quedas aquí. Me quitan toda la ropa. Me encierran en un cuartito oscuro sin apenas ventilación. Dicen que me conviene. Bien, pues me conviene. Quisiera que viniera Henry ahora a sacarme de aquí. ¡Henry!
Nunca me las vi tan feas, ah, pero al cabrón viejo le di su merecido. Aunque no haga nada más en la vida, con eso me basta para ganarme el cielo. Me llaman, me van a soltar, debe ser Nicky que ha hecho por fin algo. Me están esperando estos dos tipos que no conozco. ¿A mí? Hay además gente de la prensa, camarógrafos de la televisión, gente de la política, el alcalde, la mujer del alcalde. Ni puta idea de qué pasa. Pero bueno. Mejor afuera que adentro.
Los dos hombres me flanquean y protegen de los periodistas y los fotógrafos. No quieren que diga una palabra de nada. Peor que allá adentro. Pregunto por Nicky. No saben quién es Nicky. Me encojono y les tiro un golpe pero no me puedo soltar. Ahora un gorila me dobla el brazo hacia atrás. El hombre que golpeé sonríe. Se arregla la corbata. Al otro no lo toqué.
Llegamos a una casa en un barrio fino. Una mansión de ricos, pero no tiene muebles. Hay varios dóbermans sueltos. No tengo problemas con los perros. Me gustan los perros, pero éstos no me brindan confianza. Vas a firmar algo importante que quieren que firmes. No lo leas, no vale la pena ponerse a leerlo ahora.
© Antonio Bou, 1999, [email protected]
Ciberayllu