29 junio 2006

Aire

Cuento

[Ciberayllu]

Antonio Bou

 

Cuando trajeron el cadáver de Nicolás… me equivoco, que lo trajeron vivo pero inconciente… en coma… con los ojos grandes muy abiertos… en blanco… fui con el viejo al hospital. La vieja no pudo vivir la experiencia que dicen la más horrible para una madre… o quizás, si hay otra vida, allá se encontrarían… Pero el viejo no se libró de la identificación del cadáver… ya lo he dicho, no era cadáver… aún. El viejo tendría sus débiles esperanzas… no lo culpo… no se rindió tan fácil. Nicolás era su hijo predilecto… nunca lo dijo, pero siempre tuve la sospecha.

No sabés cuántas llamadas hubo que hacer y cuántos relevos, papeles y documentos de todos los colores hubo que firmar… ¡y nada!… Lo peor que se podía hacer, dijeron los médicos a coro… o no a coro… perdoname el estilo… pero los médicos siempre hablan a coro… como si se hubieran puesto de acuerdo… ¿No los conocés bien? No hay diagnóstico oficial que no tenga que ver con el tabaco… o con el humo del tabaco… Les dio con que en el hospital iba el muerto… que aún se contaba entre los que nos contamos los unos a los otros.

Era cierto… se contaba entre los que sacamos otro tipo de cuentas… los que todavía nos excitamos, quiero decir que se nos para llegando la ocasión… o sin ocasión ni razón, discurrí, por el mero respirar cerca de donde se abra una rosa o cualquier capullo perfumado… e iba a estarlo mejor mi hermano allí, donde se contaba con el equipo técnico y profesional, según las palabras del médico, que no había en casa… ¡Imagínese si surge una crisis a media noche en su hogar!, decía… ¿Cómo va a resolverla?... ¡Quizás no haya tiempo de llamar una ambulancia! ¡Cuánta responsabilidad!

No se olvidó el facultativo de ponderar el aire puro, el oxígeno neutro y estéril… con lo que corroboré que estaba pensando en la contaminación del humo del tabaco… tan abusado y mal visto… ¿Usted o alguien en su familia fuma?, se atrevió a preguntar… ¡No!, afirmó el viejo con cría y agallas, a pesar de que sabemos que por lo menos dos cajas al día… Se necesitaba la tenacidad de un andinista como el viejo para escalar aquella cumbre, y, por supuesto… la caja de cojones… Estaba yo a mis diecisiete años con los ojos más abiertos que Nicolás…

Veía al viejo crecerse… pura voluntad que no iba a vencer ninguno de los que suciamente se le oponían jugando con sus más nobles sentimientos… ¡Qué macho mi padre!... Nicolás seguía respirando… quizás lo único que esperanzaba al viejo… ¡y sí respiraba!… le subía y le bajaba con dificultad la caja del pecho aunque estuviera de un verde amarillento… de un verde sucio… ¡él, que siempre era el más pulcro y prolijo con su persona!... que brillaba de limpio, bien peinado y mejor vestido… siempre mejor que yo que era largo y feo, flaco y descuidado… y lo sigo siendo.

El viejo tenía contactos… amigos y conocidos… movió cuanta palanca pudo pegado al teléfono… violó las leyes y reglamentos que hubo que violar… pasó como padre irresponsable y desconsiderado, hombre egoísta y cruel, ciudadano detractor y enemigo de la mirada médica… ¡Ah, pero cuánto lo admiré y respeté desde esa noche!... Se me presentaba en la imaginación como caballero andante… como superhéroe… así llegué a quererlo, porque no es tan sencillo empezar a querer a tu padre… Casi al salir el sol llegábamos a casa con el cadáver de Nicolás… que ya se sabe… que lo era y que no.

Nicolás había sufrido un accidente fatal… en la curva del Normandie… Salió con el hijo del vecino que estrenaba auto nuevo… un Corvair… demasiado estrechos de tren… demasiado parecidos de nombre a las Corbetas… pero con motor trasero… Lo que lo mató fue la agarradera, ese salvavidas, que se le incrustó en el cráneo… aún tiene la señal… Aún respira… El viejo lo vela… lleva tres noches sin dormir, al lado del cadáver… Le pasa pañitos húmedos por la frente, le pone compresas… lo baña, lo cambia… no deja que nadie lo toque. No ha vuelto a llamar al médico.

Resultaba milagroso que Nicolás respirara. No hay esperanzas… pero el viejo sigue firme en su puesto… serenísimo capitán… hasta que Nicolás expira en sus brazos… Sólo queda llamar a los de la cochería y hacer lo que se hace… escoger el ataúd, ir al cementerio, enterrarlo… Murió tempranito en la mañana del sábado… esa misma tarde lo enterramos. Como era de esperarse, no fue tanta gente al entierro, no avisamos a nadie… se corrió algo la voz por el vecindario porque vieron llegar el coche fúnebre a buscarlo… algo inevitable… pero no pusimos esquelas, ni salió nada en los periódicos.

En la escuela no se supo hasta el lunes. Las monjas ofrecieron una misa, no nos opusimos… Tuve que asistir yo, porque fuimos todos los de la escuela superior… yo estaba en cuarto año, Nicolás en tercero. En la misa, un compañero leyó un discurso preparado por el principal de la escuela. Aprovechó el cura para echar un sermón contra el alcohol y la nafta. Algunas niñas impresionables llegaron al llanto… los amigos de Nicolás me chocaban la mano poniendo no muy gratos gestos de tristeza y condolencia. Igual los maestros y la secretaria… las monjas no me dijeron nada…

Así fueron la muerte y las honras fúnebres de mi querido hermano Nicolás… según recuerdo… ¡no derramé una lágrima!

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© 2006, Antonio Bou
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Para citar este documento:
Bou, Antonio: «Aire. Cuento», en Ciberayllu [en línea]


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