Agapito Maravilla, free-lancer

Cuento

[Ciberayllu]

Antonio Bou

 

Este cuento, como todo los cuentos, es obra de ficción. Sin embargo, lo que se cuenta en este cuento se dice que pasó en realidad.

 

No se llamaba Agapito Maravilla, quiero decir, que no se apellidaba ni apedillaba Maravilla. Tampoco se apelaba Agapito. Se hizo famoso no en tiempos de España sino en tiempos del Mulo, que así le decían de cariño a don Calvino, hasta que se lo creyó. Se lo tomó tan a gusto que ahora hasta se firma el Mulo.

Hablo del don Calvino que fue gobernador de la ínsula, esa obsesión sanchopanchesca que a tantos tienta. De más nombre, Calvino Robespierre, y no otras yerbas, y de madre (con todo respeto), Bayoán. El Mulo que rigiera nuestros destinos con voz pero sin voto tanto en Buenos Aires como en Washington. El Calvino Robespierre Bayoán que comparte iniciales o siglas con la cárcel donde cumplí mi tiempo, CRB, Cárcel Regional de Barataria.

Sita en Barataria Oeste, la ciudad vaquera de los compromisos y los rodeos, que como a pueblo de vaqueros no le falta cárcel. Allí dicen que le limpiaron el pico a Agapito Maravilla, que lo malo de Barataria Oeste no es que llueva todos los días. Sobre eso de que lo mataran para que no hablara hay sus dudas, hay quien jura que el muchacho nada más entregó el equipo y que lo mandaron para otro punto unos masones, como ése que le salvó la vida a Maximiliano. Pero vamos a la historia.

En tiempos del Mulo, mientras los gauchos cantaban las videlitas, apareció Agapito por los campos de la Uibi, a.k.a. U.I.B., o a la completa, Universidad de la Ínsula Barataria, casa de los saberes, panadería de estudios (donde se reparte el pan de la enseñanza). Fundada sabe Dios cuándo, institución tan llevada y traída quiere, pero qué niña, hacerse pasar por la primera universidad baratariense.

Llegó el Agapito muy simpaticón y torerillo, sonriente y encapullador, tanto o más que encabullador, echando flores a diestras y siniestras, que se decía el cabroncete, poeta. ¡Ah las mujeres que se echó al bolsillo, que ya se sabe como seducen los versos a las débiles, tanto o más que la gasolina! Se habla de una (la pobre ya difunta a causa de una bala perdida en uno de esos encontronazos entre estudiantes y policías), que coleccionaba las creaciones del Agapito, quien las eyaculaba en endecasílabos y en bastante honrosos alejandrinos.

Una tardecilla, la recopiladora ciega leía a la luz de un candil apagado. Le entraron las sartreanas, se tomó un descanso, abrió la ventana, asomó la cabeza buscando aire, y aquella bala del corrido atravesó su corazón... En la mesita dejó la adorada carpeta donde atesoraba los versos del free-lancer poeta del que les estoy contando, carpeta en cuya portada se apreciaba, en gótico florido, el nombre de la lírica bestia: Agapito, y el número, que otra tarde se lo había copiado en una de esas index cards.

No sólo llevaba a las chicas a la muerte este poeta, free-lancer seductor de campeonato de tiempos de don Calvino Robespierre. A los chicos también, que versátil el hombre para sus cosas. Usted sabe cómo los versos tiran de los jóvenes, los estusiasman más que el enrole, los hacen hacer cosas nunca vistas.

Se halló, no sabemos exactamente cómo, Agapito Maravilla otra tarde fresquita en medio de una de aquellas células famosas que se organizaban para leer El Capital, mágnífico libraco que tantos papagayan hasta la náusea sin haberlo leído. Estaban de moda aquellas células en aquellos tiempos, no había gato que no estuviera en una, porque se veía fea la ignorancia en universitario y, para colmo, revolucionario, por lo que pasaban todos los que les cuento en los días aquellos de que les estoy contando.

En la célula se buscó dos cuates, los más cuates que se pudo encontrar, y les propuso crear una subcélula para ir ya comenzando el paso de la teoría a la acción política. Los dos cuates, muy niños ellos, no eran cualquier cosa, llevaban sangre de muy conocidos narradores y dramaturgos isleños. Ante todo, tenían unas ganas tremendas de hacer algo sonao para salir de aquel atolladero en que los habían metido las aburridas teóricas divagaciones marxistas.

Se le ocurrió a Maravilla, que así era el apellido de Agapito, proponer volar la principal torre de comunicaciones del la Ínsula Barataria, un día de la Constitución, que es también el día en que se celebra por algunos el triste desembarco del pirata Miles. No sabemos cual de las dos fiestas, si alguna, se proponía celebrar con la voladura. Muy buena idea, se dijeron los inocentes, y manos a la obra. La torre estaba localizada en el cerro Maravilla, de donde Agapito adquirirá nueva carga semántica para su apellido que ya le venía cargado a causa de sus maravillas poéticas.

Acompañados por Agapito, el free-lancer de las revoluciones, quien portaba una sin inscribir —muy dispuesta, se dice, al fogonazo—, salieron con su equipito, y creo que no llevaban mucho más que unas cajitas de fósforos. En Barataria del Sur, o por allí cerca, hallaron un chofer de carro público, quien a la buena o a la mala los subió al cerro. Allí fue Troya, para contar lo que pasó allí hay que cambiar el tono, pero antes, déjenme darles unos detalles.

El Agapito, muy dispuesto a relacionarse con todo el mundo, se las había arreglado con la policía, con los que también asistía a una celulita donde para congraciarse les cantaría aquello de Noche de rondas (que dicen que también, como perfecto free-lancer, cantaba medio a lo Negrete). Nunca se supo si en esta otra celulita fue Agapito el que propuso proponer en la célula de la Uibi lo de volar la torre. Hay quien dice que la idea salió de bien adentro en la Bastilla, y otros que si de más arriba, que si Robespierre quería darles a los muchachos un escarmiento, usted sabe, cosas que se dicen, que si patatín, que si patatán. Pero lo cierto es que al Mulo nadie le pudo probar nada, y después de terminar su incumbencia lo montaron en unos cuantos sillales electivos de mucha envergadura.

Y aquí va lo feo. El hijodeputa free-lancer llevó a los dos niños al rancho donde los estaban esperando los cangrimanes de la policía. Allí los aniquilaron a los dos muchachos. Les metieron balas y balas y al final les propinaron un par de aquellas tipo Fidel-63. Luego salieron fotos del ritual sacrificio, dos niños de rodillas pidiendo clemencia. Luego llegaron las subsidiarias espilberguerianas de Hollywood para hacer una película. Contrataron al cubanito ése Chincho Malpaso, que se lució de guapo, con anacrónicos guayabera y panamá. Y aquí lo dejamos, no vaya a ser que haya un free-lancer por ahí velando.


Comentario privado al autor: © Antonio Bou, 2000, [email protected]
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