(José María Arguedas) |
¿Qué es Jauja, qué es nuestra ciudad, nuestra tierra, qué encanto tiene que despierta en nosotros este amor, esta nostalgia cuando estamos lejos, esta ternura cuando pisamos su suelo, cuando nos inunda su cielo azul? ¿De dónde proviene esta extraña alegría que nos hace regresar una y otra vez
Decía nuestro Clodoaldo que Jauja era una ciudad paisaje1. De ahí que los jaujinos quedamos ineluctablemente vinculados a ella. Que terminemos siendo uno solo con esta ciudad, con sus alrededores, con la rica cultura de sus distritos. Que amemos la vida, y la alegría, que orgullosamente seamos "el fiestero más incorregible de Junín"2.
Y en esta alegría se expresa nuestro espíritu mestizo. Nuestras fiestas no son indias ni españolas: son mestizas. Porque pese a ser una ciudad antigua, centro político del reino Xauxa primero y una de las primeras ciudades españolas después, Jauja fue siempre un crisol de culturas, un espacio generoso que a través de los siglos supo acunar la diversidad que recién hoy experimenta nuestro país en su conjunto.
¿Fue tal vez esa misma alegría, la forma cómo se goza, cómo se ama, se danza, se canta, se toca los instrumentos, se escribe un poema o un cuento, se recoge una leyenda, o fue tal vez esa peculiar armonía que el hombre del valle ha podido establecer con la naturaleza, la que ha hecho que la historia de Jauja sea también una historia peculiar?
No intentaré hacer un recuento histórico. Decenas, si no centenares de investigadores, principalmente jaujinos, han abundado en nuestras fuentes pre-hispánicas y en los primeros siglos de nuestra historia. Intento sólo dar algunos elementos que nos ayuden a vislumbrar un futuro de bienestar para nuestra tierra, para sus hombres y sus mujeres, y a entendernos mejor a nosotros mismos como participantes activos en la construcción de nuestro país.
Como sabemos, desde hace muchos años, a causa de la política colonial, en Jauja casi no se habla el quechua. Sin embargo, el mestizo jaujino, a despecho de la vinculación lengua-cultura, que ha sido común en la historia de la humanidad, no perdió sus tradiciones y sus fiestas, no se desarraigó. Por el contrario, a través de los años, con un vigor inusitado, las preservó y enriqueció.
José María Arguedas, que estudió profundamente al hombre de nuestro valle, señala que las instituciones coloniales que los conquistadores españoles establecieron, como el pongaje o el yanaconaje, y que persistieron bajo la forma de haciendas semi-feudales, fueron casi inexistentes en el Valle del Mantaro, a diferencia del sureste del Perú donde encontramos gamonales de horca y cuchillo hasta los tiempos de la Reforma Agraria3. Esta característica resalta más aún en el caso de Jauja, que fue una importante ciudad colonial. La ausencia de minas y de la explotación minera colonial constituye un elemento adicional en la conformación de la estructura social de nuestra provincia.
El proceso de integración y movilidad social fue particularmente acelerado. Por ejemplo, ya en la primera mitad del siglo XIX en Jauja se habían comenzado a difuminar las diferenciaciones civiles. Así, en un documento notarial de 1846, el Fiscal de Jauja Ilario Lira señalaba que era imposible demostrar la "calidad" de muchos que de "indíjenas" habían pasado a ser "castas", es decir, ciudadanos con derechos4. En otras palabras, una alta movilidad social -fomentada hasta por pérdidas de archivos parroquiales- iba configurando un sujeto social más integrado, en una sociedad aunque todavía dividida, menos fragmentada.
Ya en las primeras décadas de este siglo prácticamente no había grandes haciendas en nuestro entorno. Y el pequeño propietario rural comenzó a convertirse en el gran impulsor de la economía. Por otro lado, habían llegado a Jauja un conjunto de comerciantes europeos que no sólo dinamizaron la economía regional, sino que también incorporaron a Jauja su bagaje cultural5.
Mientras tanto, adquiría fuerza un enorme contingente creador: escritores y poetas, pintores y músicos, comenzaron a multiplicarse iniciándose así una larga y felizmente duradera tradición cultural.
Con la construcción de las vías de comunicación también las ideas comenzaron a intercambiarse profusamente. A despecho de las diferenciaciones políticas del siglo pasado donde principalmente los intereses de grupos económicos alineaban a los partidarios de uno u otro caudillo, toma fuerza la lucha de las ideas dentro del país que se iba transformando en su conjunto, con la aparición de la industria. Así, en 1913 se creó la primera organización obrera de Jauja, de orientación anarcosindicalista. Y en los años veinte tenemos una profusa contienda política incluyendo a los sectores campesinos, cuyas comunidades se ven fortalecidas a la luz de las nuevas ideas6.
Poco después, la crisis que la economía mundial sufrió en la década del treinta también golpeó al pequeño emporio comercial que se había montado durante varias décadas, y que había logrado impactar en la economía regional. La nueva economía requería saltos que nuestro status apacible y sereno no fue capaz de dar. Y en los años cuarenta a sesenta toda la región cambió. Se dio un crecimiento urbano enorme y la comunicación ciudad-campo transformó totalmente la fisonomía de nuestro valle7.
En los últimos cincuenta años el Perú en su conjunto se convertía de país rural, con un 65% de pobladores viviendo en el campo, en un país con una aplastante mayoría urbana, que sobrepasa el 70%.
En todo este período, mientras en otras provincias de la región la riqueza material iba aumentando, nosotros creábamos escuelas. Y los profesionales -particularmente los maestros- fueron el elemento más dinámico en el desarrollo cultural de nuestra provincia. Como lo han reconocido muchos investigadores, Jauja y sus distritos dieron verdaderos saltos en lo que a educación se refiere, transformando en ventaja la adversidad. "El cholo del valle, instruido, pionero del progreso, trabajador -escribe Alejandro Contreras Sosa- ha logrado la luz en sus manos, y con ella su liberación..." 8
Siempre nos hemos reconocido como ciudad mestiza. En los últimos años se ha escrito mucho sobre la validez o invalidez del término mestizaje. De hecho, frente a un país tan diverso como el nuestro, toda la terminología tradicional se ha ido relativizando. No obstante, podemos intentar algunos elementos que nos ayuden a entendernos. A partir de nuestra experiencia de ciudad mestiza por excelencia, podemos dar al término mestizaje el sentido del enriquecimiento, no de la aculturación. El diálogo entre diversas culturas, no la confrontación. De hecho, Jauja fue capaz de aceptar los matices, de viabilizar los intercambios de los hombres que a través de varios siglos poblaron su suelo. El sincretismo, como lo denominan los antropólogos.
Uno de los discursos más difundidos para buscar la identidad es el que se refiere a "nuestra raza". No obstante, en Jauja, como en el Perú todo, no existen las razas. En general, y por definición, la raza no existe. El español que vino al Perú tenía más de árabe y judío -es decir, de africano- que de visigodo europeo. Y cuando llegó al reino Xauxa se encontró con una etnia enfrentada al imperio quechua. En realidad, el racismo inventa la raza para preservar la discriminación de uno u otro lado. Bajo argumentos supuestamente biológicos en realidad no se acepta y se menosprecia al que tiene una cultura diferente. No se acepta que teniendo las mismas raíces el otro haya seguido un camino diverso. Como lo ha señalado Nelson Manrique, al subestimar la sangre de otro en el fondo estamos subestimando lo que de ella tenemos en nosotros mismos9. Ese es el trasfondo del racismo, que conduce directamente al autodesprecio.
Lo que existe como "raza" siempre será una combinación. Así, los jaujinos tenemos de xauxa, de wanka, pero también de quechua cusqueño, de yauyo y de colla, de español y de italiano, de judío y de alemán, de asiático, de africano. Y también de las múltiples sangres que llegaron a esta tierra generosa para curarse, desde diferentes regiones y estratos sociales del Perú y el mundo, y que se quedaron para siempre10.
De esta manera, nuestro mestizaje no es sólo blanco-indio, esa falsa dualidad que ha regido el pensamiento indigenista forjado por élites culposas. El blanco no es sólo español, ni el indio es sólo quechua. Y nuestro eje vital no es un extremo de esta falsa dualidad, sino más bien una identidad construida articulando lo mejor de cada ser humano que llegó a esta tierra, y cuyas culpas y pecados no tenemos por qué pagar quienes la amamos.
De igual forma, hemos de ver a los migrantes como partes de esta tierra. A los que llegan y también a los que se fueron. Pues la migración siempre fue un elemento básico de la formación social jaujina. Primero por su importancia política, después por el peso de su economía, por la pureza de su clima y, más recientemente, por la violencia política, Jauja siempre fue lugar de migración.
Pero hoy la migración es un fenómeno nacional. El peruano casi se define por su condición de migrante11. Con los desgarros y las carencias, pero también con los aportes. Un fenómeno que hace que siempre seamos forasteros, que seamos de varios mundos y de ninguno a la vez12. La migración tiene una doble cara: es una señal de progreso, pero también de abandono.
A través de los siglos Jauja logró incorporar a las personas de diversos orígenes, enriqueciéndose ella y enriqueciendo a los nuevos jaujinos. La combinación potencia, pero la mezcla deteriora. El progreso no es una simple homogenización. En nuestro caso implica la independencia de espacios culturales ya conquistados. Y de aceptación de los nuevos, la aceptación de la diversidad. Abrirse a los hombres nuevos. Y también preservar el capital logrado.
Es así como iremos construyendo la nación que aún es una tarea pendiente en el Perú. Pero a diferencia de Europa donde ella se constituyó a través de la política (con los resultados actuales de racismo y guerras étnicas), es decir, de la construcción de un Estado por encima de los pueblos, en nuestros países donde el Estado siempre ha sido un ente lejano y hasta hostil, ha de construirse a través de la cultura.
Y esta construcción se da al interior de una perspectiva global -para usar la terminología de moda- dentro de un país moderno, entrando ya al siglo XXI. Las comunicaciones nos ayudan. (Hace un año una alborozada voz jaujina me llamó por teléfono, desde un pequeño pueblo del Estado de Missouri, en los Estados Unidos. "En la pantalla de mi computadora estoy viendo el Jalapato, que ha sido puesto en la Internet", dijo). A través de la imagen y el sonido, de la televisión y la vía satélite, podemos estar a miles de kilómetros, dialogar, intercambiar, multiplicar nuestro horizonte, ampliarlo mucho más. Hoy en día, para ser cosmopolitas no tenemos que dejar de ser provincianos.
Sin embargo, los avances pueden convertirse en descomposición. Como en la política, el carácter progresivo del marxismo puede ser transformado en una pesadilla sanguinaria. O en la economía bajo un discurso de glorificación del mercado se puede ocultar la marginación y el desempleo y se destruye la producción. De la misma manera, en la cultura, bajo el denominador común de "modernidad" se construye una sub-cultura de mal gusto, de egoísmo y de violencia.
No fuimos ajenos a esta paradoja. Una capa de moderno cemento cubrió bárbaramente nuestra hermosa iglesia de piedra del siglo XVII, y la glorieta y las lajas de nuestra Plaza de Armas. Los altares barrocos desaparecieron para ser reemplazados por modernas moles. Y hoy mismo, vivos colores producto de la sub-cultura urbana reemplazan las bellas y discretas combinaciones que por décadas han caracterizado nuestra arquitectura y la ropa típica jaujina.
Aunque, hay que agregar, quebrando este cemento y sobreponiéndose a la depredación, siguieron floreciendo las artes y las letras, las instituciones y los investigadores, muchos de ellos autodidactas.
Tal vez, pues, sólo tengamos que cuidar los espacios. Que usar la tecnología para preservar. A nadie se le ocurriría, por ejemplo, pintar la esfinge en Egipto, o colocar en un muro de la Basílica de San Pedro una pintura de Dalí o un mural de Diego Rivera. No porque éstos carezcan de valor artístico, sino porque unos y otros pierden autenticidad y belleza.
La gran ciudad depende de quienes en ella viven. De la conciencia que se tiene de su riqueza material y espiritual y, al preservarla, aprenden a amarla. La conciencia de que en la ciudad hay algo de cada uno de nosotros y que lo que por ella hacemos lo hacemos por nosotros mismos. Es esa la conciencia que tenemos que crear en los jaujinos de hoy, a despecho de la arremetida que día a día nos satura vía la sub-cultura.
Nos quieren hacer creer que una gran ciudad es aquella que llena sus calles de ruidos y colores chillones, de ambulantes y de talleres informales, de basura y de contaminación, que ya no hay espacio para el trabajo productivo ni para la belleza. Que el progreso es imitar lo peor de otros. Que la democracia no es una vida mejor para todos, sino tirar para abajo. Que comprar y vender es la única señal de prosperidad. Que lo moderno es sólo el dinero, aunque esté cada vez en menos manos. En estos tiempos de subvaluación de la cultura y de la inteligencia, debemos ir contra la corriente, para que esta mal llamada "modernidad" no arrase con lo que por siglos logró el habitante de estas tierras.
Y este es nuestro desafío. Saber que lo nuestro, lo propio, no tiene fecha, no tiene ni principio ni fin. Tan "nuestro" es Tunanmarca o Huancas como la Iglesia Matriz, tan "nuestras" son las casonas coloniales como la feria de domingos y miércoles, tan "nuestros" son los cortamontes como las escuelas, la laguna de Paca como el Jalapato.
Independientemente del discurso de moda, hay una memoria colectiva que nos ayuda a mantener nuestra identidad, como parte de nuestro país. Una memoria que persiste principalmente en las personas, pero también en lo que ellas hacen: en las bibliotecas, en los restos arqueológicos, en los monumentos históricos, en las fiestas, en cada calle de Jauja.
Y es esa memoria la que nos tiene que ayudar a recuperar. Tal vez sea este el término más apropiado. Hoy en día ya no es la escuela el principal vínculo de socialización, sino los medios masivos de comunicación, particularmente la televisión. Usémosla para que el actual habitante de esta tierra se reconozca y ame el lugar donde vive. De hecho, el florecimiento de una ciudad es el florecimiento de quienes en ella viven: su desarrollo material y espiritual. Nuestro mundo ahora ya es grande con la comunicación global. Lo nuestro puede llegar a espacios más amplios, pero para ello debemos primero poseerlo nosotros. El mundo es -según otro término de moda- una "aldea global". El desafío es ser parte activa en este mundo y no que las modas nos arrasen.
Porque la nueva sociedad que se está configurando en todo el planeta no es una sociedad humanista. Es una sociedad donde las cifras tienen más importancia que los hombres. No es la primera vez que esto sucede. Es una prueba para las civilizaciones el sobreponerse a la agresión que intenta destruir la cultura y el capital más valioso que el ser humano ha producido, el producto de su creatividad: la ciencia, el arte, la cultura toda. Por ello, si no incorporamos al actual habitante de Jauja a esta lucha por la recuperación de su propia historia, todo lo material que podamos conseguir se volverá a perder.
Luego, cada día hemos de reconstruir nuestras utopías. Una de ellas, tal vez la más importante, sea la de no perder nuestra identidad, la de ser nosotros en el mundo, la de seguir permaneciendo. Saber combinar la rabia con la ternura. Para repetir, con Clodoaldo, nuestro poeta:
Jauja, 23 de abril de 1996